Paula Grande
Una compañera de trabajo y lectora asidua de este blog llamó mi atención hace un par de días sobre un pequeño detalle de Penélope Cruz, a la que últimamente hemos visto hasta en la sopa debido a la promoción mundial de la cuarta parte de “Piratas del Caribe”. “¿Cómo es posible –me preguntó- que si en la “premiere” en Cannes Pe llevaba flequillo corto, en la presentación España, un par de días después, luciera un flequillo desfilado y largo?”. La posible respuesta la aportó otro compañero: “Igual es un flequillo postizo”. Ante nuestra cara de incredulidad total, pasó a aclararnos que había visto en el programa de Ana Rosa (según él, en un zapping, aunque no sé yo...) como la presentadora y sus colaboradoras se ponían lo que el definió primero como “un perro muerto” y después, más precisamente, como “un flequillo postizo, que se engancha al pelo con unos clips”. Que conste que no estoy diciendo que Penélope use pelo de pega, sino que esa podría ser una explicación al sorprendente cambio de longitud de su cabello en cuestión de días (también es posible que se haya recogido el flequillo con horquillas bajo el pelo más largo, aunque parece difícil).
Admito desde ya que no soy ninguna experta en extensiones, ni falta que me hace. Tengo una mata de pelo que, en palabras de una peluquera, “haría felices a tres calvos”, así que nunca he tenido necesidad de indagar sobre postizos para el cabello. Pero hasta donde sé, las extensiones se aplican mezclándolas con el cabello propio, para aportar más densidad.
Esto, en cambio, se parece más a un peluquín de toda la vida –encontré algún video en internet donde se ve como se ponen- sólo que con un aspecto mucho más natural. Yo, que dejé de llevar flequillo más o menos al mismo tiempo en que me caían los dientes de leche, no pienso probarlo, pero si alguna de vosotras, lectoras, lo ha hecho o lo hace en un futuro, por favor, comentadnos vuestras impresiones.
El caso es que este descubrimiento me ha llevado a reflexionar sobre los tuneados cada vez mayores que aplicamos a nuestro cuerpo y, sobre todo, al cabello. Que levante la mano la que, cumplidos los 25, no ha caído en la tentación de ponerse tinte, mechas o reflejos, por supuesto, unos tonillos más claros que el cabello natural, hasta conseguir lo imposible: que la proporción de rubias en este país, a partir de los 40, no tenga nada que envidiarle a la de Alemania, por poner un ejemplo.
Ya sé que me repito, y que a este tema de las rubias dediqué una de mis primeras entradas. Pero ahora estoy en condiciones de compartir con vosotras la que, según algunos expertos, es una de las claves la atracción masculina por las rubias.
Al parecer, y dado que es un color que suele perderse con el paso de los años, se asocia a la juventud y, de manera no consciente, a la fertilidad. Pensad en nuestros antepasados, allá en las cavernas, cuando el que cumplía los 30 era un anciano venerable. Aparece en el medio de la tribu una rubia y claro, todos los cavernícolas dan por supuesto que es joven y por consiguiente, fértil. Y como la atracción se rige inconscientemente por las posibilidades de éxito reproductivo, ala, todos a pegarse garrotazos por ser el primero en llevarse a la rubia a la piel de oso (nada de huertos, que por aquel entonces aún éramos cazadores-recolectores). Pensándolo bien, lo de la rubia prehistórica tiene aún más mérito porque, como todas sabemos, el pelo sucio tiende a verse más oscuro de lo que realmente es, y no creo que la higiene capilar fuese una prioridad en la Edad de Hierro.
Lo que me parece un poco mal es que esa asociación cabello rubio-juventud-fertilidad se haya mantenido durante milenios y, en cambio, se haya descartado la ventaja comparativa que, a la hora de dar a luz, supone una cierta proporción entre cintura y caderas que, si no me equivoco, es de 7 a 10, propia de una mujer curvilínea, y en las antípodas de las chicas-palo que nos presentan tantas revistas de moda. Ay, cuanto triunfaría yo entre los prehistóricos con las redondeces que traigo de serie.
Pero de cómo el canon estético ha cambiado a lo largo del tiempo prometo hablaros otro día.
Hasta la próxima semana.