Lo que primero llama la atención por inédito es el rótulo identificativo del coche patrulla que llega de inmediato al lugar donde unos jóvenes acaban de perder la vida en un triste accidente de tráfico a causa de la ingesta de alcohol y estupefacientes varios a lo largo de una noche de juerga:
GARDA
Lo segundo en captar el interés del espectador es que el guardia que baja del coche examina los cadáveres y hallando en el bolsillo de un joven un sobre de plástico con diferentes pastillas, dice: a tu madre no le haría feliz saber eso; tira las pastillas al borde del camino, pero se lleva a la lengua una de éxtasis mientras afirma rotundamente mirando el amanecer:
What a beautiful fucking day
El cinéfilo veterano se refocila con ese arranque de la ópera prima de John Michael McDonagh: así lo atestiguaron los murmullos de aprobación de la cuarentena que casi abarrotaba la sala nº13 el pasado día 21 de julio, justo el día después del estreno en España de la película THE GUARD (2011) cuyo título ha sido traicionado en castellano viejo como El Irlandés en una reiterada costumbre de modificar a peor. Pero de eso hablaremos pronto.
Cuando consultamos su ficha observamos de inmediato que John Michael sabe perfectamente lo que es tener éxito con un guión y comprendemos que le azuzara el gusanillo de responsabilizarse de llevar por sí mismo a la pantalla una trama de su propia cosecha, una historia original que pertenece al cada vez más escaso y raro género de comedia inteligente, aquella que ataca directamente y sin tapujos el bagaje cultural del espectador que se siente aguijoneado y se alivia con una risa que brota en carcajada rápida y corta ya que pronto comprendemos que demasiado ruido nos hará perdernos la siguiente ráfaga de metralleta vitriólica.
Cachaza.
Esta palabra en desuso que algunos habrán escuchado quizás pronunciada por Vinicius de Moraes en su pronunciación brasilera se ajusta en sus definiciones como adjetivo perfecto para clasificar a ese guardia protagonista que acciona con lentitud y habla con suavidad cargado de intención, causando el mismo efecto que la melaza de aguardiente, demoledora bastante después de los tragos.
Porque uno se ríe, pasada una semana, al recordar las invectivas y chascarrillos cargados de intención y mala leche que va soltando ese Gerry Boyle, sargento de la guardia urbana (ahora todos han subido semánticamente de grado y son policías locales) del Condado de Galway en la costa oeste de Irlanda, justo el extremo opuesto de Dublín, con un litoral que según el agente destacado del FBI Wendell Everett espera recibir un cargamento de droga por valor de quinientos millones de dólares. Que, según precisa a los agentes irlandeses y con mucha seriedad el jefe del distrito de la policía irlandesa, es medio billón de dólares.
Más que intriga policial se trata del juego del ratón y el gato afortunadamente provisto de una pléyade de personajes secundarios que enriquecen la trama, ramificaciones de índole personal bien sujetas por la férrea estructura del guión que se nutre de la diversidad de caracteres sin que nada obstaculice el seguimiento del cuento que McDonagh nos presenta, además, con muy buenos modos cinematográficos. Es evidente que el director tiene las cosas muy claras y meditadas pues no hay pérdidas de ritmo ni desequilibrios y sí una búsqueda de la naturalidad en el encuadre y la eficacia y economía en la narrativa visual. Todo al servicio de la trama que se compone de personajes y sus actos, de sus interrelaciones, sus decisiones y las consecuencias de las mismas.
McDonagh no tan sólo se muestra muy eficaz en la dirección cinematográfica: también destaca su buen hacer en la dirección de actores porque sabe apaciguar los ánimos de Brendan Gleeson dominando cualquier atisbo de histrionismo y consiguiendo la oportuna réplica de Don Cheadle sin olvidar un cuadro de secundarios excelentes que en sus breves intervenciones dejan la huella de su personaje perfectamente delimitada. Como determinada queda, gracias a la lengua, la situación de foráneo del estadounidense que ha caído en un país históricamente complejo que persiste en mantener su idiosincrasia, causando perplejidad en el extraño (y risas en la sala).
La relación entre ese guardia urbano veterano y el agente especial (¿no de la teoría del comportamiento?¿drogas?¡buh!) del FBI, llegado como quien dice de las alturas, se desarrolla en poco más de la hora y media mágica y termina dejando un interrogante que por miles se trasladará a internet, porque consigue enganchar la atención del espectador con la fuerza del mejor de los imanes: divierte y lo hace desde dentro: su virtud extrema es que reclama atención y produce satisfacción en risas y sonrisas cómplices logrando la empatía, quizás porque esos tipos que vemos en pantalla se nos muestran poliédricos, ambiguos, lejos de los héroes y villanos de una sola pieza: estos tienen matices, claroscuros, y ya desde el primer minuto estamos avisados: no extraña pues, que uno de los truhanes se lamente de la poca fiabilidad que algunos policías tienen ni que el sargento de la guardia urbana se gaste, en su día libre, unos cuartos con un par de tusonas llegadas de una alcahuetería de la capital disfrazadas de policía: la vida es un juego donde nada es lo que parece y, como asegura el pasmado agente del FBI a su colega forzado: no sé si es usted tonto o listo...
A destacar la excelente banda sonora de Calexico elegida sin duda por McDonagh con toda la intención del mundo, con unos aires distintivos que a priori parecerían poco apropiados pero se revelan eficaces y nada molestos lo cual de por sí ya es una gran virtud. Y a loar la decisión de McDonagh de no dejarse llevar por la belleza de los paisajes irlandeses cuando lo más fácil hubiera sido buscar el "¡ohhh que bonito!" de postal vista mil veces, centrándose, pura y simplemente, sin distracciones ni efectos inanes, en ofrecer una trama que se basa en algo tan infrecuente como es la vida misma.
Absolutamente imperdible para el cinéfilo deseoso que le hagan cosquillas en sus neuronas: hay que ir a verla en el cine, aunque sea doblada, para demostrar que todavía hay quien paga por disfrutar una buena película aunque "sólo" haya costado seis millones de euros producirla y no haya en ella ningún efecto espacial ni deslumbrante.
Tráiler