El gustito de la cosa

Por Aceituno

Ayer, un amigo mío me escribió un cuento acerca de un tipo que descubre que tiene cáncer gravísimo, ante lo cual se deprime, renuncia por completo a su actividad en la vida y resulta que vive aún 20 años más. Para mi amigo, el punto en el que quería poner el acento era el hecho de que el tiempo, finalmente, es igual para todos, es decir, nadie sabe cuánto tiempo le queda de vida. Aunque después del diagnóstico de ciertas enfermedades tendemos a considerar ese tiempo como más corto y por lo tanto cambiamos nuestros hábitos de vida, no es descabellado suponer que, en rigor, el tiempo sigue siendo el mismo. Más de una vez he tocado este tema y he dicho lo mismo con otras palabras. De hecho es lo que me mantiene con vida y con la energía más alta que puedo.

Ahora bien, el problema no es ese. El problema, como también he subrayado alguna que otra vez, es la calidad de vida que me queda, el color de ese tiempo. Ahí reside la madre del cordero y contra eso es contra lo que lucho diariamente. Luchamos, en plural, porque la calidad de vida ha mermado no solo para mí sino también para la gente que tengo cerca. No es difícil de imaginar que renunciar a tu trabajo y tu vocación, cambiar de país, dejar atrás amigos y familiares, quedarte sin dinero y todo sin querer hacerlo y en un puto par de semanas, ha provocado trastornos vitales serios tanto en mí como en mi pareja (víctima colateral del cáncer, ya que lo padece casi tanto como yo). Pero más allá del momento del cambio, ese momento donde tu mundo se pone patas arriba de la noche a la mañana y se tambalea todo lo que habías construido, haciéndote dudar hasta de tu propia sombra, más allá de ese momento, decía, hay que considerar el día a día como una guerra sin cuartel donde es muy difícil tomarse un respiro y relajarse, fundamentalmente por dos motivos. UNO: por el drenaje que llevo puesto que limita mis movimientos y reduce mis posibilidades en todos los sentidos y DOS: por la falta de dinero, que también limita mis movimientos y reduce mis posibilidades en todos los sentidos.

De manera que parece que estamos condenados a sufrir esta pequeña tortura durante algún tiempo. Mientras tanto hago lo único que sé hacer: vivir. Trato de no quejarme, intento mantener el espíritu positivo, busco la manera de seguir adelante sin pensar demasiado porque pensar duele mucho, me centro en distracciones baratas y sencillas, como el cine, el ajedrez, la fotografía, la cocina, este blog… y así van pasando los días, con más pena que gloria, durmiendo mucho, comiendo poco, sonriendo cada vez que puedo y agradeciendo profundamente a mi chica que permanezca a mi lado a pesar de todo. Ella es, finalmente, la que aporta el color que le falta al tiempo que me queda. Creo que por eso hoy he mezclado dos imágenes en color con dos en blanco y negro. Son abstracciones que no tienen mucho que ver con el texto, pero me parecen lo suficientemente emotivas como para ilustrar, aunque sea fugazmente, esta pequeña disertación de un miércoles cualquiera.

Aunque a veces pueda parecer que nos venimos abajo, ambos gritamos no, no y mil veces no. Si nos quieren joder vivos al menos vamos a ser capaces de encontrarle el gustito a la cosa.