Esos vínculos se mantienen hoy en día con el saqueo en Siria de más de mil de fábricas de ese país que han sido desmontadas pieza por pieza y trasladadas a Turquía. Y también con el robo de numerosos bienes arqueológicos sirios que se venden en Antioquía ilegalmente, pero bajo la protección del Estado turco. Al cabo de una docena de años de gobierno del AKP, Turquía tiene actualmente el record mundial de detenciones de oficiales superiores (más de dos tercios de los generales y almirantes), de líderes políticos –incluyendo parlamentarios–, así como de periodistas y abogados tras las rejas. A pesar de ello, y en lo que constituye una prueba flagrante del doble rasero global, Turquía sigue siendo considerada una «democracia», sigue siendo miembro de la OTAN y el procedimiento de adhesión de Turquía a la Unión Europea sigue su curso. La estrategia del ministro turco de Relaciones Exteriores Ahmet Davutoglu, tendiente a sacar el país del estancamiento en que se le ha mantenido desde la dislocación del Imperio Otomano, lo cual pensaba lograr resolviendo los problemas con sus vecinos, comenzó siendo un éxito pero actualmente se ha convertido en una pesadilla. La prematura certeza sobre un inminente derrumbe del Estado sirio y un subsiguiente desmembramiento de Siria llevó al AKP a actuar con la mayor arrogancia y a enemistarse nuevamente con todos y cada uno de sus vecinos. Durante el periodo de mejoría de sus relaciones internacionales, Turquía registró un crecimiento espectacular: 9,2% en 2010. El señor Erdogan prometía en aquel entonces que convertiría el país en el 10º productor mundial. Otra ilusión. A raíz de las guerras contra Libia y Siria, el crecimiento turco cayó al 2,2% en 2012 y el país parece dirigirse a la recesión en 2013. A medida que iba instalando su dictadura, el AKP modificó su política y ha ido perdiendo su base popular. En el momento de las elecciones legislativas de junio de 2012 disponía de un 49,83% de los sufragios válidos, lo que cual le garantizaba una muy amplia mayoría en el seno de la Gran Asamblea Nacional. Pero al aplicar las directivas de la Hermandad Musulmana tendientes a «islamizar la sociedad», el AKP ha perdido el contacto con los alevíes, con los kurdos y con los sunnitas favorables a una organización laica del país. Y se ha convertido así en una formación minoritaria –como quedó demostrado durante la oleada de manifestaciones que se inició en junio en la plaza Taksim– que hoy ha optado por encerrarse en el autoritarismo.
por Thierry Meyssan
El veredicto del proceso Ergenekon no ha provocado grandes reacciones en el plano internacional. La prensa se ha mostrado cuando más escéptica y ha subrayado la ruptura que viene confirmándose en Turquía entre los sectores laicos y la Hermandad Musulmana. Para Thierry Meyssan, este proceso no es otra cosa que justicia de excepción y se concluye con el encarcelamiento de todos los líderes contrarios a Estados Unidos. En otras palabras… es un golpe de Estado.
