Hace unos días, hablando con mi madre que como único defecto ostensible tiene el mantener una más que despreciable relación con el fútbol, me intentaba justificar su enemistad desde su punto de vista al que no le falta parte de razón: el fútbol tiene su peor enemigo en el propio fútbol.
Yo no comparto su opinión. Pienso que el fútbol no solo el profesional sino también el que se juega en las esquinas, es una magnífica escuela de vida. Yo aprendí del fútbol. Aprendí a saber perder, a jugar en equipo, a competir, a pelear hasta el último momento y, entre otras muchas cosas, a hacer lo que te gusta llueva, nieve, haga cuarenta grados o un frío polar. No hay obstáculos. Eso enseña el fútbol.
Pero mi madre también lleva razón. El fútbol también la risa irónica de una banda de espectadores cuando el linier se tuerce un tobillo, es el insulto desaforado del graderío al rival, el fascimo en algunos estadios, los futbolistas y dirigentes que alientan a los racistas, como se ha visto el pasado mes en el amistoso entre A.C. Milán y el Pro Patria en Italia donde los aficionados del Patria gritaban insultos racistas a los futbolistas de color del Milán. Kevin Prince Boateng cansado envió un balonazo a la grada y el resto del equipo se retiró con él de la cancha.
Hasta el mismísimo presidente de la FIFA, Joseph Blatter tomó cartas en el asunto. Unas semanas después sale el brasileño Dani Alves a quejarse de los gritos de “mono” que bajan desde la grada en los campos de España que visita con el F.C. Barcelona.
Pero existen otras cosas tan graves como estas que se pueden apreciar fuera de la cancha como el padre que solo ve a su hijo e ignora y desprecia al resto del equipo, la agresión y la violencia verbal y física e incluso los hooligans que acuden armados a la cancha en algunos lugares del planeta.
Esa es la peor cara de este deporte. Una cruz que a mí no me aparta de él pero que admito, puede asustar a muchos. El fútbol es la sociedad y esta sociedad es violenta e insolidaria. Esa es la clave del despropósito que día tras día vemos en los estados, no solo de Primera División en todo el mundo, sino también en las categorías inferiores y, lo que es peor, en el fútbol base.
Indudablemente esa cruz pesa. Al menos yo por el momento sigo fiel a este deporte, pero es hora de concientizarnos y empezar a apartar de él a aquellos que, justificándose en un supuesto amor, lo están matando a marchas forzadas. Tolerancia cero con ellos. Sean quienes sean.