Estoy aburrido del rencor de fan amargado hacia autores que en algún momento han sido idolatrados: George Lucas, Damon Lindelof, los hermanos Wachowski o Peter Jackson. Con razón o sin ella, las quejas y críticas no dejan de ser meras pataletas que suelen incluir referencias al amor por el dinero de estos artistas. Como si George Lucas necesitase más pasta. Personalmente ya he escuchado suficientes veces que Peter Jackson ha estirado El Hobbit de J.R.R. Tolkien y que se ha equivocado al hacer tres películas. Son frases vacías que no aportan nada. Yo he ido a ver La batalla de los cinco ejércitos con los ojos de un niño. Y recomiendo a todo el que se anime a verla, que lo haga desde esa perspectiva. La primera sorpresa -al menos para mí- es que Jackson despacha al dragón Smaug (Benedict Cumberbatch) en los primeros minutos de la película, en lo que quizás debería haber sido el final del episodio anterior. Pero he dicho al principio que no iba a discutir decisiones artísticas. La tercera película de El Hobbit sigue ofreciendo un diseño de personajes y una acción visual difícil de igualar. Es verdad que en sus momentos más arrebatados -Thranduil (Lee Pace) cabalgando un ciervo de cornamenta imposible- la estética de la trilogía nos puede recordar a la parodia de Gentlemen Broncos (Jared Hess, 2009). Es cierto que los enanos tienen el look de un heavy hortera y que no me puedo imaginar a un solo elfo heterosexual.
-AVISO SPOILERS-
Pero lo verdaderamente importante de La batalla de los cinco ejércitos es la voluntad de Jackson de humanizar a sus héroes haciendo que sus conflictos internos sean el centro de la historia. Eso a pesar de ser una película de fantasía, en la que no hay un solo plano sin efectos especiales y que incluye una batalla que debe durar unos 40 minutos. Un héroe debe luchar contra sus enemigos en batallas épicas, pero el verdadero mal está en su interior: Frodo debe resistir el poder del anillo único; Luke Skywalker la tentación del lado oscuro, Thorin (Richard Armitage) sucumbe a la codicia del oro. Balin (Ken Stott) describe la locura que se ha apoderado del rey enano como un "amor celoso" y eso nos ayuda a entender la naturaleza irracional de los sentimientos que amenazan con ser su perdición. Jackson resuelve la lucha interior de Thorin con una secuencia muy visual, pero abstracta, cuyo resultado cambia el destino de la batalla. Al final, el enano tiene la oportunidad de pedir perdón por sus errores y salva algo más importante que todo el oro de Erebor: su amistad con Bilbo (Martin Freeman). Los mensajes de la película son sencillos, pero válidos. Creo que son esos valores los que diferencian a El Hobbit de los otros blockbusters dirigidos al público juvenil y que suelen utilizar una impostada angustia adolescente para conectar con su público. Son esos valores también los que aparecen cuando Bardo (Luke Evans) rechaza la gloria de haber matado al dragón y sacrifica todo por sus hijos. Bardo incluso perdona la avaricia mezquina y traicionera de Alfrid (Ryan Gage), un personaje negativo que parece el villano de una función de títeres. Yo, al menos, he disfrutado ese tono infantil de La Batalla de los cinco ejércitos