El fútbol no es ningún cuento

Publicado el 07 marzo 2013 por Futbolcurioso
Fútbol Curioso inaugura su sección de cuentos de fútbol. Esperemos que puedan disfrutar de estos relatos breves que no tendrán otro objetivo que el de abarcar este hermosos deporte desde otro costado: el ficcional. Acá, la primera entrega.

El gol de sus vidas

No fue cualquier abrazo. Uno con una sonrisa que parecía escapar de su cuerpo y el otro con lágrimas en los ojos. Ambos, con piel de gallina. Pero para entender ese momento, sublime e inigualable, hay que ir unos cinco meses y 26 días más atrás en el tiempo. 
Las palabras de Tony, médico traumatólogo, le entraron como una daga directo al corazón: “Seis meses sin jugar al fútbol”. “Seis meses sin jugar al fútbol”, se repitió Maku, un tipo de sonrisa permanente que en ese momento se puso serio como un guardia del Palacio de Buckingham. El paciente quiso hacer un comentario pero su boca seca lo impidió. Estaba helado. Pero a los diez segundos, sí diez segundos, ya estaba pensando en la rehabilitación. Ya había superado el duro diagnóstico de rotura de ligamento cruzado anterior de la rodilla derecha y pensaba en la vuelta. Un optimista, como el padre.
Maku llegó a su casa y Pedro, el mayorcito de sus dos hijos y el único varón, le dijo: “Hola campeón”. Con tres años recién cumplidos, y una camiseta de fútbol con los colores que le había inculcado su progenitor, se le sentó en la falda y observó algo para él incomprensible. Era un almanaque. Maku ya estaba pensando en una fecha en la cual ser operado.
El 14 de diciembre a la mañana fue la operación. A la noche estaba en su casa y tres días después haciendo quién sabe qué arriba del techo de su casa. Un genio o un inconsciente, una de dos. En un abrir y cerrar de ojos dejó de utilizar la primera muleta, y al poco tiempo abandonó la segunda. Pasó Navidad y el 26, un día caluroso pero lluvioso, le sacaron los puntos.
Un sabio platense, que años atrás sufrió la misma lesión, dijo alguna vez: “Los dos primeros meses de rehabilitación de ligamentos cruzados son lo que para la mujer es el parto”. Maku, con una garra admirable, se la bancó como pocos. Hay un ejercicio, típico luego de esta cirugía, en el que la persona operada se acuesta boca abajo y alguno de los encargados de la rehabilitación va empujando la pierna quirúrgica en dirección a la cola, fleccionando la rodilla. Todo ser humano en esa situación grita, insulta y hasta llora. Él, en cambio, mordía un almohadón amarillo limón y casi no emitía sonido.
Maku fue superando obstáculos y al mes de la operación ya había conseguido lo que todos tardan poco más de sesenta días. Su rodilla reconstruida, con dos tornillos y un injerto, tenía la misma movilidad que la otra. El médico y los profes no lo podían creer. Nunca antes habían logrado que un paciente evolucionara tan rápidamente.
El tiempo pasaba y un sueño se repetía. Más de una noche Maku se despertó a la madrugada con un grito de gol atragantado. A veces de rebote, otras de cabeza y en alguna ocasión de chilena (una de sus mayores virtudes en el deporte de los noventa minutos). Pero la idea era la misma: no sólo volver al fútbol, sino también convertir un gol. En la vida hay dos tipos de orgasmos, los que crean familias y los que crean pasiones. El gol es de los segundos. El gol es mucho más que un try en el rugby, un tanto en el tenis y un triple en el básquet. El gol se grita desesperado y es en el único momento en que dejás de ser vos mismo. Estás en otra dimensión. Por eso, soñaba con la vuelta y con ese grito del corazón.
Pasados tres meses de la operación los encargados de rehabilitar a Maku estaban desconcertados.
