Español: Cara de un gato domestico (Photo credit: Wikipedia)
El gato no hace nada, simplemente es, como un rey.
Está sentado, acurrucado, tumbado. Está persuadido, no espera nada y no depende de nadie, se basta. Su tiempo es perfecto, se dilata y se contrae igual que su pupila, concéntrico y centrípeto, sin caer en ningún afanoso y monótono goteo. Su posición horizontal tiene una dignidad metafísica generalmente olvidada.
Nos tumbamos para descansar, dormir, hacer el amor, siempre para hacer algo y volvernos a levantar nada más haberlo hecho; el gato está para estar, igual que nos tendemos delante del mar sólo para estar allí, tendidos y abandonados. Es un dios de la hora, indiferente, inalcanzable.
(Claudio Magris)
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Cuando elegimos el gato como animal totémico estamos diciendo sí a la individualidad, a la integridad y a la independencia. No a una independencia aislada, sin embargo, ni a una individualidad por oposición, enfrentada a la singularidad del otro, no se trata de eso.
Gato (Photo credit: Wikipedia)
Estamos diciendo si a una convivencia responsable, compartida y administrada con precisión milimétrica, entre iguales. Como animal doméstico que ha convivido durante milenios en compañía del ser humano, el Gato, ha defendido siempre esos términos en su particular alianza con éste y, pese a quien pese, se ha salido con la suya.
Durante la Edad Media, cuando Dios era la medida de todas las cosas y el hombre ocupaba un lugar subordinado en la jerarquía del universo, el gato y los valores que éste representa fueron profundamente denostados, llegando a peligrar la pervivencia misma de la especie. En aquella Europa iluminada por las hogueras de la inquisición donde ardían, no solo brujas y disidentes del pensamiento único que propugnaba la Iglesia, sino también los gatos que a menudo eran encausados como cómplices o instigadores a las órdenes del mismo Diablo, estuvieron a punto de desaparecer de pueblos y ciudades.
La traición, la infidelidad, la malignidad o el desapego respecto de sus amos son rasgos que se les atribuyen aún hoy en día a los mininos, como herencia cultural de aquella época y de aquella concepción jerárquica del universo.
Dios, Papa y Rey ostentaban su poder incuestionable en virtud de un pacto de fidelidad y obediencia que hallaba su máxima expresión en la renuncia absoluta al albedrío individual en favor del señor natural o amo.
El valor de las personas o animales en esa cosmogonía polarizada por una dialéctica que idealizaba el poder de lo absoluto, se establecía en términos de vasallaje, de utilidad y de deber, de modo que la renuncia a uno mismo en beneficio de quien quiera que fuese que ostentase el cetro, se consideraba, no solo un deber, sino el más noble de los sacrificios.
Imaginémonos al pequeño gato, orgulloso y sensible, independiente y misterioso, tan tenaz en la defensa de sus estatutos individuales, defendiendo su autonomía milenaria contra las obcecadas ordas de un poder aniquilador y absoluto. A veces cuesta creer que una criatura tan frágil haya sido capaz de demostrar un coraje tan fiero sin dejarse doblegar y que haya llegado hasta nuestros días sin perecer en el intento, ni contaminarse con esa oscura herencia de manipulación, culpa, castigo y engaño.
El gato no juzga jamás, pero tampoco acepta ser juzgado. Jamás un gato ha aprendido
Cat in Barraña, Boiro, Galicia (Photo credit: Wikipedia)
nada mediante el castigo, ni ha aceptado el maltrato. Cualquiera que tenga un gato, o mejor dicho, que conviva con uno, sabe que los gatos no se dejan poseer, habrá observado que la única forma de hacerles aprender algo nuevo es estimularles para que lo interpreten como un reto o un juego. Jamás lo harán por obediencia o miedo al castigo… Es asombroso descubrir la fiereza que es capaz de desarrollar un felino cuando se siente amenazado o se le castiga. Es como si en ello le fuera la vida y, en cierto sentido, no anda desencaminado.
Pero, ¿que hay detrás de esa mirada curiosa e insondable, un minuto antes de que caigamos en sus garras?. El gato como señor de sus propios dominios solo da lo que es suyo cuando quiere y porque puede. Es por naturaleza generoso y los que hemos convivido con uno sabemos, en ocasiones para nuestro pesar y la lamentable desdicha de pájaros y ratones, que suele ofrendar a la cocina de la casa las primicias de sus presas… Del mismo modo, el gato toma lo que se le da solo cuando le conviene y lo desea, jamás por avaricia, glotonería o halago. Los cumplidos que te puede hacer un gato nunca llegan de la deuda, la culpa o la sumisión; la fuente que alimenta su agradecimiento puede fluir del interés, pero tratará de “engatusarte” siempre con gracia y destreza, jamás intentando inspirar compasión o manifestando dependencia. ¿Es pues esa individualidad insobornable lo que tanto nos desconcierta?. ¿Es esa entereza y resolución incontestables lo que nos desafía, haciéndonos amar u odiar al mas pequeño de los felinos?
(Sergio Blancafort)