Cuando la hierba se agosta y las primeras cigarras del año resuenan bajo el calor de los días cercanos al solsticio de verano, cuando declina la primavera dando paso a la sequía estival, sólo entonces, durante una o dos semanas, cantan estos robustos grillos. Estridulan, frotan sus alas diminutas, lanzan al aire un chirrido suave, agudo y sostenido. A los machos les gusta cantar subidos a una aliaga, o a un tallo de mies a punto de ser segado, o entre el frescor de unas hojas de viña. Las hembras se distinguen claramente porque llevan al final del abdomen una imponente “espada”, su ovipositor. La primera “grilla manchega” que encontré estaba en una aliaga sujetando con las patas una masa gelatinosa y blanquecina. Era el regalo que le había dado algún macho: un espermatóforo, una bola blanda que contiene espermatozoides y que la hembra terminaría comiéndose, según las costumbres reproductoras en este grupo de insectos. Ignoramos cuál es la dieta habitual de estos Pycnogaster, pero se sabe que comen brotes vegetales y que pueden incluso devorarse unos a otros en cautividad. Quizás en la naturaleza actúan como depredadores de otras chicharras, grillos y saltamontes; esto es común en los grillos de matorral. Resulta más o menos fácil acercarse a un grillo manchego mientras canta… hasta unos cuantos metros. Si queremos aproximarnos más, al menor ruido que hagamos dejará de cantar. Entonces tendremos que esperar unos minutos hasta que reanude su canción, y así, con paciencia y sigilo, lograremos tal vez acercarnos hasta que pensemos tenerlo a un paso. Entonces comprobaremos de primera mano la eficacia de su camuflaje, pues su librea verdosa, abigarrada de pardo y de oscuro, lo hace virtualmente invisible entre la vegetación. Si finalmente conseguimos verlo, la forma del escudo que hay tras su cabeza (pronoto), con lóbulos laterales redondeados y sin escotaduras (ver fotografía), nos revelará que pertenece a la especie Pycnogaster graellsii. Este y otros rasgos lo diferencian de las demás especies de Pycnogaster de la fauna ibérica, dentro de la cual nuestro grillo manchego es sólo un ejemplo más de los numerosísimos endemismos de chicharras alicortas, muchas de ellas del género Ephippiger, Steropleurus, Uromenus… Da la sensación de que este tipo de insecto, estos grandes grillos incapaces de volar, fuesen especialmente propensos a originar endemismos. Esta sospecha está plenamente justificada por lo que sabemos acerca del origen de las especies (especiación). Normalmente, el ingrediente clave en la especiación es el aislamiento geográfico: unos cuantos individuos de una especie se quedan aislados en una isla, o tras una cordillera, o en una península, y de este modo quedan apartados del resto de su especie, por lo que evolucionarán independientemente hasta que lleguen a diferenciarse tanto que pasen a ser una nueva especie. Las chicharras alicortas deben de quedarse aisladas geográficamente con mucha facilidad, pues se trata de insectos pesados, lentos y no voladores, y por tanto incapaces de viajar grandes distancias. Esto las convierte en un linaje perfecto para originar especies endémicas, incluso endemismos tan localizados como nuestro grillo manchego. Basado en la información sobre la especie proporcionada en los enlaces que figuran en el texto y en Bolívar (1876) Sinopsis de los Ortópteros de España y Portugal. Madrid, Imprenta de T. Fortanet.
Cuando la hierba se agosta y las primeras cigarras del año resuenan bajo el calor de los días cercanos al solsticio de verano, cuando declina la primavera dando paso a la sequía estival, sólo entonces, durante una o dos semanas, cantan estos robustos grillos. Estridulan, frotan sus alas diminutas, lanzan al aire un chirrido suave, agudo y sostenido. A los machos les gusta cantar subidos a una aliaga, o a un tallo de mies a punto de ser segado, o entre el frescor de unas hojas de viña. Las hembras se distinguen claramente porque llevan al final del abdomen una imponente “espada”, su ovipositor. La primera “grilla manchega” que encontré estaba en una aliaga sujetando con las patas una masa gelatinosa y blanquecina. Era el regalo que le había dado algún macho: un espermatóforo, una bola blanda que contiene espermatozoides y que la hembra terminaría comiéndose, según las costumbres reproductoras en este grupo de insectos. Ignoramos cuál es la dieta habitual de estos Pycnogaster, pero se sabe que comen brotes vegetales y que pueden incluso devorarse unos a otros en cautividad. Quizás en la naturaleza actúan como depredadores de otras chicharras, grillos y saltamontes; esto es común en los grillos de matorral. Resulta más o menos fácil acercarse a un grillo manchego mientras canta… hasta unos cuantos metros. Si queremos aproximarnos más, al menor ruido que hagamos dejará de cantar. Entonces tendremos que esperar unos minutos hasta que reanude su canción, y así, con paciencia y sigilo, lograremos tal vez acercarnos hasta que pensemos tenerlo a un paso. Entonces comprobaremos de primera mano la eficacia de su camuflaje, pues su librea verdosa, abigarrada de pardo y de oscuro, lo hace virtualmente invisible entre la vegetación. Si finalmente conseguimos verlo, la forma del escudo que hay tras su cabeza (pronoto), con lóbulos laterales redondeados y sin escotaduras (ver fotografía), nos revelará que pertenece a la especie Pycnogaster graellsii. Este y otros rasgos lo diferencian de las demás especies de Pycnogaster de la fauna ibérica, dentro de la cual nuestro grillo manchego es sólo un ejemplo más de los numerosísimos endemismos de chicharras alicortas, muchas de ellas del género Ephippiger, Steropleurus, Uromenus… Da la sensación de que este tipo de insecto, estos grandes grillos incapaces de volar, fuesen especialmente propensos a originar endemismos. Esta sospecha está plenamente justificada por lo que sabemos acerca del origen de las especies (especiación). Normalmente, el ingrediente clave en la especiación es el aislamiento geográfico: unos cuantos individuos de una especie se quedan aislados en una isla, o tras una cordillera, o en una península, y de este modo quedan apartados del resto de su especie, por lo que evolucionarán independientemente hasta que lleguen a diferenciarse tanto que pasen a ser una nueva especie. Las chicharras alicortas deben de quedarse aisladas geográficamente con mucha facilidad, pues se trata de insectos pesados, lentos y no voladores, y por tanto incapaces de viajar grandes distancias. Esto las convierte en un linaje perfecto para originar especies endémicas, incluso endemismos tan localizados como nuestro grillo manchego. Basado en la información sobre la especie proporcionada en los enlaces que figuran en el texto y en Bolívar (1876) Sinopsis de los Ortópteros de España y Portugal. Madrid, Imprenta de T. Fortanet.