El grito de Bukowski

Publicado el 19 junio 2013 por Elinfiernodebarbusse
 
Hay quien grita y es su grito estridente, superficial, anodino. Se diría que chilla más que grita. Y chillar no es gritar (aunque el diccionario los dé como sinónimos). Chillar puede hacerlo cualquiera. (En verdad, estamos rodeados -y hartos- de gente que chilla). Pero un grito, un grito redondo, reverberado, no es habitual. Para gritar hace falta talento. Es lo que hace que el grito perdure, se haga inextinguible. El verdadero grito no admite poses ni concesiones. Ni artificios, ni florituras. Se grita, sin más, pese a todos, pese a uno mismo. Se grita con rotunda honestidad y con todas las -impredecibles e insospechadas- consecuencias.
"Sabía que yo no era completamente sano. Todavía sabía, como cuando era niño, que albergaba algo extraño en mi interior. Me sentía como destinado a ser un asesino, un asaltante de bancos, un santo, un violador, un monje, un ermitaño. Necesitaba algún sitio aislado para esconderme. Los barrios bajos eran desagradables. La vida del hombre normal y sano era tediosa, peor que la muerte. Parecía no haber alternativa posible."
Bukowski grita (¿quién podría dudarlo?, sólo los miopes que tachan de superficial su literatura, los que se quedan únicamente con lo accesoriamente escatológico). Su fama de escritor directo y desvergonzado ya la conocía antes de leer su obra. Ahora, que acabo de leer La senda del perdedor, corroboro aquellos primeros epítetos que me llegaron de oídas, pero añado otros -no menos, para mí, importantes- que pareció no advertir -o si lo advirtió, jamás lo destacó- su vasta legión de devotos lectores. Y es que detrás de la brutalidad de lo narrado, encuentro un delicado e insospechado humor; detrás de la provocación, un disimulado desvalimiento; detrás de la desolación, una sincera ternura. ¿Cómo hacer navegable, si no, sin esos tres ingredientes, la sordidez que Bukowski pone encima del tablero?
"Podía ver el camino que se abría frente a mí. Yo era pobre e iba a continuar siéndolo. Pero tampoco deseaba especialmente tener dinero. No sabía qué es lo que quería. Sí, lo sabía. Deseaba algún lugar donde esconderme, algún sitio donde no tuviera que hacer nada. El pensamiento de llegar a ser alguien no sólo no me atraía sino que me enfermaba. Pensar en ser un abogado, concejal, ingeniero, cualquier cosa por el estilo, me parecía imposible. O casarme, tener hijos, enjaularme en la estructura familiar. Ir a algún sitio para trabajar todos los días y después volver. Era imposible. Hacer cosas normales como ir a comidas campestres, fiestas de Navidad, el 4 de Julio, el Día del Trabajo, el Día de la Madre... ¿acaso los hombres nacían para soportar esas cosas y luego morir? Prefería ser un lavaplatos, volver a mi pequeña habitación y emborracharme hasta dormirme."

El escritor, sobrio, ante su máquina de escribir.


El extrañamiento ante un mundo que no se comprende es lugar común en Bukowski. Y para transmitir eso, para llegar al lector, para pulsarle, para lograr que su personaje -Hank Chinaski, su álter ego- resulte ser al mismo tiempo atroz y sensible, intimidante y estoico, desagradable y admirable hace falta talento. Hasta para vomitar (literariamente) hace falta talento. Justo el que no tienen los innumerables -también legión- imitadores que ha tenido -y tiene- el escritor.
¿Cuál de las escenas que nos narra Bukowski en La senda del perdedor puede escapar a la atención de un sensible lector? ¿Cuál de ellas no resulta magistral por su honda naturalidad, su impronta de verosimilitud, su innegable fuerza narrativa? La humillación del padre de Hank a raíz del altercado de las naranjas, el bautizo del perro callejero, las palizas continuas de las que es objeto el protagonista, la expectación y voluptuosas reacciones que provoca en los alumnos del colegio la escurridiza falda de la profesora de inglés, el descubrimiento súbito de fascinación por la literatura.... son algunos de los momentos inolvidables de la novela.   

La autenticidad es la principal característica de la obra de Bukowski. Nada de maquillaje y de gestos fotogénicos. Parece tomarse en serio aquellos versos de Píndaro: "Llega a ser el que eres". Sus libros pueden gustar o no, pero lo que hace este escritor es literatura en estado puro -libre de sermones, ejemplaridades y cursilerías-, radiografía íntima, ejercicio radical de instrospección, escritura como purga y como salvación (junto con el alcohol, eso sí). Es este rasgo -creo yo-, la honestidad -también la valentía- ante la cuartilla en blanco, lo que hace que su obra se mantenga vigente y nos llegue fresca y contundente, como la fecha en la que fue escrita.
"Le oí coger la badana de afilar. Todavía me dolía la pierna derecha. No servía de nada, habiendo sufrido la badana antes muchas veces. El mundo entero estaba allí fuera indiferente a todo, pero no servía de nada. Había millones de personas ahí fuera, perros, gatos, pájaros, edificios, calles, pero no importaba. Sólo estaba mi padre y la badana de afilar, el baño y yo. Usaba aquella badana para afilar la navaja de afeitar, y por las mañanas temprano yo le odiaba con su cara blanca de espuma, de pie delante del espejo afeitándose. Entonces me pegó el primer golpe. El sonido de la badana era plano y fuerte, el sonido era casi tan malo como el dolor del golpe. La badana cayó otra vez. Era como si mi padre fuera una máquina golpeando con aquella badana. Tenía el sentimiento de estar en una tumba. La badana cayó otra vez y yo pensé que aquella seguramente era la última. Pero no lo era. Cayó otra vez. Yo no le odiaba. Simplemente, no podía creérmelo, quería librarme de él. No podía llorar. Me sentía demasiado mal para llorar, demasiado confundido. La badana cayó otra vez, luego se detuvo. Yo me puse de pie y esperé. Le oí colgar la badana.
—La próxima vez —dijo—, no quiero encontrar ni una hoja. Le oí salir del baño. Cerró la puerta. Las paredes eran hermosas, la bañera era hermosa, el lavabo y la cortina de la ducha eran hermosos, hasta el water era hermoso. Mi padre se había ido."

Bukowski y su padre. Una relación difícil.


La senda del perdedor está publicada en España por la editorial Anagrama (como toda la obra narrativa del autor). Si usted la lee en español, intente ser benevolente con algunas reiteradas patadas al diccionario con que nos obsequia (¿adrede?) el traductor, Jorge Berlanga -hijo del genial director de cine, por cierto-, el cual, por lo demás, logra una versión bastante solvente y sonora de la obra.
Leer a Bukowski marca un antes y un después, dicen. También dicen que nadie olvida cómo conoció o quién le recomendó al autor. A través de lectores de varias generaciones su grito persiste. Es el grito de un misántropo nihilista, de un borrachín feo e insolente, de un perdedor en un mundo donde ganan los complacientes y serviles, la gente dispuesta a renunciar a sí misma. Bukowski contra el mundo y contra sí mismo. Bukowski ante una máquina de escribir y con una botella de whisky en la mano. Al fin, todos somos perdedores. Un libro espléndido, de veras.