El protagonista de la película de Nemes muestra un rostro sin emociones, propio de quien lleva meses inmerso en un infierno cotidiano, por lo cual lo que sucede a su alrededor le es en gran parte indiferente. Saúl se limita a obedecer órdenes, a realizar su trabajo y a aislarse de la realidad en la medida de lo posible. Para el espectador, el protagonista es una especie de Virgilio que le va a guiar por el escenario más dantesco posible, pero desde su particular punto de vista: el del veterano que en buena parte se ha adaptado a las condiciones del Averno. Paradójicamente, Saúl solo va a reaccionar ante una muerte muy concreta: la de un niño al que reconoce como su propio hijo. Como espectadores, no sabemos si lo es verdaderamente (sospechamos que no, que se trata de un delirio del protagonista), pero somos testigos de la transformación de Saúl: de no querer saber nada del mundo pasa a obsesionarse por el cadáver del niño, hasta el punto de arriesgarlo todo con el fin de que no sea incinerado y obtenga un funeral conforme a los ritos de su religión.
Con este argumento, no puede esperarse de El hijo de Saúl que sea una gran crónica del Holocausto, al estilo de La lista de Schindler, sino que nos encontramos ante una propuesta mucho más íntima. El director explica sus intenciones en una entrevista publicada en la revista Caimán, Cuadernos de cine:
"(...) Quería hacer una película a partir de un único personaje, pegándome a él, pero sabiendo que no podía mostrar aquello que el cine suele mostrar en estos casos y que para ello debería de reducir el alcance de lo visible. En el cine, menos es más; en el caso del Holocausto, si muestras mucho al final acabas empequeñeciéndolo todo. Y no queríamos empequeñecerlo, queríamos servirnos del espectador como un médium para dar a entender el horror absoluto, como si aquello estuviese sucediendo en su propia mente.
(...) Porque se trata de que el espectador se sienta como un acompañante del protagonista, otro interno. No se trata de prestarle atención a todo lo que sucede alrededor del protagonista, el horror, el exterminio, que a él no le llama la atención porque es algo a lo que está acostumbrado. Mantiene un perfil bajo, pero presta atención a todo aquello relacionado con el niño y con su objetivo. En esos momentos, la perspectiva puede ampliarse y la imagen puede mostrar mucho más."
Así pues, el infierno que nos muestra Saúl es mucho más sonoro que visual, lo acrecienta la sensación de subjetividad, de estar viviendo lo mismo que el protagonista, una sensación tremendamente incómoda que el Nemes consigue que el espectador experimente desde el primer minuto hasta el final del film. Todo es tan terrible, tan surrealista y tan confuso cómo lo debió ser en el propio Auschwitz. No hay que olvidar jamás que los nazis pretendieron que aquel fuera un episodio oculto de la historia, que no sobrevivieran víctimas capaces de testimoniar la inmensa matanza. Por eso, entre otras muchas cosas, El hijo de Saúl es una nueva llamada de atención acerca de la necesidad de no olvidar (y ese mensaje no solo sirve para el Holocausto, sino para todo tipo de episodios oscuros sucedidos en el último siglo a lo largo de toda la geografía mundial, incluyendo a nuestro país) y constituye una nueva vuelta de tuerca en la filmografía que se ha dedicado a retratar el exterminio del pueblo judío. La de Nemes es una película que es necesario visionar para poder reflexionar con serenidad y extraer el mensaje de la crudeza de sus imágenes y sus sonidos.