Editorial Caballo de Troya. 140 páginas. Primera edición de 2008.
Hojeé este conjunto de relatos hace ya más de un año en la Casa del Libro de Gran Vía, y me interesé de nuevo por él cuando a comienzos de verano volví a ver el nombre de Marcelo Lillo en la mesa de novedades de la Casa del Libro, esta vez en la editorial Mondadori (la hermana mayor de Caballo de Troya). El nuevo libro era Cazadores, una recopilación de relatos de El fumador y de otro libro, no editado en España.
Sentí curiosidad. En casa busqué a Lillo en Internet y me encontré con una historia tal vez inquietante, quizás falsa, cuando menos interesante. Marcelo Lillo es profesor en un colegio privado de Valparaíso, le va bien, escribe, no le publican. Hasta aquí la historia de tantos aficionados a la escritura. En algún momento, sobrepasados los 40 años, Lillo decide quemar todo lo escrito hasta entonces, dejar el trabajo, vender la casa y los bienes e irse, junto con su mujer, a vivir a un pequeño pueblo del sur de Chile. Su idea es tan delirante como imperativa: o consigue publicar en el plazo de 4 años o se pega un tiro, por lo que duerme con una pistola bajo la almohada. Cuando se va a cumplir el plazo gana algún concurso de relatos, le publican en España este libro de El fumador, y en 2009 le declaran libro del año en Chile. Una historia contundente, eficaz, que parece diseñada por un creador de marketing argentino.
Así que no me quedó más remedio que leer el primer cuento de El fumador o de Cazadores (el mismo) en la zona de lectura del Fnac de Callao. Me gustó. Pensé en leer a Lillo después de Cervantes.
Saqué El fumador y otros relatos de la biblioteca de Retiro. Así que con Lillo estreno biblioteca pública.
Los relatos: Si hace unos meses dije que Jon Bilbao era un gran escritor español de relatos norteamericanos, se puede decir igualmente que Marcelo Lillo es un gran escritor chileno de cuentos norteamericanos. Si en el caso de Bilbao las influencias podían ser Carver o Cheever, en el caso de Lillo la filiación con Carver se hace más que evidente.
Los tres primeros cuentos del libro, Hielo, El fumador y La felicidad, parecen variaciones del mismo tema. En ellos una pareja con serios problemas económicos (ausencia de trabajo) y más o menos problemas sentimentales se enfrenta a diferentes situaciones. Ya Hielo marca el tono del libro: en primera persona el narrador nos habla de la muerte de su madre y cómo su mujer y él lo afrontan en medio de una gran penuria económica. El estilo es sobrio, incluso frío: “Murió pasadas las cuatro. Con mi mujer lloramos en silencio y después le acercamos un espejo a la boca. Sonó el teléfono, pero no contestamos.” (pág 11).
Debemos estar atentos, en todo caso, a cada línea porque el narrador no nos espera, y en cualquier pequeño detalle podemos perder la clave del cuento. Los detalles suelen estar muy trabajados, de forma que consiguen sugerir mucho.
“¿Por qué nadie sabe nada?” (pág 17-18), dije hacia el final la mujer del narrador. Aquí Lillo, como ha aprendido en Carver, busca el momento epifánico que sacude a la gente sencilla.
En El fumador, el autor juega -añadiendo, además, otro tema al de la penuria económica y los problemas de pareja- con la idea del escritor como romántico fracasado.
Me gustaría destacar de los tres, aunque son todos ellos grandes relatos, La felicidad. Lo leí sentado en la barra de un bar tomando un café y el golpe del cuento fue importante, soberbio en su captación de la soledad y la tristeza.
A partir del cuarto cuento las relaciones familiares se amplían, y en No era mi tipo un hombre evoca un episodio trágico de su adolescencia, “Cualquier vida cambia con un suceso como ése” (pág 60); para acabar de adulto, periodista, intentando ser escritor, y concluir que es feliz de vez en cuando, como todo el mundo (pág 66).
La ambientación de estas narraciones suele ser deprimente, oscura, llegando a repetir expresiones de este tipo: “Era un día nublado, frío y triste.” (pág 69, cuento La cita), “Era una ciudad fría, triste y lluviosa” (pág 77, cuento 40 caballos)
La cita es el cuento que menos me ha gustado, no he conseguido entrar en las claves de los personajes, un hombre de mediana edad y una señora mayor, que tal vez sea su madre.
40 caballos me ha parecido el mejor del conjunto, por su composición equilibrada y acertada en torno a un tema muy clásico. Un hombre evoca su adolescencia en un pequeño pueblo chileno, y en él la fascinación por el boxeo (usado aquí, como tantas otras veces, como metáfora del fracaso de la vida, del fracaso que conlleva cualquier triunfo), lo que le conducirá al despertar sexual y la aceptación de todas las perdidas.
En muchos de los cuentos, y en éste de 40 caballo sobre todo, uno puede olvidarse de que tanto el narrador como el escritor son chilenos, y el cuento transcurre en este país y, al dejarse llevar por su cultura literaria, pensar que está en el sur o el medio oeste norteamericano. Esto no es un reproche a los cuentos de Lillo, que me han parecido la mayoría muy buenos, sólo una constatación de hechos.
En Vida de un cachorro, Lillo usa una variable narrativa: el cuento no se limita al punto de vista de una persona, sino que usa el perspectivismo de varias, lo que, a mi entender, le hace perder algo de fuerza.
Lillo no escatima en buscar las situaciones más sórdidas y dramáticas; en Diente de león un hijo acude a la puerta de la cárcel a recibir a su padre, ingresado allí 6 años antes por violar a un niño.
En el último cuento, titulado precisamente El último cuento, el autor parece advertirse a sí mismo del fracaso que entraña el posible éxito literario, ingresando él en el rama de perdedores tristes que ha constituido su conjunto de personajes.
Un libro de relatos muy dependiente de un modelo externo, trabajado con mucha precisión y esfuerzo, que consigue alcanzar altas cotas de verdad literaria.