En 2011 el crítico literario Ignacio Echevarría publicó un libro en el que hablaba de los que eran para él los cien libros más importantes de la narrativa en español desde 1950. No lo he leído, pero he consultado el índice con las obras seleccionadas. Se puede ver AQUÍ. La lista me parece más que interesante. De los cien títulos había leído treinta y cinco; con éste son treinta y seis. El año pasado comenté la lista de Echevarría con mi amigo Federico Guzmán, y los dos coincidíamos en que determinados títulos eran claros e ineludibles, pero también nos parecía detectar alguna ausencia significativa y alguna inclusión extraña. En concreto hablamos de El fiord (1969) de Osvaldo Lamborghini (Buenos Aires, 1940-Barcelona, 1985), que para Echevarría es uno de los quince mejores libros de la década de los sesenta. Federico había leído El fiord; yo sólo había oído hablar de él. Me propuso dejármelo para que me formara una opinión propia. Me pasó un volumen de Lamborghini titulado Novelas y cuentos, cuya primera historia, tras la introducción de César Aira, es El fiord. He tardado en acercarme al libro más o menos un año. Tenía miedo de que, una vez que empezara con él, me impusiera acabármelo, y que no fuese a disfrutar de la lectura, porque la prosa de Lamborghini se me antojaba árida. Al final sólo he leído la introducción de César Aira (10 páginas) y El fiord (16 páginas).
La introducción de César Aira hablando de su amigo Lamborghini parece un cuento de Roberto Bolaño sobre la vida de un escritor descalabrado. Desde luego Aira no es parco en elogios: “Se trataba, y sigue tratándose, de algo inusitadamente nuevo. Anticipaba toda la literatura política de la década del setenta” (pág. 7); “La pregunta primera y última que surge ante sus páginas, ante cualquiera de ellas, es: ‘¿cómo se puede escribir tan bien?’. Creo que hay un más allá de la calidad estilística, más allá del simulacro de perfección que puede lucir una buena prosa. En Osvaldo hay una alusión a lo perfecto de verdad, que escapa al trabajo” (pág. 8).
Aira cuenta alguna anécdota sobre su relación con Lamborghini: “Recuerdo que una noche caminábamos por el centro, y cruzamos a una prostituta de las que por entonces, hace veinte años, todavía podían verse en Buenos Aires: pintada como un mascarón, cargada de joyas baratas, con ropa chillona, gorda, vieja. Osvaldo dijo, pensativo: ‘¿Por qué será que los yiros parecen seres del pasado?’. Yo oí mal y le respondí: ‘No creas. Mirá a Mao Tsé Tung’. Se detuvo estupefacto y me dirigió una mirada extraña. Por un instante, el malentendido abarcó a toda la literatura, y más. Han tenido que pasar tantos años y tantas cosas para que yo pudiera leer en esa mirada, o el pasado mismo, lo que me quiso decir: ‘Por fin entendiste algo’”. Imagino que esta anécdota debe de significar algo.
El fiord tiene dieciséis páginas, así que se trata más de un relato que de una novela.
Un poco después: “Vino otro pujo. El Loco le bordó el cuerpo a trallazos (y dale que dale). Le pegó también latigazos en los ojos como se estila en los caballos mañeros” (pág. 20).
El Loco Rodríguez es el patrón del narrador y del resto de personajes reunidos en torno a la parturienta. Después de describir la escena de violencia en la que el Loco intenta que el niño salga del cuerpo de Carla a golpes, se inicia una escena de sexo en grupo: “(...) Sebastián intentaba acariciar las bien plantadas nalgas que sobre las mías galopaban, el culo de nuestro abusivo Dueño y Señor” (pág. 22).
