Sin libro por leer en casa, súbito asalto
a la Biblioteca Pública de la Sagrada Familia. Me llevo un buen botín. Una
antología poéticade Jorge Guillén
(una recomendación de Gil de Biedma), Las
ciudades invisibles de Italo Calvino (un libro que comenté con Dissortat,
tan hermoso como un nuevo albor y tan frío como un témpano de hielo), poesías
de Allen Ginsberg (algún destello, pero, psé-psé, ¿no estará sobrevalorado?) y
el Tokio Blues de Haruki Murakami (el
libro que lo hizo famoso. Una recomendación vox populi). El Gordo, en
noviembre.Luego, como abajo hay un mercado, compro
alubias y lentejas. Más tarde mi mujer añadirá a la compra chorizo, zanahorias,
cebollas y morcillas, acercándome a mediodía, durante unos minutos, a un lugar
llamado edén. La consecuencia a todo esto es que lavaré un montón de platos y
cazuelas. Así, por raro que suene, si de esta razzia literaria hubiera que
obtener un silogismo, este sería:Tomo
libros prestados, ergo, lavo platos. En fin Calvino, Guillén y Murakami bien
valen una misa.