Cuando se viaja en metro los mismos días a las mismas horas una se acaba encontrando con la misma gente. A lo largo del año esta rutina se ve alterada por los estilismos que vamos luciendo semana tras semana y las conversaciones que mantenemos si viajamos en compañía. Aunque nunca he sido muy amiga de meterme en la vida ajena, a veces hago excepciones. Este es el caso de los jueves de hace dos cursos cuando coincidía en el metro con tres niñas de unos seis años. Evidentemente, sus conversaciones no pasaban de cantar las gracias de la última Polly Pocket que les había traído el Ratoncito Pérez o decidir cuál de ellas se parecía más a determinada Princesa Disney. Ahora bien, yo seguía sus charlas porque siempre me ha llamado la atención cómo los niños con un vocabulario tan limitado defienden su peculiar escala de valores. Estas niñas no eran una excepción y pronto tuvieron una discusión muy interesante que me llevó a pensar sobre el modo en que nos enseñan y aprendemos a comunicarnos. Ese día el tema de conversación era la película Campanilla y el tesoro perdido que el canal Disney había emitido el fin de semana anterior. Mientras dos de las niñas aseguraban que los Reyes Magos les traerían el Dvd de la pizpireta Campanilla, la que se llamaba Anna decía que no pediría ese regalo. Cuando las amigas le preguntaron el motivo de esa decisión, ella muy apenada les contestó que no le gustaba esa hada que decía palabrotas. De todos es sabido que Campanilla tiene un pasado oscuro en el que quería matar a Wendy porque estaba celosa de su amistad con Peter Pan. No obstante, el dechado de virtudes en el que ahora han convertido a la compañera del niño eterno era imposible que hubiera dicho algo que no fuera políticamente correcto. Por supuesto, las amiguitas quisieron saber cuándo su por entonces ídolo había soltado la palabrota. Resulta que en un momento de la película Campanilla se había enfadado consigo misma y dando una patada en el suelo se había recriminado ser un "hada tintineadora". "Tintineadora" ni ha sido, ni es, ni será jamás una palabrota. Ahora bien, con razón a la niña le sonaba muy mal porque llevaba la misma carga emocional que ponemos cuando decimos tacos para liberarnos.Al aprendizaje del habla le acompaña siempre un proceso de educación que ayudará a integrarnos en la sociedad. En consecuencia, desde muy pequeños empezamos a conocer qué expresiones se pueden usar y cuáles no. Sin embargo, es muy difícil enseñar el tono de voz y los gestos que mejor acompañarán a nuestras palabras. En realidad, eso depende más de las situaciones con las que nos encontramos en la vida y la habilidad de cada uno para desarrollar un lenguaje no verbal que se corresponda siempre con sus intenciones en la justa medida. Personalmente, creo que esta es una de las asignaturas pendientes de cada individuo, la cual casi nadie resuelve en su totalidad por mucho empeño que le ponga. Ahora bien, a veces la sal de la vida reside en anécdotas como la confusión creada por el hada tintineadora.