Peter Paul Rubens, La lucha de San Jorge y el dragón, 1606-1610. Óleo sobre lienzo, 304x256 cm. Museo Nacional del Prado
—¿José Pedro?
—Sí.
—Soy Noelia Jiménez. Estoy escribiendo un libro con entrevistas a algunos de los toreros más destacados de las dos últimas décadas y me gustaría incluirle a usted.
—¿A mí?
—Sí, a usted.
—Hombre, muchas gracias.
—Hay entrevistas a Joselito, Enrique Ponce, José Tomás, César Rincón...
—¿Y quiere entrevistarme a mí?
No le veo la cara, pero intuyo en la voz de El Fundi un gesto de cierta sorpresa. También de satisfacción. De orgullo. No debe de ser fácil haber bailado con la más fea durante más de veinte años, con solvencia y sin dejarse dar pisotones, y que el jurado del concurso siempre termine premiando a la pareja más guapa, sólo porque su música suena mejor.
Los bailes son crueles. La música suena para todos, pero, aunque uno domine el ritmo y sepa qué paso debe dar en cada cambio de compás, la gente siempre termina fijándose en la tipa más alta, en la que lleva el vestido más ceñido, la falda más corta y el escote más neumático. Nos ha jodido. Con ese cuerpo cualquiera se luce.
Algo así sucede en el toreo. Si uno es alto —pero no mucho—, tiene apellido ilustre y escoge a placer primero —toros—, segundo —un compañero que no moleste por delante— y postre —otro compañero que moleste aún menos para cerrar la terna—, ¿cómo no va a solazarse con el mejor de los banquetes? Sí, sí, ya oigo a los que me dicen que eso no es del todo justo, que los de arriba escogen, pero no tanto, que me puede la demagogia. Que hasta los mejores toros se olvidan de embestir. Y que todos cogen y matan. Ya, ya lo sé. Pero cuando los toros no son los mejores, cuando uno es bajito, cuando no puede escoger ni primero ni segundo, cuando le castigan sin postre, la comida se convierte en un martirio. En una dieta hipocalórica perpetua. Qué tristeza toda una vida sin comer bombones.
Claro que la abstinencia tiene su lado positivo. Que se lo digan a El Fundi, que a base de privarse de dulces pasteles está delgadito, delgadito. Llega de entrenar. Viene en chándal, pero limpito y repeinado. Coqueto, me pregunta si necesito hacer fotos. Será que el periodista de la familia lo tiene bien aleccionado.
Me invita a entrar al salón. Tras él, una librería con varios tomos del Cossío, un equipo de música y películas infantiles, indicio inequívoco de que hay niños en casa. Eso y trofeos de toros. Por todas partes. De todos los estilos. Muchas esculturas de estocadas.
Me pregunta sobre el libro. Le cuento lo de las obras de arte. Creo que me va a preguntar cuál le he adjudicado, así que me adelanto: «Ninguno de los toreros sabe con qué cuadro vamos a identificarlo». Me resisto a confesarle que nada más ver La lucha de San Jorge y el dragón, de Rubens, se me vino su historia a la cabeza. Su batalla constante contra las fieras corrupias. Su fuerza. Su rotundidad. Y, por ponernos técnicos, su soltura con la espada.
Fragmento de la entrevista realizada a El Fundi en Tinta y oro, de Noelia Jiménez, Ed. Eutelequia, Madrid, 2011 (p. 157).
P.D.: Sirvan estas líneas de homenaje y agradecimiento a El Fundi, que ha anunciado que en 2012 se retira de los ruedos.