El gobierno de Pedro Sánchez reúne todos los rasgos de la tiranía: oculta la verdad, miente, engaña a los electores haciendo lo contrario de lo que prometió en campaña, sube los impuestos, interviene en la Justicia, odia, restringe las libertades, odia la religión, compra votos a cambio de lo que sea, renuncia a toda ideología que le estorbe, abraza con fe ciega el culto al poder, compra o amordaza a los medios de comunicación para que no exista otra verdad que la del poder y le tiene pánico a los hombres y mujeres que se informan, piensan y opinan libremente.Por ahora respeta más o menos la legalidad vigente, aunque exhibe una tendencia enfermiza a violar la legislación utilizando trochas y trucos, como hizo durante su etapa de gobierno provisional utilizando, como nunca nadie se había atrevido a hacer, el poder y los decretos para ganar voluntades y votos, sufriendo hasta una condena directa por parte de la Junta Electoral.
Un gobierno así es un castigo para cualquier pueblo que lo padezca y debería contar con la oposición activa de los ciudadanos porque constituye un peligro para la libertad y para la vida misma.
El episodio del "Pin parental" ha demostrado que el "sanchismo" es una vulgar tiranía, por el momento contenida porque España está insertada en Europa y tiene un pueblo libre y leyes que más o menos defienden las libertades y derechos, pero nadie en su sano juicio duda que si Sanchez pudiera avanzaría con su poder sin controles hacia los territorios que ocuparon Lenin, Stalin, Hítler, Musolini, Mao, Fidel y el coronel Hugo Chaves.
Por eso, resistirse al "sanchismo", además de un deber para todo ciudadano demócrata y decente, es también cuestión de vida o muerte para España y los españoles.
Es cierto que Pedro Sanchez actual no ha desarrollado todavía por completo los rasgos siniestros del tirano, aunque sí algunos muy preocupantes, pero no es menos cierto que su personalidad, con rasgos considerados psicopáticos por muchos analistas y psicólogos, apunta claramente hacia la tiranía.
La mejor manera de comprobarlo es analizar los rasgos propios del tirano:
Los tiranos, además de pánico a la libertad, viven rodeados de lujo y les encanta impresionar con su poder a sus pueblos, a los que intimida cada vez que puede exhibiendo su fuerza y recursos. Los viajes en el Falcon, las concesiones a los que le apoyan, los castigos a los que se le oponen, su enfermizo culto a la mentira y su opacidad siniestra son rasgos genuinos de la tiranía.
Los tiranos son corruptos, egocéntricos y pervertidores natos. Les encanta envilecer a sus pueblos, convertirlos en depravados sexuales y en cobardes. Pero les encanta, sobre todo, imponer su voluntad públicamente, sin convencer, venciendo, sin argumentar, por puro ejercicio de fuerza. El castigo a la Andalucía que ha osado expulsar a los socialistas del poder, al intervenirle sus cuentas y retenerle pagos, es una actuación típica del tirano vengativo, rebosante de soberbia.
Les encanta rodearse de aduladores y sus asesores suelen ser más conspiradores y estrategas que pensadores y filósofos. Los tiranos convierten a sus favoritos en superministros y le dotan de poder especial, exactamente lo que ha hecho Sánchez con su gurú Iván Redondo.
Para el tirano, lo importante es ganar, como sea y a costa de lo que sea, sin escrúpulos, y a veces se desbocan tanto que hasta sus adláteres tienen que contener su ira. También son capaces de humillarse y de reptar como serpientes, siempre que esa humillación les sirva para ganar poder y vencer. Traicionan a sus enemigos y también a sus amigos. Son vengativos y les encanta gozar de la venganza fría. Jamás perdonan a quienes les plantan cara o les critican. Son verdaderos lobos acostumbrados a la carne fresca, pero disfrazados de piel de oveja.
No les gusta la confrontación directa, aunque si las maniobras silenciosas y envolventes desde lo oscuro. Si un país le declara la guerra, tiembla de miedo y pide la paz, aunque tenga que hacer concesiones inauditas. Cuando el pueblo se le rebela, reacciona igual, como una gallina asustada, pero guarda en su interior el ácido envenenado de la venganza, para cuando tenga la oportunidad de descabezar y aplastar.
No tienen dignidad y no les importa que le refrieguen por el rostro sus contradicciones y mentiras y son tan arrogantes y soberbios que no les importa que las hemerotecas reflejen sus falsedades una y otra vez.
Recuerdo al viejo presidente italiano Sandro Pertini, que una noche, en mi casa de Roma, cuando yo era corresponsal de la Agencia EFE, en una cena que organicé con periodistas españoles, nos describió a un tirano de esa calaña y no hizo falta que le pusiera nombre porque todos sabíamos que se refería al socialista Bettino Craxi, después condenado por los jueces de Manos Limpias y exiliado a Túnez. Pertini, un viejo sabio sin pelos en la lengua y un socialista decente, de los antiguos, dijo aquella noche algo parecido a lo siguiente: "Los pueblos que tienen la mala suerte de ser gobernados por este tipo de políticos se acercan al cadalso y estarán en peligro de muerte hasta que no se liberen de ese mal".
Francisco Rubiales