­­- No puede ser, ya está para trotar. Le hice un par de pruebitas físicas sin decirle para qué eran y está como nuevo- dijo Javi, el más asombrado de los profes.
- Sí, yo lo vi y la verdad es que su recuperación fue mucho más rápida que lo normal. Igual todavía no le digan nada porque si sabe que está tan bien, va a querer jugar al fútbol a los cuatro meses- ordenó Tony, mientras movía la cabeza de lado a lado, sin encontrar respuestas.
Pasaron dos semanas más y el mismo médico se acercó a su paciente. “Mirá tu rehabilitación va excelente y de a poco los chicos te van a ir largando. Hoy vas a trotar tres vueltitas y de a poco vas a ir corriendo un poco más”, le dijo Tony. Ese mismo día Maku se hizo el tonto y robó una vuelta. Fueron cuatro.
Las mejoras físicas continuaron y a fines de abril el morocho de sonrisa constante ya estaba para jugar. Por supuesto que nadie se lo dijo. Tanto médico como profes optaron por la prudencia y sólo un mes más tarde le dijeron que su pierna estaba casi recuperada. Igual, la aclaración de Tony fue contundente: “Todavía no juegues al fútbol”.
Llegó a su casa con un buen humor más grande que lo habitual. Beso en la boca para su mujer y abrazo con sus dos criaturas, las primeras acciones. “Hola papá” y “Hola campeón” fueron las palabras de Juana y Pedro respectivamente.
Llegó el sábado y no jugó al fútbol. Hizo caso a las recomendaciones médicas. Era un día de junio pero la temperatura era agradable. Maku se vistió de deportista y salió a trotar con la compañía de los Rolling Stones que cantaban en sus oídos. A los 37 minutos estaba de regreso. Se sacó la remera y se puso a regar. Su hermano menor se acercó a saludarlo.
- ¿Qué hacés regando un sábado a las diez de la mañana?, dijo con una voz de recién levantado que se asemejaba a la de Mostaza Merlo.
- Qué tiene- respondió Maku. –Regar es como ir a terapia, te despeja- filosofó.
Durante la semana siguiente la pierna siguió con una mejora creciente. Asistió a la rehabilitación cada uno de los días correspondientes, mientras esperaba que el viernes le dijeran “sí, ya estás para jugar”. Nada de eso ocurrió. Tony, pensando en que le daba una buena noticia, le dijo: “Clínicamente ya estás de alta, pero esperá dos semanitas para jugar, eh...”. El morocho miró el piso y no atinó a decir nada.
Al otro día, a las 13.07 sonó el teléfono. Era el Loro con la noticia de que faltaba uno para el partido de las 14 y que nadie podía conseguir a uno para completar. “Dejame pensar”, suspiró Maku. “Hacemos así, voy con mi hermano y yo de paso aprovecho para correr un rato”...
Los dos hermanos partieron a último momento. Cruzaron la ciudad a diez mil kilómetros por hora y finalmente llegaron a tiempo (sólo doce minutos tarde era todo un récord). A Maku le encanta llegar a último momento; no hay vez que su equipo no esté cambiado esperando por su presencia. En realidad sí, sólo cuando él es el encargado de lavar las casacas. En esas oportunidades todos están esperando no sólo por su llegada sino también por la vestimenta.
- Ya son once, les traje a mi hermano- dijo con el orgullo que le producía haber solucionado un problema a pesar de no estar para jugar.
- Mmmm, hubo un imprevisto. Se bajó Jose y otra vez somos diez- lamentó el Loro, señalando al resto con ambas manos.
“Que feo empezar un partido con diez. Es casi tan malo como ir a jugar al fútbol 5 y ser nueve. Un asco”, pensó Maku. El grupo quedó en silencio. Todos sabían que con uno menos casi no había posibilidades. Los rivales no eran ningunos improvisados, por algo venían invictos. El pitazo agudo del árbitro rompió la parálisis de Los Paturlanes, el equipo de Maku y compañía.
