El gran Gatsby, por Francis Scott Fitzgerald

Publicado el 08 enero 2012 por David Pérez Vega @DavidPerezVeg

Editorial Anagrama. 197 páginas. 1ª edición de 1925, ésta de 2011.

Traducción de Justo Navarro.

Leí por primera vez este libro con 20 años -exactamente en septiembre de 1994- en la colección Biblioteca de Plata del Círculo de lectores, que aún tienen mis padres en el salón de su casa; y en esta edición de 1994 la novela (la estoy hojeando ahora otra vez) cuenta con un prólogo de Mario Vargas Llosa y un epílogo de Juan Luis Panero.Siempre he considerado El gran Gatsby como uno de los grandes libros de mi historia personal como lector; uno de esos libros de los que, después de más de 15 años, aún me sé algunas frases de memoria.

Más tarde he leído de Francis Scott Fitzgerald (1896, S.t Paul, Minnesota-1940, Hollywood, California) Suave es la noche (1934), otra novela que me impresionó casi tanto o más que El gran Gatsby, y A este lado del paraíso (1920), su primera novela, que le lanzó a la fama en Estados Unidos, y que a mí me gustó bastante menos que las otras dos. Y siempre había tenido en proyecto volver con Fitzgerald y leer, al menos, todas sus novelas, releer las ya leídas, y leer los cuentos. Pero por una circunstancia o por otra la lectura completista de este autor la he ido posponiendo, y sólo esté verano volví a leer algo de él en la Antología del cuento norteamericano, elaborada por Richard Ford, donde estaba su cuento Arde Babilonia, que, como ya escribí en el blog, fue el relato que más me gustó de los 65 de la antología, el que más me gustó de una magnífica antología de relatos norteamericanos que abarcaba dos siglos. Y aquí ya me dije que mi dejación con uno de mis autores favoritos se estaba convirtiendo en absurda.

En algún momento, bastante posterior a mi primera lectura de El gran Gatsby, he oído a algún escritor español alabar la novela y recomendar su lectura, pero señalando que, si el posible lector sabe inglés, lea El gran Gatsby preferiblemente en este idioma, puesto que la única traducción existente en español (la debida a E. Piñas, y por tanto la de la de La biblioteca de plata) no era buena. Así que al encontrarme hace unos meses en las mesas de novedades del Fnac de Callao esta nueva traducción de Anagrama, debida al escritor Justo Navarro, pensé que era el momento adecuado para volver con Fitzgerald, y hace unas pocas semanas compré este gran Gatsby y la edición de bolsillo de Hermosos y malditos (1922), de Alianza, con una traducción corregida y revisada; novela que leeré en breve.

Y aunque no recordaba que la traducción antigua de El gran Gastby no fuese buena, ahora, al poder comparar las dos, leyendo páginas sueltas, tengo la impresión de que el trabajo de Justo Navarro es superior al de su predecesor.

Quizás lo más curioso de releer un libro que en su día nos marcó tanto sea percatarnos de los extraños mecanismos de la memoria: cómo recordaba algunas frases del libro o algunas escenas con nitidez y cómo había olvidado otras. O cómo después de los años la lectura del mismo libro es diferente porque nosotros somos diferentes y las obras maestras admiten diversos enfoques.
De El gran Gatsby recordaba principalmente la historia de ese personaje, Gatsby, y su amor imposible por Daisy Buchanan, y recordaba sobre todo las escenas festivas en su casa. Y ya a mis 20 años, como aprendiz de escritor, había admirado la técnica narrativa de la que se servía Fitzgerald para relatar su historia: en vez de usar la primera persona o la tercera (con un narrador omnisciente) usa la primera persona de un personaje, en apariencia anodino, el vecino Nick Carraway, para hablar desde una tercera persona subjetiva de los personajes principales del drama.
Y he escrito “un personaje, en apariencia anodino” porque en esta relectura me he fijado más en Nick como protagonista del libro que en Gastby. Y me he percatado ahora de que esta novela tiene al menos dos lecturas y de que de una de ellas -o bien porque no me fijé en su momento o bien porque me fijé y lo olvidé- no tenía conciencia.

