"El gran teatro del mundo" de Calderón de la Barca

Publicado el 08 noviembre 2024 por Juancarlos53

«En la representación / igualmente satisface / el que bien al pobre hace / con afecto, alma y acción / como el que hace al rey, y son / iguales este y aquel / en acabando el papel. / Haz tú bien el tuyo y piensa / que para la recompensa / yo te igualaré con él. / No porque pena te sobre, / siendo pobre, es en mi ley / mejor papel el del rey / si hace bien el suyo el pobre; / uno y otro de mí cobre / todo el salario después / que haya merecido, pues / con cualquier papel se gana, / que toda la vida humana / representaciones es. / Y la comedia acabada / ha de cenar a mi lado / el que haya representado, / sin haber errado en nada, / su parte más acertada; / allí igualaré a los dos.» (personaje de El Autor)

Tenía muy buen recuerdo de cuando allá en mi lejana juventud vi una representación en mi ciudad natal de El gran teatro del mundo. Todos estos años he guardado en mi interior la profundidad filosófica, existencial, político-social, y, naturalmente, también teológica que Pedro Calderón de la Barca encerró en este auto sacramental. 
¡Ah!, exclamaréis algunos, ¡un Auto Sacramental! Vamos, un coñazo. Y no, os tengo que decir que no, que no es un peñazo, que es teatro en grado puro. A cualquiera de vosotros que agrade el arte de Talía conocer mejor a Calderón es esencial. Fijaos que fue un gran renovador del Teatro: introdujo la música, partes cantadas (es el creador de la zarzuela), efectos de magia sorpresivos, dio un papel esencial a la escenografía... Todo esto referido a aspectos propios del montaje y de la puesta en escena. Pero no quedó aquí su contribución, sino que en la órbita de las grandes celebraciones teológicas que se celebraban durante la festividad del Corpus Christi puso en pie como nadie ideas y conceptos difíciles de aprehender. Y lo hizo a través de figuras alegóricas. o sea, seres reconocibles: un Rey, un mendigo, un hombre rico, un labrador, una mujer bella... que le sirven para mostrar a través de ellos conceptos como la dominación, la pobreza, la riqueza, el duro trabajo, la hermosura... 
En El gran teatro del mundo nada más correrse el telón aparecen dos ideas primeras, constructoras de la representación a la que vamos a asistir: una es la del artífice máximo, la del creador, que en la obra se plasma en la figura del Autor, y la otra es la del Mundo, o sea, la propia existencia, en esta representación el Teatro. El actor Antonio Comas hace el papel de Autor-Dios y está sobresaliente en él. El Autor es afable, inmisericorde por momentos, pero clemente siempre. La actriz Carlota Gaviño representa al Mundo (el Teatro) y es quien reparte los papeles a cada uno de los siete actores. Estos papeles (la discreción, la riqueza, el poder, la pobreza, etc.) no son elegibles sino que es la vida la que nos los da. A nosotros sólo compete actuar con ellos en este Mundo, en este Teatro, de la mejor manera posible. El Autor no da indicación alguna de cómo llevarlo a efecto; cada ser humano haciendo uso de su albedrío lo ejecutará. Tan sólo hay un precepto que repite a cada uno de los actuantes un personaje llamado Ley de Gracia: «Obrar bien, que Dios es Dios»
Establecidos estos principios el Autor, o sea Dios, se retira del escenario del teatro, o sea del Mundo, para asistir como espectador desde un palco de la sala a la representación que harán sus criaturas. Cuando éstos demandan una indicación sobre qué hacer, cómo proceder, el Autor les remite a la Ley de Gracia que, contumaz, repite una y otra vez el precepto señalado. Según que cada una de las figuras habla y expone sus quebrantos y sus deseos, la Voz de Dios, en esta ocasión invisible, decide indicarle la salida de la representación. Unos la reciben antes y otros después, pero a todos llega y todos han de acatarla de manera inexorable. Casi todos aceptan la orden con resignación. Este comportamiento y lo hecho en vida les será tenido en cuenta por el Autor en el último instante del Auto. 
En la época en que Calderón de la Barca escribe El gran teatro del mundo (año 1671), diez años antes de su fallecimiento, estas obras teatrales tenían como finalidad la exaltación del sacramento de la Eucaristía. En la obra original el examen que hace el Creador a sus criaturas se realiza mediante la inclusión o no de las mismas en la Comunión con el Corpus Christi. Las diferencias existentes entre protestantes y católicos sobre qué se producía durante este sacramento es la justificación práctica del para qué de los Autos Sacramentales. Los católicos, de los que Calderón es parte destacada, hablan de verdadero cuerpo de Cristo (transubstanciación) , mientras que los protestantes hablan sólo de simbólico cuerpo de Cristo (consubstanciación). 
En la Obra dirigida por Lluis Homar esta Comunión se representa en forma de invitación a participar en la mesa donde Dios se encuentra. El Autor-Dios va llamando a unos y otros a participar en la celebración. Sólo el rico y el niño nonato quedan excluidos, si bien pronto el no nacido es invitado a acercarse a los elegidos.
Lo importante para los espectadores actuales de esta representación no es el mensaje místico, teológico, que Calderón quería darle, que también para quien así lo quiera, pues la CNTC es muy respetuosa con el mismo. Lo importante en mi opinión es la profundidad filosófica que se encierra en ella. Sin querer ser exagerado yo diría que don Pedro Calderón de la Barca se adelantó bastantes años a la filosofía existencialista. De hecho en la obra cuando el Mundo está repartiendo los papeles a los actores me vino a la mente Seis personajes en busca de autor de Luigi Pirandello y también la novela Niebla de Miguel de Unamuno. Personajes que desean vivir, nacer, y una vez nacidos no quieren ser juguete de su creador, se rebelan ante la idea de encontrar la muerte por el capricho del escritor.
Una obra profunda, con muchos matices, que en apariencia parece simple por eso de que en la Vida sólo hay dos puertas: el nacimiento, por la que se entra; y la de la muerte, por la que se sale. Y ninguna de las dos las elige el ser humano por sí mismo. Quizás se pueda hablar de pesimismo en esta concepción, pero no hay que olvidar que estamos en el Barroco. Bástenos recordar al gran Quevedo en alguno de sus poemas filosóficos. A mi cabeza viene ahora su soneto "¡Ah de la vida!... Nadie me responde" porque en él, como en El gran teatro del mundo, aparece la línea de pesimismo y desengaño propios del Barroco.
La obra cuando acabó recibió varios minutos de aplausos dirigidos a todo el elenco actoral, a la música de percusión en directo ejecutada por Pablo Sánchez, a la luminotecnia..., en definitiva a todos los integrantes de la Compañía Nacional de Teatro Clásico. Una magnífica representación que puede verse en el Teatro de la Comedia (C/ Príncipe, 14, 28012  Madrid) hasta el próximo día 24 de noviembre. Merece la pena verla, os lo aseguro.