Un domingo soleado Pascualito fue con sus padres a pasear por el puerto. Iba Pacualito pensando que los domingos casi siempre son amarillos, cuando llegaron al recinto. Desde la entrada vieron un barco blanco y enorme que a Pascualito se le figuró una tarta gigante.–Eso es un crucero -dijo el padre.Y Pascualito anotó en su memoria esa palabra nueva, para soltarla por ahí en cuanto tuviera ocasión. “He visto un curcero”, le dijo más tarde a su abuela.
Siguieron el paseo, y después de ver barcos de otras clases la madre de Pascualito dijo:–¡Mira! ¡Un velero antiguo! Y aceleraron el paso para acercarse a verlo.Pascualito miraba sorprendido aquella maraña de palos y cuerdas y velas, mientras su padre, embelesado y con mirada soñadora, le decía el nombre de algunas de aquellas cosas. Era asombroso que todo eso tuviera un nombre, y era asombroso que alguien los supiera, pensaba Pascualito sin saber muy bien que estaba pensando eso. –En una época –dijo el padre–, a mí me hubiera gustado ser marino, ¿sabes? -Y de pronto empezó a recitar: “Con diez cañones por banda, viento en popa, a toda vela, no corta el mar sino vuela, un velero bergantín…” Pascualito escuchaba muy atento, extrañado y un poco conmovido. Porque no entendía nada de lo que estaba diciendo su padre pero le encantaba el sonido especial que tenían aquellas palabras. –Papá, dilo otra vez –pidió Pascualito cuando su padre terminó la recitación.
Varias semanas después, cuando Pascualitoya casi se había aprendido de memoria aquella poesía, de tantas veces como quiso escuchar "lo del velero mercantil", su madre lo llevó a comprar un regalo de cumpleaños para el padre. Estuvieron en una tienda donde vendían muchas clases de regalos. Pascualito miró por aquí y por allá, y aunque vio muchas cosas que le gustaron hubo algo que le pareció lo más especial de todo.–¡Esto, mamá! –dijo entusiasmado, señalando un barquito de madera, con sus palos, y sus cuerdas, y sus velas.
Durante el resto del día y al día siguiente, Pascualito estuvo especialmente pensativo y meditabundo, y cuando la madre le preguntó si estaba preocupado por algo, Pascualito respondió con otra pregunta:–Mamá, ¿yo puedo hacer una poesía?Incluso la madre de Pascualito, que estaba acostumbrada a este niño académico, se sorprendió ante tal pregunta. Pero como siempre lo tomaba en serio, le respondió simplemente:–Claro que sí.De manera que Pascualito –con la ayuda de su madre, la verdad sea dicha–empezó a escribir en un papel las palabras del poemita que ya tenía dentro, no se sabe si en la cabeza o en el corazón, o a medio camino.Cuando llegó el día del cumpleaños de su padre Pascualito estaba muy contento y emocionado, y tenía muchas ganas de darle su regalo, a ver qué le parecía.Así que antes de merendar, los abuelos le dieron su regalo, la madre le dio su regalo, y Pascualito le dio su regalo. Cuando el padre abrió el envoltorio de colores y aparecióaquel velero tan bonito hubo un aplauso unánime y espontáneo de todos los presentes, lo que a Pascualito le hizo aplaudir también, de puro contento.–¡Es precioso, Pascualito, me encanta! ¡Muchas gracias! –dijo el padre al tiempo que abrazaba al niño, y Pascualito estaba tan orgulloso que el estómago le hacía cosquillas. Entonces la madre le hizo un gesto, y Pascualito, algo inseguro y nervioso, le dio a su padre un sobre de color azul. El padre cogió el sobre con la mano un poco temblorosa, lo abrió y sacó una hoja azul en la que había algo escrito. –Léelo, léelo –dijeron los abuelos. Y el padre leyó la poesía de Pascualito, que decía:
“Este barquito velero no navega por el mar,no flota ni corta el vientoni pone rumbo a Panamá.
Pero si sueñas despiertoen noches de luna llenaeste barco chiquititote llevará donde quieras.”
–¿Te gusta, papá, te gusta? –preguntó Pascualito impaciente. Y el padre, sin soltar el papel, volvió a abrazar a Pascualito, muy fuerte y sin decir nada. Qué otra cosa podía hacer.