Hablaré primeramente del libro que recordaba: Estamos en 1922 y Jay Gatsby es un personaje oscuro, que empieza a fascinar a su vecino, Nick Carraway, recién llegado del Medio Oeste para vender bonos en Nueva York. Ambos viven a las afueras de la ciudad, en West Egg (Long Island), casi una isla comunicada con el continente por un estrecho. “La que se alzaba a mi derecha era colosal sin discusión, copia fiel de algún Hotel de Ville de Normandía, con una torre en uno de los laterales, extraordinariamente nueva bajo una barba rala de hiedra joven, una piscina de mármol, y veinte hectáreas de jardines y césped. Era la mansión de Gatsby”, nos dice Nick en la página 15.Al otro lado de la estrecha bahía se encuentran los palacios blancos de East Egg. Allí vive el matrimonio formado por Tom y Daisy Buchanan. Nick es pariente lejano de Daisy y es invitado a la casa, donde le será presentada la atractiva deportista Jordan Baker, con la que iniciará una relación.Gatsby ha conocido a Daisy antes de ir a luchar en la Primera Guerra Mundial, y a su vuelta de Europa, convertido en un hombre rico (de una riqueza turbia e indeterminada) ha comprado la mansión que queda enfrente de la de los Buchanan con la idea de llamar la atención de Daisy y poder retomar su amor del pasado.

Y en esta primera lectura de la novela es donde queda patente la obsesión de Fitzgerald por los ricos, o la obsesión por contar su propia historia: cómo había dejado temporalmente la universidad para enrolarse en el ejército, y mientras estaba en un campamento esperando su traslado a Europa (no ocurrió, la guerra acabó antes) conoció a Zelda Sayre, una rica heredera sureña que rompió su compromiso matrimonial con él porque pensaba que con Scott no iba a poder mantener el tren de vida que deseaba (o que pensaba que se merecía); relación que se reanudó cuando Fitzgerald publicó A este lado del paraíso y se convirtió en el autor superventas de 1920 y, durante unos años, pudo vivir como vivían los ricos.

Las referencias al dinero son constantes en la novela. Así se describe a Tom Buchanan: “Su familia era desmedidamente rica (…) se había trasladado de Chicago al Este, con un estilo de vida que cortaba la respiración” (pág. 16).Tom le pregunta a Nick si es verdad que esta comprometido y éste contesta: “Es mentira. Soy demasiado pobre” (pág. 30).Cuando Nick acude a la primera fiesta de Gatsby, describe así a los invitados (o a los presentes, puesto que la mayoría no habían sido invitados): “eran angustiosamente conscientes del dinero fácil que se movía alrededor”.Y a lo largo de la novela sabremos que Gatsby es un personaje profundamente americano, porque es el hombre hecho a sí mismo, el hombre que incluso se ha desecho de su pasado y de su nombre para intentar acercarse a la imagen idealizada de sí mismo; y sabremos que su amor romántico por Daisy (poseedora de “una voz llena de dinero”, pág. 129) tiene que ver con su belleza pero en mayor grado por el mundo deslumbrante que representa; ya que Daisy “era la primera chica bien que había conocido” (pág. 157). “Gatsby era abrumadoramente consciente de la juventud y el misterio que la riqueza encierra y preserva, de la lozanía que da un buen vestuario, y de Daisy, resplandeciente como la plata, orgullosa y a salvo, por encima de las agrias luchas de los pobres” (pág. 159). En este párrafo se condensaba el significado de la primera interpretación del libro.
Esta novela es la que también leyó Juan Marsé para escribir Últimas tardes con Teresa y crear a su inolvidable Pijoaparte.

