“Se juzga a un pueblo por la forma de sepultar a sus propios muertos”. Pericles, 495-429 antes de nuestra era. “Sólo cuando el futuro es cierto como realidad positiva, se hace llevadero también el presente.” Benedicto XVI.
Tal vez, en estos terribles momentos en los que en España nos acercamos a los 20.000 muertos –oficialmente- debido a la epidemia de coronavirus, haya quienes consideren que lo mejor es alegrarse de estar vivos, celebrarlo, bailando, cantando, asomándose a los balcones… y huir de la muerte. Porque, al fin y al cabo ¿de qué sirve ahora ocuparse de los muertos que, muertos están, y poco o nada se puede hacer por ellos?
El gobierno, al frente del cual están Pedro Sánchez y Pablo Iglesias, se ha empeñado en desterrar de la crisis de salud pública que, estamos sufriendo , una realidad tan innegable como lo es la muerte; son cientos, miles los intentos de evitar nombrarla, de inútiles circunloquios y eufemismos inútiles, para borrar su nombre y excluirla de nuestra vida cotidiana, como si hurtando información, falseando la realidad, por arte de birlibirloque (arte de birlar, hurtar o estafar de repente, por sorpresa, con destreza y maestría) pudieran cambiar nuestra triste, trágica realidad diaria.
Claro, que, somos muchos los malpensados que, hemos llegado a la conclusión, hace ya muchos días, de que su verdadero propósito no es hacerle a la gente más llevadero, soportable, confortable, el arresto domiciliario al que nos obliga el gobierno desde hace más de un mes; sino el de tapar sus vergüenzas, blanquear, endulzar su mal hacer, sus desatinos, sus maldades, su negligencia criminal…
La pérdida de un ser querido es la experiencia más dolorosa, más dramática por la que pueda pasar cualquier persona.
El gobierno frente-populista está frivolizando la muerte de miles de españoles, negándoles el honor y la ternura que se merecen, mostrando una insensibilidad antes nunca vista ante el enorme dolor de los miles de compatriotas que están perdiendo a sus seres más queridos.
Al mismo tiempo, el gobierno nos trata a todos los españoles como si fuéramos niños a los que, cuando muere un familiar se les aleja de la muerte, se les impide que vayan al velatorio, se les oculta la muerte del fallecido, con la intención –dicen- de evitar que sufran, no sea que la experiencia los deje perturbados para el resto de sus vidas…
Hasta tal extremo han llegado que, ni siquiera han decretado algún “minuto de silencio” para honrar a los caídos por coronavirus, en los múltiples actos institucionales que se suceden estos días, o en las constantes comparecencias del presidente y los restantes miembros del consejo de ministros en el Congreso de los Diputados, o en las kilométricas intervenciones de los diversos “expertos” y demás funcionarios, en las diversas televisiones, ruedas de prensa o mítines de fin de semana de Pedro Sánchez. Es vergonzoso que aún no hayan decretado ni un solo día de luto nacional… Al parecer, el gobierno de Pedro Sánchez es de la opinión de que los cementerios son simplemente el “punto limpio” de nuestros pueblos y nuestras ciudades para depositar cadáveres.
Algunos, por el contrario, pensamos que el cuerpo humano muerto es –como decía Francisco de Quevedo– “polvo enamorado”, depósito de una historia, de las ilusiones prendidas en cada edad, un peregrino que inicia el último y gran viaje.
Quienes en estos tiempos están perdiendo a sus padres, a su esposo, o esposa, a sus hermanos… es seguro que no lo están viviendo de forma lúdica, festiva, frívola, tal como nos tratan de hacer creer los medios de información (regados generosamente con nuestros impuestos, por parte del gobierno de Pedro y Pablo) para los cuales nuestros muertos son simples números de una curva, dígitos deshumanizados. A las miles de familias que han perdido a algún ser querido no les debe hacer mucha gracia, muy al contrario, se les debe de hacer insoportable no poder enterrar a sus muertos, y ni siquiera hacerles un funeral como se merecen, “como Dios manda”.
En estos difíciles instantes por los que atraviesan miles, cientos de miles de españoles, me planteo lo horrible que lo tienen que estar pasando, al no poder velar a sus familiares ni poder acudir a su entierro. Y lo digo por experiencia; siempre recordaré que, debido a la manera trágica en la que murió mi padre; mi madre, mis hermanos, y yo apenas pudimos despedirnos de él… porque así lo decidió la autoridad judicial…
Enterrar a los muertos es posiblemente una de las obras de misericordia más importantes en nuestra civilización occidental, en la cultura judeocristiana. Parece que las terribles imágenes descritas en los relatos de la mal llamada gripe española de 1918 (que realmente se originó en Francia), que causó más de 50 millones de muertos en el continente europeo, regresan de nuevo... El dolor de familiares y amigos es idéntico. Y los gobernantes nos impiden acompañar a nuestros muertos, nos prohíben despedirlos como merecen, si la causa de su muerte es el maldito coronavirus.
