"Había terminado ya el rezo cotidiano del rosario."
A veces lo que ocurre alrededor de una historia da para otra novela. Giuseppe Tomasi di Lampedusa murió sin ser un escritor publicado. Es más, ni siquiera pensó en toda su vida en escribir hasta que un primo suyo comenzó a tener éxito como poeta. Convencido de que podría hacerlo mejor que su familiar, Giuseppe empezó a escribir "El Gatopardo". La envidia, y solo la envidia, fue el motor de la creación de la que muchos consideran una obra maestra de la literatura. Hay que darle las gracias al tal Lucio Piccolo por haber despertado ese sentimiento. Ironías de la vida, Lampedusa se consagró una vez que su cuerpo ya estaba bajo tierra, mientras que a su primo lo fueron olvidando. ¿Y qué es mejor? ¿Gozar de reconocimiento en vida y ser ignorado al desaparecer de este mundo? ¿O no llegar a ver tu obra publicada pero convertirte en un clásico inmortal aunque ya no puedas escuchar las críticas ni los halagos?
Hay un rincón en Sicilia en el que podríamos reflexionar tranquilamente sobre esto...