Esos vínculos se mantienen hoy en día con el saqueo en Siria de más de mil de fábricas de ese país que han sido desmontadas pieza por pieza y trasladadas a Turquía. Y también con el robo de numerosos bienes arqueológicos sirios que se venden en Antioquía ilegalmente, pero bajo la protección del Estado turco. Al cabo de una docena de años de gobierno del AKP, Turquía tiene actualmente el record mundial de detenciones de oficiales superiores (más de dos tercios de los generales y almirantes), de líderes políticos –incluyendo parlamentarios–, así como de periodistas y abogados tras las rejas. A pesar de ello, y en lo que constituye una prueba flagrante del doble rasero global, Turquía sigue siendo considerada una «democracia», sigue siendo miembro de la OTAN y el procedimiento de adhesión de Turquía a la Unión Europea sigue su curso. La estrategia del ministro turco de Relaciones Exteriores Ahmet Davutoglu, tendiente a sacar el país del estancamiento en que se le ha mantenido desde la dislocación del Imperio Otomano, lo cual pensaba lograr resolviendo los problemas con sus vecinos, comenzó siendo un éxito pero actualmente se ha convertido en una pesadilla. La prematura certeza sobre un inminente derrumbe del Estado sirio y un subsiguiente desmembramiento de Siria llevó al AKP a actuar con la mayor arrogancia y a enemistarse nuevamente con todos y cada uno de sus vecinos. Durante el periodo de mejoría de sus relaciones internacionales, Turquía registró un crecimiento espectacular: 9,2% en 2010. El señor Erdogan prometía en aquel entonces que convertiría el país en el 10º productor mundial. Otra ilusión. A raíz de las guerras contra Libia y Siria, el crecimiento turco cayó al 2,2% en 2012 y el país parece dirigirse a la recesión en 2013. A medida que iba instalando su dictadura, el AKP modificó su política y ha ido perdiendo su base popular. En el momento de las elecciones legislativas de junio de 2012 disponía de un 49,83% de los sufragios válidos, lo que cual le garantizaba una muy amplia mayoría en el seno de la Gran Asamblea Nacional. Pero al aplicar las directivas de la Hermandad Musulmana tendientes a «islamizar la sociedad», el AKP ha perdido el contacto con los alevíes, con los kurdos y con los sunnitas favorables a una organización laica del país. Y se ha convertido así en una formación minoritaria –como quedó demostrado durante la oleada de manifestaciones que se inició en junio en la plaza Taksim– que hoy ha optado por encerrarse en el autoritarismo.
Esos vínculos se mantienen hoy en día con el saqueo en Siria de más de mil de fábricas de ese país que han sido desmontadas pieza por pieza y trasladadas a Turquía. Y también con el robo de numerosos bienes arqueológicos sirios que se venden en Antioquía ilegalmente, pero bajo la protección del Estado turco. Al cabo de una docena de años de gobierno del AKP, Turquía tiene actualmente el record mundial de detenciones de oficiales superiores (más de dos tercios de los generales y almirantes), de líderes políticos –incluyendo parlamentarios–, así como de periodistas y abogados tras las rejas. A pesar de ello, y en lo que constituye una prueba flagrante del doble rasero global, Turquía sigue siendo considerada una «democracia», sigue siendo miembro de la OTAN y el procedimiento de adhesión de Turquía a la Unión Europea sigue su curso. La estrategia del ministro turco de Relaciones Exteriores Ahmet Davutoglu, tendiente a sacar el país del estancamiento en que se le ha mantenido desde la dislocación del Imperio Otomano, lo cual pensaba lograr resolviendo los problemas con sus vecinos, comenzó siendo un éxito pero actualmente se ha convertido en una pesadilla. La prematura certeza sobre un inminente derrumbe del Estado sirio y un subsiguiente desmembramiento de Siria llevó al AKP a actuar con la mayor arrogancia y a enemistarse nuevamente con todos y cada uno de sus vecinos. Durante el periodo de mejoría de sus relaciones internacionales, Turquía registró un crecimiento espectacular: 9,2% en 2010. El señor Erdogan prometía en aquel entonces que convertiría el país en el 10º productor mundial. Otra ilusión. A raíz de las guerras contra Libia y Siria, el crecimiento turco cayó al 2,2% en 2012 y el país parece dirigirse a la recesión en 2013. A medida que iba instalando su dictadura, el AKP modificó su política y ha ido perdiendo su base popular. En el momento de las elecciones legislativas de junio de 2012 disponía de un 49,83% de los sufragios válidos, lo que cual le garantizaba una muy amplia mayoría en el seno de la Gran Asamblea Nacional. Pero al aplicar las directivas de la Hermandad Musulmana tendientes a «islamizar la sociedad», el AKP ha perdido el contacto con los alevíes, con los kurdos y con los sunnitas favorables a una organización laica del país. Y se ha convertido así en una formación minoritaria –como quedó demostrado durante la oleada de manifestaciones que se inició en junio en la plaza Taksim– que hoy ha optado por encerrarse en el autoritarismo.