El niño llega al mundo en medio de la orgía, entre vómitos, semen y mierda. El Loco, para festejarlo, le hace una broma: le mete en el inodoro y tira varias veces de la cadena. Además, el recién nacido ya tiene erecciones. Al verlo, la madre exclama: “¡Es pa mí nomás!” (pág. 26); “que ya se revolcaba garchando con su hijo” (he buscado el verbo “garchar” en internet y, como imaginaba, es sinónimo de “follar”). Aparece la mujer del narrador: “Ella me mostró sus tobillos: dos muñones sangrantes. Ella transportaba en la mano derecha sus pies aserrados”. También ha estallado una pared y por el agujero se ve la costa y un fiord (¿será un fiordo?). Luego se habla de Perón (poco después de que aparezca una “svástica de alquitrán”). Luego hay una escena de canibalismo. El látigo del Loco sigue restallando. Se habla de Vietnam. La última frase del relato es: “Así, salimos en manifestación” (pág. 34).
El fiord empezó a circular en Buenos Aires como libro clandestino. Era un delgado librito que había que solicitar de tapadillo al dueño de una única librería. Dice sobre esto Aira en el prólogo: “Aunque nunca fue reeditado, recorrió un largo camino y cumplió el cometido de los grandes libros: fundar un mito”.
Como he tratado de exponer en el resumen anterior, El fiord trata de romper con todos los convencionalismos de lo políticamente correcto. La orgía exagerada me ha recordado a las propuestas por el Marqués de Sade dos siglos antes. El aire del relato es sin duda onírico, surrealista. No he disfrutado al leerlo; ni me ha escandalizado, porque no sentía simpatía por ningún personaje propuesto; simplemente veía al escritor intentando epatar al lector mediante el recurso a la exageración: el sexo, la violencia, la suciedad... Aira afirma que El fiord es una genialidad y que anticipa toda la literatura argentina posterior. Ignacio Echevarría parece estar de acuerdo con él. Yo no estoy de acuerdo con ninguno de los dos. En realidad este tipo de textos, en los que sólo se intenta escandalizar al lector con escenas violentas o grotescas, llegando casi a la escritura automática, me parece fácil. Es decir, yo mismo puedo improvisar una escena como la que sigue: “Le arrancó a su madre un ojo con un tenedor y se lo comió, tras untarlo en semen como si fuese kétchup. Mientras, su hermano intentaba violar a su madre por el hueco dejado, y veía en la televisión el debate sobre los presupuestos del Estado, en el que el presidente, colgado de un gancho carnicero, explicaba..., etc.”. Puedo comenzar así e incluir más violaciones, más violencia, más mierda que flota...
Considero positivo que existan escritores marginales, surrealistas, que no aspiran a un público masivo (y es posible que ni siquiera a publicar) y que se leen como rarezas, en muchos casos desde el ámbito académico; o bien se leen por su fuerte atrevimiento político, ya que apareció en el contexto de la recién dictadura argentina de Onganía. Pero me cuesta creer a aquellos que afirman que disfrutan al leerlos. Yo he leído El fiord, de Osvaldo Lamborghini, mítico libro argentino, y me ha costado acabar sus 16 páginas. No lo he disfrutado.
A continuación me propuse seguir con la siguiente novela corta (según Aira, otra genialidad), titulada Sebregondi retrocede. Empecé con el primer párrafo...: “Las partes son algo más que partes. Dejan de ser partes cuando la última ilusión de cosagrande redonda está pinchada. Desde adentro del repollo se ve la misma luz en todas partes, pero. No hay partes. No hay muchos uno ni muchos ni uno uno. Ni muchos ni tampoco uno solo. No. Ninguna soledad mayor ni menor. Ni más ni menos que la soledad de una oreja arrepollada o de la maquinita de afeitar de mutilar. Entonces. La convención se sostiene, la convención se sostiene, la convención se sostiene. La convención”. ... Y se me quitaron las ganas de seguir.
Por si alguien tiene curiosidad, en la entrada de la wikipedia dedicada a Osvaldo Lamborghini está colgado El fiord. Dejo AQUÍ el enlace.