Una nación en la que todo se hacía a lo grande: las torres de comunicaciones, las bombas y, por supuesto, los aviones. El gobierno ruso demostró a lo largo de los años que el construir enormes ejemplares de máquinas o armas era una buena forma de demostrar a amigos (enemigos) su capacidad técnica. Poco importaba que tales inventos resultasen luego poco prácticos. El objetivo era poner en claro que nadie podía superar esas marcas. La fortaleza volante del Kalinin K-7, diseñada y puesta a prueba en la década de los años 30, no fue una excepción.
Se trata de uno de los trabajos más importantes que realizó el diseñador Kalinin. Denominado a veces “K-7” a secas, el Kalinin K-7 fue un super bombardero que requería de 11 tripulantes para hacerlo volar. Fue diseñado entre las dos guerras mundiales, pero curiosamente no llegó a participar de ningún conflicto. La “versión civil” -aseguraban los ingenieros- sería capaz de transportar hasta 120 pasajeros. Pero la que más les interesaba era la función militar, capaz de transportar hasta 9.000 kg de bombas repartidas entre sus dos bodegas. Tenía una longitud total cercana a los treinta metros, y su envergadura era de 53 metros. Pesaba más de 24 toneladas, y podía mantenerse en el aire gracias a una superficie alar de 450 metros cuadrados.
Tuvieron que agregar un motor extra en la parte central del ala trasera (entonces no había motores a reacción). Empujar semejante mole no era una tarea sencilla. El trabajo estaba a cargo -al menos inicialmente- de seis motores Mikulin AM-34 F de 750 cv cada uno, repartidos a lo largo del ala principal. Pero a la hora de probar el primer ejemplar de K-7, los ingenieros tuvieron que agregar un motor extra en la parte central del ala trasera, porque el peso del avión era mayor al planificado. Su velocidad máxima era de 225 km/h. Para resistir todo este peso, la estructura del fuselaje fue construida como una estructura de acero al cromo-molibdeno soldada con autógena.
La cabina del piloto y navegante, la del artillero de proa y los habitáculos para el bombardero se proyectaban desde la gigantesca estructura del ala principal. La doble deriva estaba sustentada sobre dos largueros, en cuyo extremo trasero había dos artilleros más. El tren de aterrizaje doble se encontraba debajo de dos especies de góndolas que a su vez soportaban el peso del ala.
Sobre ellos se encontraban las bodegas de las bombas y sitio para otros dos artilleros. El armamento estaba compuesto por seis ametralladoras ShKAS de 7,62 mm.
El único K-7 que se construyó realizó su vuelo inaugural el día 11 de agosto de 1933. No es difícil imaginar la enorme alegría que habrá causado ese evento en las personas que trabajaron en el proyecto. En esa época no había nada ni remotamente parecido, y ver volar a un avión que según el “The World’s Worst Aircraft – From Pioneering Failures to Multimillion Dollar Disasters” de Jim Winchester, tenía casi el mismo tamaño que un B-52.
El 21 de noviembre de 1933 el Kalinin K-7 se estrelló poco después del vuelo inaugural debido a un daño sufrido en la estructura de una de las dos derivas. Además de destruirse el avión, murieron las 14 personas que se encontraban a bordo del aparato y otra más que se encontraba en tierra en ese momento. El gobierno ruso ordenó que se construyeran dos prototipos más, pero en 1935 el proyecto fue abandonado antes de que las aeronaves estuviesen terminadas. La historia del K-7 fue muy corta, pero no por ello poco interesante.
¿Hubiese cambiado el curso de la Segunda Guerra Mundial un avión como este? Es difícil de responder a semejante pregunta, sobre todo por que su baja velocidad y gran tamaño lo hubiese convertido en un blanco perfecto para los aviones y defensas enemigas. Quizás en los pocos años que transcurrieron entre el desarrollo del K-7 y la Segunda Guerra Mundial los rusos hubiesen tenido oportunidad de mejorar su diseño, aunque parece poco probable. Como sea, este gigante del aire se ganó por merito propio un lugar en la historia de la aviación.