Este artículo es casi cinematográfico, la expectativa es de combate final. Se libró contra mí una orden de captura -permítanme reírme un poco mientras escribo “orden de captura”…, ya me reí, prosigo- y se espera con dramatismo mi respuesta.
Antes, con meticulosa paciencia le saco filo a mi hacha (verbal). Mientras lo hago pienso en mi hermosísimo país y en la nobleza de su gente, pienso en la indestructible resistencia de los presos políticos, pienso en la admirable fortaleza espiritual que ha mostrado Leopoldo López desde la cárcel, pienso en el heroísmo ciudadano que ha desafiado con entereza las demenciales arremetidas de la dictadura más disparatada de la historia latinoamericana y pienso en ti…, sí en ti que anhelas una nación más humana y más libre.
Pienso en ti -lectora, lector- que eres esa bella voz llamada Venezuela. Y escribo.
Ya afilada la única arma que sé usar: la palabra, mi hacha, comienza mi faena.
El gordito gafo
Debo confesarles que toda la imbecilidad y torpeza del madurismo me ha hecho extrañar al sátrapa embalsamado Hugo Chávez, al menos con él se contendía de manera más sutil, bordada y psicológica.
Créanme, vencerlo no fue fácil, pero se logró. No sólo en el ámbito público en el que le dimos la consabida pela en las elecciones de la reforma constitucional, sino vencerlo en un ámbito mucho más íntimo y personal, por ende humillante para él. Algún día le contaré al país y al mundo ese secreto; no, por ahora.
Lo cierto es que desde que los cubanos asesinaron a Chávez -con negligencia médica o sin ella- nos ha tocado lidiar con una locademia de pecuecos que va desde su último amado e inefable bobalicón: Nicolás Maduro; el jefe de la mafia boba: Miguel Rodríguez Torres; y últimamente, con el epítome de la corrupción y la perfidia, el gordito gafo de Diosdado Cabello (esa ladilla).
(Abro un paréntesis para pedir comprensión a mis editores por el empleo del venezolanismo “gordito gafo”. Sobre mí, la dictadura ha dicho de todo y por todos los medios públicos, no puede ser que yo no tenga la oportunidad de responder con un sugestivo y figurativo derecho a réplica. Además, como se sabe soy un “bully” conspirador).
Las últimas semanas han sido espectaculares en la lidia. Entre dimes y diretes, a veces gritos, “Diosdi” -nombre cariñoso con que he bautizado a mi bodoque contrincante; él me llamo “Gustavito”, mote vago, por cierto, para tratar a un peligroso conspirador de mi calaña- y yo nos hemos entretenido y hemos entretenido a nuestro público.
A todas luches hemos dado un buen y difamante espectáculo, hemos reducido al peor ridículo la política venezolana y hemos demostrado el desgarrador y vergonzoso circo que signa el diálogo dictatorial en tiempos de madurismo.
Al menos yo lo he hecho totalmente consciente y adrede.
Me explico.
Atizar al cerdito
Antes aclaro para que nadie se ofusque que lo de “cerdito” no se debe a la foto que se publicó en twitter junto a su familia, posterior a la publicación de mi último artículo: “El pato feo del chavismo”, donde “Diosdi” hace todo lo posible no solo por parecerlo, sino por serlo.
Mi mención del cerdito tiene que ver exclusivamente con una confesada crueldad que he arrastrado desde pequeño y que, sin control, me impulsa a atizar, molestar, arremeter contra cerditos para que brinquen, chillen, “yerren” y se retuerzan en su propio estiércol.
Lo sé, es vergonzoso, casi tan vergonzoso como nuestra política y las torturas en las que vacían excremento sobre presos políticos, pero ni mi padre que fue un consagrado psiquiatra socialista pudo curarme. He hecho mis mejores esfuerzos por remediar esta cruel tendencia, pero me ha sido imposible, menos ahora que el madurismo ha convertido la política venezolana en un establo de cerdos.
Lo cierto es que esa incurable tendencia psicológica que padezco me ha impulsado a atizar -para que yerren- a ciertos personajes que dentro del madurismo se han dedicado a perseguir, encarcelar, torturar, sodomizar o asesinar a inocentes compatriotas venezolanos.
Soy un activista declarado de la noviolencia y ésta no es una paja loca de lunáticos (por no llamarlos irresponsables o cobardes) que esperan que el perfecto tiempo de Dios se haga sobre ellos. No, la noviolencia que nos enseñó Gandhi, Luther King, Mandela o Havel, desafía al poder tiránico, lo arrostra, lo atiza y burla para motivarlo a cometer errores que desnuden su barbárico cinismo y su autocrática estupidez.
Así fue que “Gustavito”, consciente y adrede, atizó al gordito gafo de “Diosdi” para que cometiera la cinematográfica pendejada de procurar una “orden de captura” -por favor, permítanme reírme una vez más…, listo, prosigo- en mi contra por el simpático hecho de llamarlo el pato feo del chavismo.
Chávez jamás habría caído en la trampa, era zamarro y astuto, no un pendejo de siete letras como mi persecutor. Pienso inclusive que ni el jefe de la mafia boba Rodríguez Torres ni el bobalicón a toda prueba de Maduro habrían mordido el peine.
Sólo “Diosdi”, sólo él y la gorda gafedad que Chávez tanto detestó en él, fueron atizados por mi palabra.
La orden de captura y la risa
He dicho que lo único que nos unía a Hugo Chávez y a mí era el desprecio por la brutal torpeza y la corrupción a toda prueba de “Diosdi”. Miento, hay algo más pero “por ahora” no hablaré de ello. Lo haré en el momento oportuno, les juro que los sorprenderé.
Su previsibilidad -la del gordito gafo- es a un tiempo burda y ridícula. Atizarlo para mostrar el bestial secuestro de las instituciones públicas, en este caso de la justicia, no fue difícil. Sé que arriesgué de más y que incluso fui descortés con una minoría (me disculpo), pero en el marco de la lucha noviolenta -que es un “desafío” contra el poder dictatorial- por recuperar la democracia en Venezuela era urgente el riesgo.
Mi arma letal fue la palabra crítica; mi crimen, soñar en libertad. No sé muy bien quién sea mi víctima ni si la juez me sentenciará con una ridícula pena que me obligue a dejar de soñar, pero debo confesar que, pese a mi risa, la orden de captura que me costó el atrevimiento me honró y enalteció. Lo logré.
Hoy gracias al madurismo y a la torpeza del gordito gafo paso a formar parte de ese grupo selecto y admirado de individuos que, como Cristo, Gandhi, Luther King, Havel o Mandela, en su tiempo fueron perseguidos y acusados por desafiar al poder dictatorial.
Y pese a que soy parte de una nación que padece en bloque una orden de captura por soñar en libertad, seguiré…, mi destino, tu destino, el destino de esa bella voz que somos juntos: Venezuela, es la libertad.
El hacha está afilada y sé que lo vamos a lograr.
¿Quién está cansado?
Yo no…, yo sigo.
Fuente: Noticiero Digital