El gran terror

Por Mneudecker77 @mneudecker


Stalin

El 12 de junio de 1937 muy temprano por la mañana el ruido monótono y molesto de motor de un grupo de camiones pesados no permitía oír nada en la sede de los servicios secretos soviéticos del NKVD, la temida Lubjanka, en el centro de Moscú. El patio del enorme palacio se llenó del humo tóxico de los motores que se iba acumulando rápidamente y que no dejaba respirar. Pero los camiones no se marcharían a ninguna parte. Sólo interesaba mantenerlos encendidos y que hicieran mucho ruido.
 Todos en el edificio sabían el por qué de de este extraño estruendo. A la misma hora, en los sótanos, se estaba cometiendo un crimen. El mariscal de la Unión Soviética, Mijaíl Tujachevski, estaba siendo asesinado de un disparo en la nuca y nadie debía oír la detonación. Era una víctima más de la paranoia asesina del dueño de la URSS, Iosif Stalin, que también ordenó el arresto de la familia del militar. La gran purga que llevaba ya un año en marcha afectaba ahora al Ejército Rojo.
Hace 75 años el mejor y más condecorado soldado de la Unión Soviética fue ejecutado después de ser condenado a muerte en un juicio secreto por ser un supuesto espía de Hitler, a pesar de tener un currículo intachable como revolucionario y militante comunista. Soldado en la Primera Guerra Mundial y uno de los artífices de la construcción del Ejército Rojo, Tujachevski había luchado con valentía en la guerra civil que se desató en Rusia después de la Revolución de Octubre entre los bolcheviques y sus enemigos. Después de la victoria subió rápidamente en el escalafón hasta ser uno de los cinco mariscales de la Unión Soviética –el máximo rango militar- y comisario (ministro) de Defensa.

Mijaíl Tujachevski.

Tujachevski se había dado cuenta de que el Ejército Rojo se estaba quedando peligrosamente obsoleto, sobre todo comparado con su enemigo natural, el ejército alemán dirigido por los nazis. En la Revolución, los soviéticos habían improvisado un enorme ejército compuesto por obreros, campesinos y soldados, pero no estaba a la altura de una milicia moderna y eficaz. El Ejército Rojo lo formaban muchos hombres, pero sin un mando adecuado y con armas viejas. El mariscal lo sabía y apostó por la modernización.
Pero para Stalin la eficacia del ejército era secundaria. De hecho resultaba peligrosa. En su lógica paranoide recelaba de cualquier institución que pudiera ser más poderosa que el Partido Comunista de la Unión Soviética que él controlaba directamente. Stalin temía a los oficiales del Ejército Rojo, y en concreto a Tujachevski, del que sospechaba que podría convertirse en una especie de Napoleón Bonaparte y, al igual que sucedió en la Revolución Francesa, liderar un golpe de estado apoyado en ese ejército que quería modernizar.
La excusa
En junio de 1937 la URSS llevaba ya un año padeciendo una purga sangrienta mandada por Stalin, pero hasta el momento sólo había afectado a altos cargos del partido. En diciembre de 1934 el jefe del partido en Leningrado (San Petersburgo), Kirov, fue asesinado en circunstancias muy oscuras. Kirov era un hombre muy enérgico y querido entre los militantes y por ello peligroso para las ambiciones de Stalin, que utilizó su muerte como excusa para acusar a una serie de compañeros de la dirección comunista de ser cómplices de una conspiración que también tenía como objetivo matar al propio Stalin.


Trabajadores forzados.

Zinoviev y Kamenev, dos históricos dirigentes del Partido Bolchevique y compañeros de Lenin, fueron arrestados y ejecutados meses más tarde. En agosto de 1936 fueron los protagonistas de los llamados Procesos de Moscú, una farsa judicial en la que ambos debían ‘confesar’ su culpa públicamente. Fueron los primeros de una larguísima lista de detenidos, encerrados, torturados y ejecutados o deportados a campos de trabajo en Siberia. Por encima de todos ellos gravitaba un nombre maldito, Trotski, el gran enemigo de Stalin y padre del Ejército Rojo y héroe de la Revolución Bolchevique. Aunque había huido al exilio, todas las víctimas eran acusadas de ‘trotskismo’ en todas sus múltiples y fantasiosas variables: trotsko-fascismo, antisovietismo, socialfascismo trotskista, etc. A Tujachevski le acusaron de encabezar una imaginaria Organización Militar Trotskista Anti-Soviética.
Sin embargo, en el caso de los militares se prescindió del juicio espectáculo. Las confesiones se arrancaban con la misma violencia, pero el veredicto se emitía a puerta cerrada. La acusación siempre era la misma: espionaje a favor de Alemania. De hecho, durante décadas esta purga se explicó aduciendo que el servicio secreto alemán se aprovechó de la paranoia de Stalin filtrando falsas pruebas de colaboración con los militares soviéticos para que fueran ejecutados y debilitar así al Ejército Rojo de cara a un futuro e inevitable conflicto. Finalmente se ha descubierto que fueron los propios servicios soviéticos los que incitaron a los alemanes a ‘fabricar’ las pruebas que servirían de excusa para la gran matanza. Un laberinto de paranoias y mentiras donde el destino de los pobres desgraciados ya estaba escrito, hicieran lo que hicieran para tratar de salvarse.
Un país roto y enfermo
Todavía hoy se desconoce el número exacto de víctimas de la purga de los años 30 en la URSS. Millones fueron detenidos, torturados y deportados a lugares inhóspitos donde les esperaba hambre, frío y trabajos forzados. Otros cientos de miles –hay autores rusos que calculan 1,5 millones- fueron ejecutados directamente. Al final Stalin dejó un país roto y enfermo. Nadie se podía fiar de nadie. Las delaciones estuvieron a la orden del día. Miedo, ansiedad, pánico. No existían reglas a las que atenerse para seguir vivo. Caer en manos del verdugo era el puro capricho aleatorio.

Tres de estos cinco mariscales fueron ejecutados.


Cuando en 1938 las detenciones en el Ejército Rojo cesaron, al menos con la intensidad sanguinaria de los meses anteriores, no quedaban oficiales con experiencia. Según informó el mariscal Voroshílov –el comisario de Defensa y amigo de Stalin- en septiembre de 1938, un total de 37.761 oficiales y comisarios fueron despedidos del ejército, 10.868 fueron detenidos y 7.211 fueron condenados por "crímenes antisoviéticos”.
Ni una palabra sobre ejecuciones, de las que cayeron víctimas 3 de los 5 mariscales, 13 de los 15 comandantes de ejércitos, 8 de los 9 almirantes, 50 de los 57 generales de los cuerpos de ejército, 154 de los 186 generales de división, todos los comisarios del ejército y 25 de los 28 comisarios de los cuerpos de ejército. Muchos de ellos, expertos veteranos, acababan de volver de España donde habían ayudado al Ejército Popular de la República en la Guerra Civil.
 Menos de tres años más tarde, en junio de 1941, el moderno y aguerrido ejército alemán invadió la URSS. El Ejército Rojo se desmoronó en las primeras semanas poniendo en serie riesgo la supervivencia del país. Una de las causas fue la falta de experiencia y de profesionalidad de sus oficiales.