Aquella tormenta marcaría su vida y la de sus vecinos, porque las situaciones extraordinarias hacen que las cosas se vean de una forma diferente. Y en la pequeña comunidad sumida bajo el manto de hielo florecieron relaciones inesperadas y algunas personas recordaron sentimientos que tenían olvidados.
«Nadie estaba orgullo de hacerme daño, pero todo el mundo me hacía daño. Me importaba un bledo lo que el cielo hiciera ahora. Nunca había hecho nada por mí. Al contrario, me había destruido. Yo valía poco más que el sofá y mi único amigo me trataba como a un perro.
Yo ya no era nada».
Si buscáis el libro perfecto para leer durante enero, este es el vuestro por tres razones: 1) es breve y se lee en tres suspiros; 2) la historia comienza en Navidad y se va desarrollando durante las primeras semanas de enero; y 3) hará que veáis el año como una nueva oportunidad para cambiar aquello que no os gusta.
El frío modifica la trayectoria de los peces es un libro muy curioso, no podía ser menos con ese título que atrae como una polilla a la luz, pero si lo digo es por la variedad de personajes tan peculiares que el edificio del protagonista de esta historia tiene. Os los presentaré: Boris, también conocido como el ruso, se encuentra en la etapa final de su tesis sobre una teoría en la que pretende demostrar que los peces no escogen su camino, sino que es el entorno el que lo hace, y para ello, necesita que sus peces sigan el mismo trayecto días tras día (de ahí el título y que una vez leído el libro entiendes su significado); Simon y Michael, una pareja que viven juntos escondiendo su amor del resto de sus vecinos y haciéndoles creer que son hermanos; Julie, la vecina de enfrente de Simon y Michael, bailarina en un club y siempre con la idea de dejar esa vida, aunque no lo hace; Alex, el único amigo del protagonista y Alexis, su padre, mientras que el primero espera que su padre se duerma para escucharle decir esas palabras que lo tienen hipnotizado, el segundo es un amargado que siempre echa la culpa de lo que pasa a los demás; y por último, el
Como veis, los personajes tienen sus cosillas, y eso es lo que más me ha gustado de esta novela. Cuando empecé a leerla creía que sólo trataría del chico y sus padres y como éste atravesaba la noticia de la separación, pero en realidad, no sólo va de ello, sino que los personajes que os he presentado cogen incluso más importancia. Él sólo es la puerta a un edificio lleno de personas que necesitan darse cuenta que no están solos y que con la ayuda de los demás, pueden enfrentarse a sus problemas. Es por ello que la historia está contada desde su punto de vista en cuyos capítulos relata lo que va pasado a raíz de la funesta noticia, pero también habrá algunos donde el lector se meta en las casas de sus vecinos para seguirlos en sus vidas.
El estilo de Pierre Szalowski, el autor, es muy sencillo: sin duda, es en el peso de la sencillez de sus palabras las que te hacen reflexionar y pensar en como algo ajeno a ti puede cambiar tu vida completamente y unirte a personas que jamás pensaste que pudieran tener algo en común contigo. Al presentar Pierre a personajes tan diferentes entre sí hace que la historia roce a veces lo inverosímil –junto con esa tormenta, claro- pero sabes que podrían pertenecer a cualquier vecindario. La trama en sí no tiene ninguna complejidad porque lo importante es como los personajes reaccionan ante los demás. ¿Eso quiere que están bien construidos y se profundiza en ellos? Sí, pero… a mí me ha faltado mucho más, no en tanto en los secundarios –con los que me quedo sin pensar- sino con el mismo protagonista y sus padres. Me ha faltado conocer más los motivos que les llevan a separarse, sus reacciones de primera mano, ya que al estar contado por el hijo de once años me ha faltado algo más de información si lo comparo con el resto de las historias personales.
En cualquier caso, es una historia tan sencilla y entretenida que leerla en estas fechas navideñas es la clave para entenderla: es el momento de dejar las rencillas a un lado y emprender un nueva actitud hacia la vida. Y sobre todo me ha dejado algo muy claro: cuidado con pedir ayuda al cielo, una tormenta de hielo en Barcelona no sería una buena idea.