Yo ya sabía, como cualquier persona, que Charles Chaplin era un genio. Pero mi ignorancia todavía no me permitía descubrir que este hombre no solo era un crack en el cine mudo, sino que con esta película demostró con creces su capacidad para impresionar también con la palabra.
Como adelanto en el título, en El gran dictador se mezclan dos conceptos dispares que juntos pueden resultar hasta grotescos. "La risa y la guerra", pareciese que incluso algo nos rechina en el oído cuando oímos estas dos palabras seguidas. Pero en este clásico de los años 40, con la Segunda Guerra Mundial de fondo y todas las injusticias y calamidades que trajo consigo, nos reiremos. Nos reiremos porque todo en ella nos hace ver, de una forma satírica e irónica, lo disparatado, lo absurdo de la lucha, de la opresión, del odio.
Charles Chaplin hace gala de su enormísimo talento para interpretar a Hitler, para hacer de él un títere, una caricatura cuyas ideas y pensamientos quedan totalmente ridiculizados por esa "inocente" ironía, esa parodia inteligente que caracteriza a este clásico.
Hace ya unas noches que la vi, y he decir que en mi cabeza siguieron rondando algunas imágenes y escenas de la película. Es que me quedé francamente maravillada, sorprendida, emocionada y eclipsada, todo a un tiempo. Todavía me sorprende que algo así se haya hecho en un momento tan crucial de la historia (repito: 1940, la Guerra en pleno apogeo), y que a alguien se le haya ocurrido la brillante y VALIENTE idea de retratar la realidad de una forma tan suave y contundente a un tiempo.
Aunque sé que sobran las palabras -Chaplin siempre lo supo- me reitero por si quedasen dudas: El gran dictador es una película increíble. No solo por quien la protagoniza (que también), no solo por sus brillantes diálogos (que también), no solo por las ocurrentes situaciones (que también), sino especialmente por saber transmitir un mensaje de rebelión, por ser en sí misma un canto a la libertad, y por hacernos ver que, muchas veces, "pensamos mucho y sentimos muy poco".