La historia gira en torno a un hotel, situado en un país ficticio centroeuropeo de pasado imperial, que la dirige el mujeriego M. Gustave, que contrata a un botones, Zero Moustafa, que se convierte en su fiel escudero y con el que vivirá una auténtica odisea.
El realizador estadounidense está muy valorado por la crítica. Sin embargo, a mi la única película que me ha interesado realmente, sin maravillarme, ha sido Moonrise Kingdom. El gran hotel Budapest, si se mira desde una óptica convencional se quedaría con un aprobado, pero si se ve como una especie de cómic llevado a la gran pantalla se le podría subir un punto la nota, ya que visto de esa manera, tiene su gracia y la excelente banda sonora de Alexandre Desplat va en consonancia con el tipo de historia que se cuenta. El resultado es bastante original, muy en su estilo tan particular. No obstante, su montaje nos parece irregular porque brillantes escenas se combinan con otras de mal gusto; muy negras; simplonas y con fuertes dosis de humor fácil.
El mayor éxito de esta cinta es que ha contado con un reparto de campanillas con el que podíamos escribir un artículo de 500 palabras sin exagerarles. Se trata de cameos que lógicamente no habrán sido recompensados económicamente. Y es que actores como Harvey Keitel, Tilda Swinton, Bill Murray o Edward Norton se pirran por salir en las películas de este cineasta que debe tener un magnetismo que desconocemos.
Toni Revolori y Saoirse Ronan representan a unos adolescentes que viven una bonita aventura amorosa. Ralph Fiennes es el actor en el que recae toda la carga de este cuento cinematográfico. La película permite reflexionar sobre el valor de la adopción, entendida como una paternidad postiza, pero sólida, de una persona sin descendencia, que acoge a un huérfano que necesita de su sabio consejo y que le acompaña en los momentos importantes de su vida. La relación que se establece es sincera y cargada de buenas intenciones (publicado en Páginasdigital).