El gigante de ínfimo tamaño. Cuento infantil

Por Harendt

 EL GIGANTE DE ÍNFIMO TAMAÑO. Cuento infantil


Este cuento lo escribí para mi hija Ruth, 

el 28 de febrero de 1983,

el día de su cuarto cumpleaños


Granbrutus era un gigante muy gigante. Era tan grande tan grande que cuando se levantaba de su cama por la mañana no necesitaba lavarse la cara: era suficiente que la acercara a las nubes más próximas y la humedad le lavaba y preparaba la barba, dejándola algodonosa como jabón; luego, frotaba dos nubes entre sí, y cuando surgía, brillantísimo, el rayo, y el trueno hacía retumbar hasta los cimientos de las cuevas más profundas, lo apresaba en su camino hacia tierra y utilizándolo como una navaja, con la cortante hoja al rojo vivo, se rasuraba la barba y el mostacho de raíz.


Granbrutus se jactaba de ser el gigante más grande del país de los grandes gigantes, y se reía de todos los demás seres, a los que apartaba de su camino a puntapiés entre risotadas e insultos.


Un día que Grabrutus se quedó adormilado tras una gran comilona, acertó a pasar por el tronco donde apenas apoyaba su cabezota un humildísimo gusanito de seda que apenas medía tres centímetros. Minigús, que así se llamaba el gusanito, era un pequeñísimo gran filósofo. Su indefensión era tan evidente que Minigús pensaba que no merecía la pena enfadarse con nadie, pues cualquiera podría aplastarlo con tan solo soplar un poco más fuerte del esfuerzo que se necesitaba para respirar.


Minigús iba pensando en cosas muy profundas cuando vio ante sí una cueva enorme y oscura que se encogía y dilataba rítmicamente mientras que un viento enorme surgía de su interior. Avanzó hacia la entrada de la gruta agarrándose con sus patitas a una especie de ramas retorcidas y sedosas que se encontraban como una maraña boscosa de hojas rodeando la entrada. Gracias a ellas podía sostener en pie y así evitar que el periódico resoplido del gigante, pues en realidad estaba asomándose a su nariz, le impulsara violentamente hacia atrás.



Molesto por el picorcillo que le producían sobre la nariz las patitas del gusanito, Granbrutus se despertó, abrió un solo ojo y vio ante sí a Minigús. Desafiante e irritado le gritó: ¡He, bicho asqueroso!, ¿qué haces ante mi nariz?, ¿no sabes que de un solo resoplido puedo enviarte a las estrellas?


Minigús, incorporándose sobre su último par de patitas para parecer más alto, y mirándole fijamente a los ojos, le contestó con su suave vocecita: ¡No me das miedo, pequeño gigante. Ya sé que puedes hacerme volar con un solo resoplido, pero tú no eres mucho  más grande que yo!. ¿Has mirado al cielo alguna vez? Deberías hacerlo más a menudo, y pensar. Mira, siguió Minigús, tú no eres más que un insignificante gigante comparado con el país de los gigantes; y el país de los gigantes es pequeño comparado con la Tierra en donde estamos; y la Tierra es solo el tercero de los planetas que giran alrededor de una estrella pequeñísima de una galaxia situada en un extremo de una de las miles de millones de constelaciones del único universo que conocemos, ¿de qué te jactas pues, pequeño gigante?



Terminado su discurso, Minigús, más tranquilo apoyó de nuevo todas sus patitas en la cara del gigante y se alejó barbilla abajo con toda dignidad. 


Granbutus, por su parte, nunca más volvió a insultar a ningún otro ser, pequeño o grande, que se cruzara en su camino.


FIN