La historia comienza en tribunales, donde un aburrido auditorio compuesto por tres médicos y un juez escucha pacientemente la historia clínica de Luchi, un profesor universitario que había sido internado en un psiquiátrico luego de agredir a su esposa y a un compañero de trabajo en un brote psicótico. Ahora ya recuperado, según resuelve este reducido grupo, Luchi puede volver al hogar y es donde comienza el meollo de la cuestión contado aún y como lo caracteriza Sorín, con tintes minimalistas y sin demasiadas explicaciones. Todo se suma a un devenir de momentos tensos vistos desde la mirada de Beatriz, la esposa, que duda todo el tiempo sobre la calidad
La historia funciona porque está muy bien armada con poco, con actuaciones sobresalientes y momentos que podrían referenciarse al propio Hitchcock o Poe. Y no suena exagerado describirla de esa manera cuando su desarrollo es bien clásico, tan clásico que hasta parecería teatral, lo que quizá le chirríe a varios en una época donde poco se cultiva géneros como estos, de esta forma.
La destreza con que Sorín pone al espectador mismo en duda sobre quién es realmente el insano en esta historia utilizando recursos bien conocidos pero no por ello manidos es destacable y entrentiene a más no poder, agita constantemente con su atmósfera cerrada y agobiante y deja zumbando por llegar a un final que no será el mejor para el gusto de quien les escribe pero no desmerece su visionado. Un final que al comienzo del film piden no develar posteriormente, y es que aunque un tanto previsible no deja de intentar ser sorpresivo aun cuando pensé honestamente que este director podría haber ganado más puntos con un final abierto, de esos que dejan discutiendo qué pasó realmente, así dudoso como es el planteo general.
Lo mejor del film por lejos: el primer plano de Luque mientras Beatriz le cuenta su visita al psiquiatra. ¡Cómo amo a este tipo!
8/10