Y es que El grillo en el hogar es un relato para ser leído en tiempos navideños. Se trata de una especie de reivindicación de la vida sencilla y hogareña, de los seres apacibles y amables que constituyen la espina dorsal de una sociedad ideal. Los protagonistas se dejan llevar de modo natural por sus buenos sentimientos y el único ser malvado de la función, el señor Tackleton, no es más que un egoísta fácilmente redimible. Hasta hay párrafos enteros más propios de un manual de ética cristiana que de una obra de ficción:
"(...) en el altar de vuestro hogar, en el que habéis sacrificado cada noche alguna pequeña pasión, egoísmo o inquietud, y ofrecido el homenaje de una conciencia tranquila, un comportamiento honrado, un corazón desbordante de amor; de manera que el humo de esta modesta chimenea salía de aquí con mejor fragancia que el del más rico incienso quemado ante los más ricos altares de los más grandiosos templos del mundo. En vuestro propio hogar, en su apacible santuario, rodeado por sus dulces influencias y compañías."
Como hemos mantenido en más de una ocasión en nuestros debates del club de lectura, demasiado optimismo en la narrativa no es efectivo. Y en esta ocasión dicho optimismo se endulza con una sobredosis de cursilería que ha envejecido muy mal. Quizá El grillo del hogar, como clásico, tiene todavía cosas que decir al hombre contemporáneo, pero el lenguaje que utiliza para hacerlo desvirtuan completamente el mensaje. La pequeña novela queda pues como una curiosidad para conocer una de las vertientes de la literatura de Charles Dickens.