No creo que el bicho me vea ni alcance a imaginar que soy el causante de su repentino desamparo. Miro la galería de la que ha salido y la secciono con el filo del cuchillo. Tiene su principio y su final dentro de la patata. No hallo indicios de entrada hasta el túnel-vivienda: es como si el tubérculo hubiera engendrado a su ocupante a partir de su propia materia y se hubiera prestado a ser comido para darle albergue.
Las últimas patatas que compré lucían una pinta similar a la de esta. Desconozco su placa de identidad (tal vez fueran Monalisa, Ágata, Caesar, o vaya usté a saber...), aunque, de llevarla, supongo que la portarían atornillada por medio de ojales negros en los que se alojarían, tal vez, unos cuantos inquilinos más.
Y entonces me pregunto si habré frito o cocido algún gusano de la patata y si, como resultaría evidente, me lo habré comido.