- Pará, pará, hagamos una cosa. Yo juego, me quedo parado, pero por lo menos no juegan con diez- dijo Maku que ni siquiera tenía botines.
- No seas pelotudo- saltó su hermano que hasta ese momento había estado en absoluto silencio.
- No, de verdad. Me quedo ahí arriba y paso las que me llegan. Yo soy el primero que se va a cuidar- contestó el morocho.
Esas palabras absurdas convencieron a todos. Era obvio que no iba a cumplir con nada de lo que había dicho. Y así fue. Las corrió y las pidió todas. Igual el nivel del delantero en los primeros veinte minutos no fue del todo bueno. El sacrificio estaba, pero le costaba, y mucho, poder hacerse de la pelota. Le resultaba imposible pararla y muchos menos correr con la bola al pie.
Las sensaciones del hermano de Maku eran diversas. Por un lado la alegría de volver a jugar juntos, por el otro, miedo. Pánico. Cada vez que el morocho aceleraba, giraba o simplemente se movía, su hermanito sufría. Fruncía la cara y esperaba el final de la jugada para ver que pudiera volver a correr.
En definitiva los dos estaban jugando mal. Uno por volver al fútbol después de casi medio año y el otro por el susto que tenía. Promediaba el primer tiempo y casi no habían hecho nada. Igual, los otros veinte jugadores, esto hay que aclararlo, tampoco generaban demasiado. Se convidaban la pelota en forma permanente y las imprecisiones dominaban la escena.
De pronto Tincho, de Los Paturlanes, un marcador de punta criterioso pero ya sin tanta velocidad, tomó el balón en posición de ocho y empezó a escalar por la franja derecha. Los rivales no le salieron y el tipo avanzó. Cuando llegó a la altura del área, levantó la cabeza y mandó el centro...
En el área había cinco personas. Un arquero vestido en forma exagerada, tres defensores, todos con una altura superior al metro con 75 centímetros y Maku. Ah, algo que todavía no se mencionó: el morocho mide 1,66. El único atacante picó al primer palo y un segundo antes de que llegara la bola se impulsó con sus zapatillas blancas. En el aire cabeceó.
Del otro lado, por la banda izquierda, subía su hermano que cuando vio el cabezazo frenó de golpe. Con él, también se detuvo el número cuatro. Ambos presenciaron un salto perfecto y una definición cruzada, muy estética, pero con destino incierto.
El final de la jugada merce ser repasado desde el punto físico en donde se encontraba Maku. Si hacemos dos líneas rectas e imaginarias, una desde el primer palo hacia adentro de la cancha y otra desde el punto del penal hacia el sector desde donde venía el centro, nos encontramos con el morocho. Desde ahí, exactamente en ese punto, el petiso cabeceó la pelota. ¿Dónde terminó la bola? Antes que nada hay que decir que la parábola fue perfecta. El único que tuvo certezas sobre el destino final fue el arquero quien estaba convencido de que todo terminaría en el cuarto saque de meta en su favor. Error. Pelota junto al palo. Gol. Abrazo. No cualquier abrazo.
Maku siguió la pelota con mucha atención y cuando vio que acariciaba la red comenzó a correr hacia su hermano que lo esperaba con los ojos llorosos. El morocho llegó con la sonrisa del sueño cumplido y ambos se fundieron en un abrazo único. Los dos con piel de gallina. Se miraron y no se dijeron nada. Las palabras estaban lejos de ocupar un papel central.
¿El resultado del partido? Soberbio triunfo 2 a 0 de Los Paturlanes. Igual, eso es lo de menos. Estas 1963 palabras son -simplemente- para que los amantes del fútbol, ésos que muy a menudo utilizan la frase “abrazo de gol”, conozcan la historia de su mejor ejemplar.
A estos dos hermanos poco les importó que fuera un torneo de aficionados y que el partido no tuviera espectadores. Para ellos fue el gol de sus vidas.