No nos damos cuenta de que transitamos por él porque nos acostumbramos a convivir con lo que nos depara y a integrarlo en nuestra cotidianeidad. Viajamos al interior de nuestro cuerpo con sondas que exploran nuestros órganos y visualizan su funcionamiento, facilitando la reparación de daños que, hasta no hace mucho, representaban una muerte segura y que hoy sólo constituyen dolencias curables y pasajeras. Los by-pass, los cateterismos vasculares, las arteriografías, las laparoscopias, los TAC, las resonancias magnéticas, los implantes de tejidos, los trasplantes de órganos, la cirugía robotizada, los avances en terapia molecular y el descubrimiento de nuevos, selectivos y más eficaces fármacos son elementos, entre otros muchos, de un futuro que está presente en nuestra realidad y nos permite vivir más tiempo y en mejores condiciones de salud.
Sobre la superficie de ese mundo frágil y hermoso viajamos más rápido, seguros y cómodos que nunca, llegando a cualquier parte en cuestión de horas. No son necesarias las jornadas que la literatura aventuraba para rodearlo en globo, sino escasos minutos para hacerlo a bordo de la estación espacial o pocas horas para que un avión nos traslade a las antípodas. Las máquinas acortan distancias y nos acercan destinos remotos con una facilidad pasmosa, tanto por tierra, mar o aire. Pero, en contrapartida, esas máquinas vuelven también más mortíferas y precisas las guerras, permitiendo atacar cualquier objetivo sin necesidad de invadirlo con un ejército ni que un piloto maneje aparatos que se conducen y programan desde lejos, por control remoto. El futuro, en su aspectomacabro, nos proyecta destrucciones y bombardeos como si fueran imágenes de un videojuego que nos ahorran la crueldad y el sufrimiento que llevan consigo y nos habitúan a banalizar la violencia y la muerte.
Un futuro esplendoroso que, no obstante, arrastra dificultades del presente y errores del pasado. Un futuro no exento de problemas que nos acompañan sin encontrar solución, bien por codicia y fanatismo, bien por el egoísmo con el que intentamos establecer diferencias y conservar privilegios. Así, mientras avanzamos hacia el microcosmos y ampliamos los límites del macrocosmos, la paz y la seguridad internacionales siguen siendo amenazadas por guerras y conflictos sin fin. Incapaces de resolver viejas heridas que aún sangran, como el conflicto palestino-israelí, foco de tensiones en la zona, o los de Afganistán, Nigeria o Somalia, otros nuevos enervan el clima de violencia y odio que se extiende por Siria, Yemen, Libia, Sudán del Sur, etc. Guerras viejas y guerras nuevas que causan muertes y desplazan a más personas que nunca antes.
Otro cáncer que carcome las potencialidades del futuro es el terrorismo, cuyos atentados sacuden el corazón de Europa y la hacen renunciar a sus valores más preciados, como la libertad, en aras de una supuesta seguridad. Pero un futuro sin libertad no es futuro, sino retorno al pasado. Las dificultades para enfrentar esta violencia, de raíz islamista en el Viejo Continente, o mafiosa de los carteles, como en México, o ideológica, como en tantas otras partes del mundo, nos sumerge en la decepción y el abatimiento.