El gran descubrimiento

Por Isabel Martínez Barquero @IsabelMBarquero
Parece mentira que esta foto esté tomada en la hoy céntrica Plaza Díez de Revenga de Murcia, pero así es. Me agarro a la verja de un huerto de limoneros donde campaban a sus anchas palmeras frondosas. El mundo era una aventura a pocos metros de mi casa y yo era feliz al descubrirlo. Cualquier rincón ocultaba secretos palpitantes cuando la libertad no regida por horarios inflexibles guiaba mis correrías. Como a todos los niños, me gustaba jugar. Y, como a algunos niños, me encantaba leer cuando no jugaba. La lectura era una continuación del juego y el juego, una secuela de la lectura. En ambas actividades placenteras, predominaba la fantasía, la entrada en universos fascinantes que hice míos con pasión. Porque tuve mucha prisa en aprender a leer y lo conseguí muy pronto, creo que durante el verano al que pertenece esta foto, una reliquia pretérita que me asombra, pues no me recuerdo con esa chulería postural, sino más bien tímida y reconcentrada, aunque son más de una las imágenes que contradicen mi suposición; eso sí, todas tomadas cuando estaba jugando o, lo que es lo mismo, cuando era libre, pues mis juegos fuera de casa carecían de reglas. La lectura también me hacía jugar, si bien de una forma distinta, sin moverme apenas. Qué poderes más seductores tenían aquellos libros llenos de hermosas ilustraciones o los divertidos tebeos…Aprender a escribir me costó mucho más. Siempre he sido torpe con las manos. Adiestrarlas en una labor tan primorosa como la escritura, donde de ellas debían salir signos diminutos en líneas rectas, me parecía tan difícil como hacer las labores con la aguja que nunca conseguí realizar con primor (y así sigo de torpe en asuntos de costura). Pero llegó el gran descubrimiento para que me aplicara en la tarea de escribir: a través de las grafías garabateadas cabía la expresión de pensamientos y sentimientos propios, se dejaba constancia fehaciente de ellos. Y lo mejor vino algo después, cuando hallé de forma casual que, con la escritura, se pueden crear mundos imaginarios, tanto o más habitables que el real. Desde entonces, jamás volví a sentirme sola.