Posiblemente nuestra sociedad necesita re-aprender a morir con dignidad. La muerte es una asignatura pendiente de nuestra sociedad. Como también lo es aprender a enterrar a nuestros muertos digna y amorosamente.
El ritual de despedida sigue siendo un momento importante para los vivos que, imprescindible para ayudar a convivir con la tristeza (y también con la furia). La fe, sin duda, es un valor añadido, y más para quienes “creen en la resurrección de la carne, y en la vida eterna”.
Dar sepultura a un muerto es un acto religioso, de higiene y de amor hacia el difunto; sepultar a un muerto es una necesidad que dice mucho de quien lo practica y la sociedad de la que forma parte.
La muerte de un ser querido nos destroza, rompiéndonos violentamente por dentro. Con la muerte, se junta todo y se despiertan todos los males del mundo: la soledad, la depresión, el odio hacia un hermano que no quiso saber nada de la enfermedad de papá o de mamá, pero viene hoy para pedir la parte de la herencia que le corresponde, etc.
Enterrar a los muertos es una de las Obras de Misericordia («buenas obras» por excelencia, pues están dirigidas hacia el prójimo y a manifestar la gloria de Dios) que, nos propone el Evangelio de Jesús.
Para un cristiano enterrar a sus muertos no es un simple ritual sin contenido, es una obra de misericordia corporal que posee un fuerte componente espiritual, porque implica el acto de rezar por los difuntos; cuando se despide cristianamente a alguien, se obliga a los que aquí quedan a reflexionar sobre la muerte, acerca del valor de la vida y de la esperanza de la resurrección. Cuando los cristianos rezan por sus difuntos, no sólo lo hacen para honrarlos y como muestra de respeto; acompañan a sus rezos de esperanza impregnada de amor, gratitud y consuelo hacia los familiares del fallecido, a quienes se acompaña en su dolor.
Misericordia, conmoverse por la desgracia ajena y brindarles nuestro apoyo, nuestra ayuda, es también acompañar a los vivos en la espera, en esos días difíciles de desasosiego y de acostumbrarse a la pérdida. Acompañar cerca o lejos, con la palabra o el silencio –nunca se sabe bien–. Evitarles –si es posible–los tópicos. Es acoger su dolor, sin forzarles a pasar página demasiado rápido. Es lidiar con las incertidumbres. Es cuidar también que las despedidas sean dignas. Honrar la memoria de los que se van y procurarles la clase de despedida que ellos hubieran querido.
Y, por supuesto, ayudar a alguien que está sufriendo por la pérdida de un ser querido, requiere en muchas ocasiones darle un toque de atención, para que se ocupe de sí mismo, para que no se abandone, para que vuelva a la vida, para que se mime, para que se quiera,… como él o ella haría –sin duda- con su mejor amigo.
Y ya para finalizar, el mejor acto colectivo que podemos hacer para honrar a nuestros muertos, es exigir que quienes pueden, destituyan al gobierno de ineptos que con su negligencia criminal nos han traído hasta aquí, que los miembros –decentes- del Congreso de los Diputados nombren a un gobierno provisional, integrado por expertos, por personas de demostrada experiencia de gestión.
Al frente de ese gobierno de salvación nacional debería estar un “Cincinato” (que, no busque su interés ni su beneficio personal y que con certeza no tenga la tentación de abusar del poder, ni perpetuarse en él), que la primera decisión que tome sea llevar a Pedro Sánchez, Pablo Iglesias y sus secuaces ante los tribunales para que se haga justicia y se les castigue como corresponde.
Es imprescindible, sin duda, que se nombre a un “Cincinato” para que gobierne sabiamente, y sirva de timonel durante el tiempo que dure esta maldita crisis, que está destruyendo la convivencia, la economía… y amenaza con destruir la Nación Española.
Insisto: esa es la única manera de honrar a nuestros muertos.
Carlos Aurelio Caldito Aunión
Nota: Lucio Quincio Cincinato fue un romano que vivió en el siglo V a.C. De origen patricio, llegó a ser cónsul, general y, cuando el Senado romano se lo pidió para situaciones de extrema gravedad, dictador. Lo que hoy entendemos por dictador es absolutamente diferente de cómo lo entendían en la Roma clásica. Al dictador romano iban a buscarle los representantes de la ciudad para que, en un puntual momento de dificultad, dadas sus especiales y excepcionales cualidades, poseyera todo el poder en sus manos para servir y defender a la República, por un plazo máximo de seis meses. Cumplido su cometido, el dictador finalizaba su mandato y retomaba sus actividades cotidianas. Cincinato fue siempre el mejor ejemplo para los antiguos romanos de honestidad, austeridad y servicio al interés general por encima de ambiciones personales.