Este economista y escritor, ahora muy presente gracias a su prólogo español para el libro ¡Indignaos! de Stéphane Hessel, sigue empeñado en agitarnos la conciencia y despertarla. Preguntado por esta crisis, la califica como barbarie, "pues barbarie es la destrucción de los valores básicos del ser humano". Del mundo actual, donde todo es mercancía y solo queda el valor del dinero, no le gusta casi nada. En él hay seres humanos, pero no hay humanidad. Por eso se queda con la naturaleza, que sigue su curso a pesar de todo lo demás. Le gusta apearse de este mundo que llaman sostenible, ver pasar el río desde la orilla, alimentado de viejos saberes y afectos. Prefiere situarse en la frontera, el mejor lugar para observar, conservar su verdad y gozar de la verdad ajena.
Reconoce que lo único que en este mundo sigue hacia adelante es la ciencia. De hecho, vamos hacia una nueva versión de aquel despotismo ilustrado del siglo XVIII: el despotismo tecnificado, que es básicamente lo mismo, todo para el pueblo pero sin el pueblo, aunque dentro de una sociedad de consumidores al servicio de lo que se produce. Como economista que nunca ha creído en esta estructura económica, está en contra de la privatización y a favor del poder público.
Gabilondo le pregunta sobre Octubre, octubre, su novela más compleja. Con ella Sampedro quiere decirnos que solo nos salva el amor, como ansia de vivir. Da por sentado que uno es vida, germen de vida, y que hay que vivir esta vida -la única de la que sabemos algo- en libertad.