El auge del anarquismo se detecta, sin embargo, en dos ámbitos convincentes: en las encuestas, que reflejan ese sentimiento en muchos de los ciudadanos que son interrogados, y en Internet, donde las páginas, blogs y portales de inspiración anarquista han crecido exponencialmente en los últimos años.
Nadie habla de ese tema porque es tabú, un secreto incómodo para los políticos y las clases dominantes, pero en la España de Zapatero vuelve a fortalecerse el pensamiento anarquista, como en los tiempos ignominiosos de Fernando VII, como ha ocurrido siempre que el país se sintió oprimido o presa del abuso de poder, la corrupción y el mal gobierno.
La agonizante monarquía borbónica, baluarte de una España injusta de caciques y señores feudales, conoció en el siglo XIX y principios del XX un poderoso incremento del anarquismo que marcó la convivencia española con rebeliones, atentados, desacatos a la autoridad y miles de boicots y actos de rebeldía. El anarquismo fue protagonista destacado en la guerra civil de 1936 y disputó el poder en el bando republicano a una alianza entre socialistas y comunistas que sólo se impuso gracias a la ayuda de Stalin.
Hoy, cuando el poder en España vuelve a ser injusto, corrupto, clasista, arrogante y ajeno a los intereses del pueblo y al bien común, el anarquismo surge de nuevo como emanación pura de la indignación popular y del deseo de acabar con los abusos de una casta que, además de injusta y arbitraria, es torpe e inepta.
El sentimiento dominante del anarquista es el odio al Estado y al gobierno, algo que no ha parado de crecer desde que Zapatero ganó las elecciones de 2008 y quedó claro que conduciría a España hacia el fracaso, como finalmente ha ocurrido.
Sentimientos derivados y subsidiarios de ese odio básico al Estado son el desprestigio de la clase política, el rechazo al sistema, el avance de la abstención y de los votos blancos y nulos, el castigo al gobierno en las urnas y un rechazo a programas de recaudación fiscal que son considerados como abusivos e injustos.
Los nuevos anarquistas españoles no son terroristas dispuestos a poner bombas y a morir con tal de llevarse por delante a algún político odiado, sino gente pacífica, que ha creído en la democracia, que se siente engañada y estafada por el poder político y que, por culpa de la ineficacia y del comportamiento predador del sector público, cada día siente más rechazo y hasta odio a sus gobernantes.
Otras consecuencias típicas del auge anarquista son el rechazo a lo público, la creciente organización de los ciudadanos en foros e instancias ajenas al poder político y el rechazo absoluto a los partidos políticos.