Si una nación es la voluntad de un pueblo de convivir unidos y avanzar hacia metas compartidas, España ya no es una nación porque no existen ni la voluntad de convivir juntos ni metas que compartamos.
Es cierto que en la nación moderna concurren otras circunstancias como la unidad jurídica y el entramado institucional, pero la voluntad de convivir y de compartir metas y destinos sigue siendo la esencia de cualquier pueblo que se constituya en nación.
España, destrozada por sus malos dirigentes, necesita ser reseteada y reconstruir desde la base sus ilusiones y metas, con partidos y gente distinta a las que la han asesinado. Los mismos que han degradado y destruido la nación no pueden ser los artífices de la regeneración y del resurgimiento. Ellos, la clase política y los partidos políticos, han traicionado su razón de existir y han dejado de ser instrumentos de concordia, progreso y participación ciudadana en las decisiones para convertirse en organizaciones de poder, sin otra meta que mantener sus ventajas y privilegios, habituadas ya a anteponer sus propios intereses al bien común.
Los políticos y sus partidos son el problema, no la solución.
Es así de crudo, de real y de duro, aunque jamás lo digan los que gobiernan, ni los que les sirven de pretorianos.