El Guasón: orden psiquiátrico y lucha de clases | Luis Fernando Ávila Linzán

Publicado el 27 diciembre 2019 por Iván Rodrigo Mendizábal @ivrodrigom

Por Luis Fernando Ávila Linzán

(Publicado originalmente en revista digital Ecuador Today Media, Quito, el 20 de noviembre de 2019)

Fotograma de Joker de Todd Phillips.

“La peor parte de tener una enfermedad mental es que la gente espera que te comportes como si no la tuvieras.” Arthur Fleck en la famosa película de estos días, el Guasón, escribe en su diario mientras cada vez le es más difícil controlar su risa involuntaria provocada por un desorden psiquiátrico. Esto ocurre porque, repentinamente, le suspenden la ayuda social que le permitía abastecerse de un medicamento para mitigar los efectos de esta condición médica. El mundo vive bajo “un orden psiquiátrico” que se ha profundizado con la tiranía de las ciencias naturales y las tecnologías aplicadas, y la dictadura del mercado.

Foucault ya lo había advertido en su idea de “la sociedad de los apestados” donde se ejerce poder sobre el cuerpo de las personas para controlarlas. No obstante, a partir del siglo XIX con el advenimiento del positivismo científico, se perfecciona este modelo social dual normalidad/anormalidad que empató en el carácter binario de las sociedades occidentales modernas. La civilización moderna se levanta sobre un orden psiquiátrico, donde unos deciden quiénes están enfermos y quiénes están sanos, y donde todos tenemos, en mayor o en menor medida, una enfermedad mental. Reírse mucho o poco, o no reírse, llorar o dejar de hacerlo, dormir mucho o poco, parpadear o dejar de hacerlo, moverse mucho o poco, consumir drogas, sentir celos excesivos, realizar ideaciones y delirar: todo puede ser una enfermedad mental si leemos el Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales publicado por la Asociación Estadounidense de Psiquiatría.

Simbólicamente, esa dualidad entre enfermos y sanos fundamenta a las sociedades modernas. A nivel político, la sanidad está dada por la democracia liberal y el institucionalismo, y la enfermedad por la movilización social y la experiencia social de la exclusión. Así quien pone en riesgo ese orden está simplemente enfermo y hay que curarlo. El uso del poder punitivo y la cárcel enfocados en los delitos de baja cuantía contra la propiedad es un ejemplo de esto. No sólo funcionan como un mecanismo de control para mantener a los pobres lejos de los ricos, sino, además, para sanearlos y curar su enfermedad social. En un ámbito menos material, ocurre con los que tienen una visión radical del sistema: no le dan espacio en los medios ni en los centros de reproducción del poder, son presentados como unos bichos raros y la medicina que se les aplica es imponerles el derecho de admisión en todos los ámbitos.

Este orden psiquiátrico se vuelve hegemónico cuando cae el Muro de Berlín y el iluminado alquimista de la ciencia política contemporánea, Francis Fukuyama, postula “el fin de la historia”. Él utiliza la metáfora de Hegel cuando celebró el paso de Napoleón por Jena en 1806 en el que creyó ver la llegada de la racionalidad. Por esto, después del colapso de la Unión Soviética, sería el mercado global y no ninguna ideología la que gobernaría el mundo entero.

Por esta razón, desde el Consenso de Washington en adelante, todas las políticas imperiales están dirigidas hacia eliminar el contenido ideológico de la administración del Estado y de las reformas institucionales. Un enorme ejército de tecnócratas, tecnología de punta, técnicas de medición y estadísticas, y modelos de gestión instauraron una dictadura en América Latina. Fijaron, al mismo tiempo, en el sistema educativo carreras técnicas y liberales en detrimento de las ciencias sociales y de pensamiento filosófico, con lo cual se encargaron de desideologizar al poder y a la sociedad. Aquello supuso erosionar a los partidos políticos, sindicatos, corporaciones y organizaciones sociales, y centrar la interlocución entre el poder y las organizaciones no gubernamentales, cámaras de comercio y grupos de interés, todos formados desde 1990 en los vapores del marco lógico del Banco Mundial y las supercherías asistenciales de USAID.

Este orden de sanidad, no obstante, no cura la enfermedad, sólo la contiene, engañándola con placebos como los ajustes estructurales que convencen a miles de obreros en el Mundo a sacrificarse con bajos ingresos hoy para beneficiarse del desarrollo mañana, con desarrollismos populistas que degeneraron en corrupción y culto a la personalidad; y, mediante profetas, anacoretas y vendedores de humo que engañan desde su depravación hedonista.

Justo en este punto, el Guasón en su entrevista televisada al final de la película devela el misterio antes de llenar de plomo a Murray Franklin, el amarillista conductor representado por Robert De Niro: “¿Qué obtienes cuando cruzas un solitario mentalmente enfermo con una sociedad que lo abandona y lo trata como basura?” El caos. Un orden que nos recuerda que todos somos enfermos y basura que no pude ser combatido, sino desde esa condición. Si tener ideología es estar enfermos en ese orden, no existen canales para la resistir ni para darle forma a la lucha social ni de clases. Esto va más allá de la idea de Trotsky de la revolución espontánea o de por Michael Moore sobre las masas enormes de pobres y que no reciben asistencia social, identificadas como los destinatarios del mensaje del Guasón.

Unas clases subalternas sin dirección política pueden degenerar en los payasos dementes que revindicaban un movimiento para matar a los ricos por el simple placer de matar. Es el nihilismo extremo y oscuro al que se refiere Slavoj Zizek y que representa el Guasón, el que desencadena en autodestrucción y en violencia sin sentido.

Pero la violencia es correspondida por una clase política desesperada y desorientada ante el súbito descontento de los ciudadanos de todo el mundo que pone en peligro los privilegios que son la causa de su marginalidad, abandono y falta de alternativas. Así, mientras, tradicionalmente, las élites no necesitaban justificar su violencia, y los pobres debían disfrazar su hambre de ideología; ahora, son los ricos quienes adornan su violencia con ideología neoliberal y garrote; los marginados sólo marchan en desventaja para exigir cambios radicales con las cicatrices del látigo del opresor y su propia humanidad como carne de cañón.

Esta ruptura del orden psiquiátrico es el origen de las futuras guerras. Tenemos la evidencia en los adolescentes estadounidenses que ametrallan a sus compañeros y luego se vuelan la tapa de los sesos, en el grupo Estado islámico que degolla periodistas frente a las cámaras, y en los inusitados estallidos sociales que comienzan a globalizarse como una llamarada por todo el mundo. Tenemos a un actor puertorriqueño, Joaquín Phoenix, interpretando a un personaje por el cual, tal vez no reciba un Óscar por su abierta apología a la violencia extrema contra los ricos, y a un Guasón homicida que se pinta el pelo de verde, se maquilla, sonríe y baila con su chaqueta anaranjada y chaleco mostaza en las escaleras de Shakespeare y Anderson en West 167th Street en el Bronx.

Fuente: https://pensamientojuridicopopular.blogspot.com/2019/11/el-guason-orden-psiquiatrico-y-lucha-de.html?fbclid=IwAR2b0ueUDH4G5Jk-7nwPey6KzvrC1P4hsyPgk9n_9YNn5spkirbbWyr1mOY