El genio

Publicado el 05 junio 2014 por Premierlspain

Hay dilemas que un hombre no llega a plantearse. En el caso del genio, le sobrevuelan a cierta distancia; distancia del conocimiento, pero no de la probabilidad. El superdotado conoce la naturaleza del problema, sabe de su magnitud, de sus antecedentes y de sus consecuencias. Pero no teme que suceda. Más que falta de miedo, es conocimiento del medio. Y el genio, en este caso del balón, jamás pensó que fuera a pasar. Hay amores que nunca ceden…

Hacía tiempo que la pelota no respondía sus llamadas, no atendía sus deseos como años ha. Ya no juntaban emociones como dos jóvenes primos en una merienda feliz. Hacía meses que la ilusión se había convertido en necesidad, y que el apoyo de los compañeros se había transformado en reproches. Ellos mismos sabían lo oportunista y, sobre todo, lo estúpido de recriminar a un genio. Sabían que cuando se busca el talento, éste se escabulle. Corre a través de los minutos y de los días, como una cuerda tensa que define la línea temporal. Es de conocimiento popular que caerá tarde o temprano y que todo volverá a la normalidad. Pero el genio no puede controlar el momento ni el lugar. Simplemente puede esperar a que su don no se sienta amenazado. Cuando acabe la persecución, saldrá de su escondrijo.

Hacía tiempo que la pelota no volaba como antes. El genio lanzaba los sombreros más telegrafiados que recordaba y, para colmo, éstos parecían caer fulminados, aplastados por el aire que en épocas de bonanza se mostraba amable con él y con el destino que proponía para su amiga redonda. El genio se abonaba a la felicidad geométrica cuando su colega golpeaba la escuadra y entraba dentro con una envidiable precisión. Era una situación que por repetición jamás provocaba mala digestión, sino frecuentes ramilletes de felicidad. Era una comunión entre la voluntad, el trabajo, una maravillosa aptitud y una ola generosa de fortuna. Era el mejor sueño de medianoche que con el tiempo, pareció deslizarse entre las estrellas.

Hacía tiempo que los domingos parecían jueves por inertes, que los sábados habían heredado la pereza de los lunes y que los miércoles se pasaban exámenes antes imperceptibles para las preguntas del genio. He aquí otro enigma que le atormentaba. Se había encontrado tan lleno de respuestas futbolísticas que cuando llegó la época de las preguntas, no sabía ni dibujar el signo de interrogación. Había subido tan rápido y fácil que ignoraba la altura que había alcanzado. Y como no sabía preguntar, jamás había reflexionado sobre cómo afrontar una bajada sin que ésta finalizara en caída. Una mierda que le indignaba, un problema a solucionar. Una pelota desorientada al mismo tiempo que un quilombo de pelotas.

Hacía tiempo que el genio no recibía recomendaciones y menos desde la tierra. “Solidarízate con tus compañeros, merécetelo”, le decían. Le pedían que bajara a la tierra de los esfuerzos y se impregnara de la rutina del barro, quizá sin saber que lo que de verdad necesitaba era llevar menos peso encima. Buscaba y buscaba el genio. Encontró los consejos infructuosos de un entorno tan perdido que acabó sin saber qué era lo que rodeaba. Naufragaba poco a poco el genio en un mar de llamadas perdidas, mensajes confusos y dinero sin alma. Hasta intentaba buscar la respuesta en el olor del césped recién cortado, en la única compañía del cemento gigantesco.

Hacía tiempo que el genio no había parado. Y de repente paró. Miró a su alrededor, tocó sus manos y se sintió muy humano. Desgraciadamente para él, no percibía distancia alguna respecto a su humanidad. No notaba altura en sus pies, no sentía esa ligera brisa que le hizo sentir especial durante tantos años. Y fue esa sensación la que le dio la respuesta. Tras tanto buscar y preguntarse, tras tanto pensar y probar, nada de eso había servido. Cualquier otro hubiera tardado mucho más en darse cuenta. Él, sin embargo, ya veía que el problema no iba a esperar más, que el dilema había llegado. ¿Y si el amor había terminado?, ¿y si el genio había perdido para siempre su don?

Como no había mejor respuesta que una buena pregunta, en su primer envite levantó el genio la cabeza al mismo tiempo que corrió hacia la pelota. Con el entusiasmo de quién quiere recuperar aquellas sonrisas de las primeras citas, movió delicadamente su pierna izquierda y se colocó para elevar la pelota por encima del rival. Con la mayor destreza, encogió los dedos del pie y levantó la pelota con un pequeño golpe de azada. Y el balón subió. Y subió. Y subió tanto que bajó cargado de gloria y de preguntas para el viento, para esa considerada brisa, para otro de los amigos del genio.

Y es que hay amores que nunca ceden.

JOSÉ MANUEL PORTAS