Confieso que había escuchado cantos de sirena: "Sidonie vuelven a sus orígenes", "psicodelia en estado puro", "un disco de rock potente", etc. Y todo eso es cierto, el disco es potente, psicodélico y entronca perfectamente con aquellos Sidonie del Shell Kids que hacían discos alegres y despreocupados, sorprendiendo a muchos con canciones como "On the Sofa" o "Standing Together".
Pero me da la impresión de que por aquella época Sidonie hicieron de la psicodelia su bandera porque no sabían, no podían, no querían sonar de otra manera. Es decir, que tocaban lo que les venía en gana, y si aquello resultaba que era psicodelia, pues tan contentos. O se marcaban unos medios tiempos que mostraban sin lugar a dudas su adoración por las 4Bs (Beatles, Byrds, Beach Boys, Big Star) aderezados con esas armonías vocales tan marca de la casa. Para entendernos, siempre estuvieron entre Barrett, Bowie (más Bs), Harrison y el Revolver, pero sin intentarlo conscientemente. Cuando quisieron adaptar su estilo a cantar en español (Fascinado, 2005), se les fue la mano con la adaptación y, salvo la juguetona canción que daba título al disco, aquello no tenía mucho sentido. Algo fallaba en aquella extraña mezcla entre pop con cierto leve aderezo psicodélico heredero del bienio mágico (1966-1968) y los infructuosos intentos por castellanizar el género, con introducción de ritmos latinos incluida.
Y más de lo mismo (que no es poco) ocurrió con El Incendio (2009). Pese a las críticas que les cayeron por aquel álbum de temática abiertamente enamorada, el disco, excepción hecha de alguna letra un poco más tontorrona de la cuenta, sacaba nota en ejecución y producción. Pop bien arreglado, de regusto adulto, sin pretensiones de grandeza y, sobre todo, sin complejos. Un camino con personalidad propia que podrían haber seguido explorando en su siguiente trabajo.
Pero no, Sidonie han decidido hacer un disco revival. Han querido hacer su Sgt. Pepper's particular tirando de manual sesentero, esforzándose por lograr un sonido más rock, más guitarrero, más grande y más potente. Y para ello, para que el disco suene como debe sonar han utilizado hasta el último truco disponible: sitares, distorsiones, flanging, drones, etc. El resultado es un disco fuerte, decididamente psicotrópico y que intenta ser escapista en las letras (confundiendo, dicho sea de paso el leit motif de la psicodelia original inglesa, que nunca fue el viaje sino la infancia) pero que peca de repetitivo. Tanto que a veces uno no sabe si el reproductor se ha estropeado y ha vuelto a otra canción anterior. Por otra parte, el desmembramiento de la mayoría de las piezas en varias partes con dinámicas distintas (deudor una vez más de los clásicos del género) hacen que el conjunto se resienta, dando lugar a un conjunto deslavazado de canciones con momentos puntuales de genialidad (gran solo de guitarra en "El Bosque", la canción que abre el disco), pero flojo en general. Y las historias simplemente no funcionan. De nuevo, parece que los Sidonie han forzado la máquina con los personajes dándoles un carácter surrealista y un trasfondo onírico cuya intención se agradece, pero caen en la trampa de la excesiva referencialidad. Todo es demasiado como debería ser, demasiado medido y estudiado para no salirse del patrón psicodélico y esto se refleja también en unas letras que firmarían un Barret en sus horas más bajas o la peor versión camp de McCartney (que lamentablemente existe y aún saca a pasear de vez en cuando).
Como diría el mítico Silvio, un disco de estudiantes, de gente a la que aún le pesan mucho los referentes. Una lástima, puesto que la voz personal y cuidada que parecían haber encontrado con los dos discos anteriores se diluye aquí para más gloria de una producción megalomaníaca abundante en trucos de estudio y con deficit de melodías. Sidonie vuelven a sus orígenes, sí, pero ya no suenan ni tan frescos ni muchísimo menos tan personales