La película comienza con uno de los títulos de crédito más estéticos de los últimos años. La pantalla dividida en dos muestra ambos lados de una pared, en la que alguien está abriendo un hueco. El origen del problema, un hombre que decide abrir una ventana en frente de la casa de su vecino, para tratar de todo, y una perfecta excusa para tratar de las relaciones entre los seres humanos, en clave de comedia.
La única construcción de Le Corbusier en América Latina realizada para el cirujano Curutchet en el año 1954, del que toma su nombre, e inscrita por la UNESCO en el Patrimonio de la Humanidad, no queda nada bien con una ventana en frente del salón. Si bien es cierto que la casa no es un edificio cualquiera, ante este conflicto los interesados tendrán que apañárselas solitos e intentar solucionar el problema.
Mariano Cohn y Gastón Duprat en su cuarto film ruedan esta inesperada historia contando con esta mansión como un personaje más de la trama y abrazando los espacios que ofrece: volúmenes repletos de ángulos, luces que invaden los espacios, aperturas ingeniosas y mobiliario adaptado al ambiente. La película goza de una cuidada fotografía que le ha valido su reconocimiento en el último Festival de Sundance para esta categoría.
Pero el principal interés del film recae sobre los dos personajes protagonistas, en apariencia antagónicos, y que la realidad y las circunstancias se encargarán de acercar. Leonardo, reputado arquitecto, y Víctor, vendedor de coches y conocido sólo por sus amigos, interpretados magistralmente por Rafael Spregelburd y Daniel Aráoz.
Una película sumamente inteligente basada en una continua dualidad, interior y exterior, un divertido análisis de la lucha de clases o, por lo menos, los prejuicios de sus integrantes, y un hábil incremento de la tensión de un conflicto banal. El film contiene momentos estelares, en especial, cuando los personajes están en grupo. Una representación en sociedad en la que contamos como queremos ser, raramente como somos en realidad.
En esta versión argentina del infierno son los otros, que diría el filósofo Jean-Paul Sartre, la sincera brutalidad de Víctor equilibra el egoísmo y cobardía de Leonardo porque, en muchas ocasiones, el hombre de al lado es el simple reflejo de uno mismo.