Y ahora me gustaría hablar de esa segunda novela que he leído esta vez, de esa de la que no tenía conciencia debido a que no me fijé en ella en su momento o bien me fijé y lo olvidé: en la página 145, el mismo día en que el drama contenido en la historia se desata, Nick Carraway, el narrador, cumple 30 años, y escribe: “Ante mí se extendía el camino portentoso y amenazador de una nueva década”, y un poco más adelante: “Treinta años: la promesa de una década de soledad, una lista menguante de solteros por conocer, una reserva menguante de entusiasmo, pelo menguante” o “su mano fue calmando el formidable golpe de los treinta años. Así seguimos el viaje hacia la muerte a través del atardecer”. Cuando en la página 59 Nick conoce a Gatsby en la primera fiesta en su casa a la que acude, escribe: “Y entonces la sonrisa se desvaneció, y yo miraba a un matón joven y elegante, uno o dos años por encima de los treinta”.En la página 121 Gatsby narra a Nick cómo se enamoró de Daisy antes de la guerra. Nick escucha a su vecino y escribe: “Todo lo que dijo, incluido su espantoso sentimentalismo, me recordaba algo: un ritmo esquivo, un fragmento de palabras olvidadas que había oído no sé dónde, hacía mucho. Una frase trató de tomar forma en mi boca y mis labios se abrieron como los de un mudo, como si se le resistiera algo más que un asustado soplo de aire. Pero no emitieron ningún sonido, y lo que había estado a punto de recordar se convirtió en incomunicable para siempre”.En el párrafo anterior está contenido el significado de la segunda novela que he leído esta vez: Nick es un hombre a punto de cumplir 30 años, a punto de dejar atrás su juventud, fascinado con su vecino, un poco más mayor que él, pero profundamente inmaduro (o profundamente quijotesco, como apunta Vargas Llosa, en el prólogo de la edición de la Biblioteca de Plata), ya que su amor por Daisy tiene que ver con ese brillo del dinero, del que hablamos (por encima de las agrias luchas de los pobres); pero también con el deseo de recuperar los anhelos de su juventud; recogidos en esa frase que Nick está a punto de dar forma pero que acaba por hacerse incomunicable. Porque Nick también estuvo en la guerra y ahora vende bonos en Nueva York, y ha conocido a Jordan Baker, pero sabe valorar, ahora que es un adulto, lejos de los idealismos románticos a los que sucumbe Gastby, lo que puede esperar de ella.Una lectura de El gran Gatsby que se me podía haber pasado a los 20 años, cuando aún era inmensamente joven, pero no ya camino de los 40, una vez que ya he recibido -hace tiempo- el formidable golpe de los 30.

El lenguaje de El gran Gatsby es elegante y preciosista, y sólo, aisladamente, se excede en alguna cursilería perdonable (al menos para mí que le podría perdonar a Fitzgerald casi cualquier cosa); por ejemplo, en la página 121: “Si subía solo, lo subiría, y una vez arriba podría mamar de la ubre de la vida, tragar la leche incomparable de la maravilla.”

Para ir finalizando me gustaría copiar aquí un fragmento de París era una fiesta de Ernest Hemingway. Después de un viaje desastroso que Hemingway comparte con Fitzgerald, en el que éste no deja de darle problemas, y que lleva a que la figura de su nuevo amigo se empequeñezca ante sus ojos, Fitzgerald presta a Hemingway un librito que le acaban de publicar, y éste escribe: “Uno o dos días más tarde trajo Scott su libro. Tenía una sobrecubierta chillona, y recuerdo que me avergonzaron la vulgaridad, el mal gusto y el bajo reclamo de aquella presentación. Parecía la sobrecubierta para un mal librito de science-fiction. Scott me dijo que no me fijara en la sobrecubierta, que el motivo del dibujo era un anuncio que había junto a una carretera en Long Island y que tenía importancia en el relato. Dijo que al principio le gustó aquella sobrecubierta, pero que luego dejó de gustarle. Yo la retiré para leer el libro.Cuando terminé de leerlo, comprendí que hiciera Scott lo que hiciera, por muy mal que se portara, yo tenía que considerar que era como una enfermedad, y ayudarle en todo lo que pudiera y procurar ser buen amigo suyo. Scott tenía muchísimos buenísimos amigos, más que nadie que yo conociera. Pero me alisté como uno más, tanto si podía serle útil como si no. Si era capaz de escribir un libro tan bueno como The Great Gatsby, no cabía duda de que sería capaz de escribir otro todavía mejor. Entonces yo no conocía todavía a Zelda”.

O también, para finalizar, podría copiar aquí una cita del crítico literario Harold Bloom que comparto: “El gran Gatsby tiene pocos rivales como la gran novela americana del siglo XX. Al volver a leerla, una vez más, mi inicial y primera reacción es de renovado placer”.

Y nos dejan Nick, Daisy, Gatsby o Jordan, los hermosos y malditos, y nosotros, los simples lectores, nos quedamos aquí, a nuestro lado del paraíso, pasados ya los 30, sucumbiendo a las agrias luchas de los pobres.