Mariaje frente a El grito, de Edvard Munch. Foto de Alicia Martín Colmenarejo
A veces siento miedo de este cansancio nuevo que me invade, que acorta mis pasos y los entorpece, que clava su bandera en mi cuerpo y en mis pensamientos. Miedo de no poder volver al sendero de antes, de que lo perdido sea irreconquistable.
A veces tengo miedo de naufragar en quimeras, de estar perdiendo otra vez el tiempo que una vez perdí, porque hay cosas –y tiempos– que pueden perderse dos veces y entonces se pierden para siempre.
A veces siento miedo del grito que llevamos dentro.
Del propio temor reconocido, o ignorado a propósito, porque achica las espitas por donde respira la vida. Miedo de que en el próximo recodo ya vislumbre la meta que tanto quise eludir. Y no sé cómo convencer al miedo para que se aparte, para que vaya por detrás de mí, sin hacerme tropezar a cada paso con su estoque.
Quiero decirle al miedo que si ha de ser mi compañía, lo admito. Mas si ha de ser así prefiero escuchar sus pasos a mi espalda, a verlo caminar delante de mí.
Sí, tal es la propuesta que deseo hacerle: que renuncie al papel de carcelero y sea mi guardaespaldas, como le corresponde.
Y cuando mi miedo comprenda que no pretendo ignorarlo, ni deshacerme de él, me dejará al fin tranquila y retornará a su puesto de vigía, para defenderme cuando lo necesite, como servidor leal y amigo fiel.
Y entonces, al fin, habré aprendido a no temer este grito que llevamos dentro.
Mariaje López
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