En una escena de “Bastardos sin gloria” (2009) de Quentin Tarantino, Adolf Hitler enfurece cuando le informan que varios de sus soldados fueron masacrados con un bate de beisbol por alguien apodado “el oso judío”. Y lo que es peor: entre la tropa el miedo ha producido el rumor de que este asesino de nazis sería un Golem. La referencia a este ser mítico no es antojadiza. El pueblo alemán conocía bien la historia del Golem, incluso había protagonizado tres películas mudas. Hoy sólo la última sobrevive: “Der Golem: Wie er in die Welt Kam” (“El Golem o cómo vino al mundo”, 1919), su director y protagonista, Paul Wegener, la dio a luz en tiempos en que el anti-semitismo todavía no era oficial y se podía fantasear con mitología judía.
Cuando el arte cinematográfico apenas nacía, Paul Wegener era un muchacho que descubría una fuerte vocación por el teatro. Como era de esperarse, defraudó a su padre y abandonó la escuela de leyes. La frustración no le dio escarmiento. En el ambiente universitario ya había sido reconocido como un actor talentoso y pronto se integró a diversas compañias teatrales. En 1905 participa por primera vez en una película. Todavía el cine era visto como un artilugio novedoso pero sin duda inferior al milenario arte teatral. Entonces Wegener retoma las tablas, ahora contratado por una compañía de gran prestigio, el Deutschen Theater. Es aclamado por los críticos pero Paul no se olvida de cuando una cámara de cine lo apuntó. Cuando su contrato teatral termina decide apostar por aquel arte nuevo. Su interés no estaba en filmar el teatro, sino en retratar lo imposible experimentando con las propiedades del soporte fílmico. Se contactó con otros entusiastas y con ellos exploró las técnicas de la doble exposición y el coloreado para realizar “El estudiante de Praga” (1913), una prometedora debut que tomaba tópicos de la literatura alemana como la noción del doble y la figura de Fausto. Fue un gran éxito, la exportaron con el título “Una ganga con Satán” y fue aplaudida. Wegener demostró que su talento en la actuación se adaptaba perfectamente al medio cinematográfico.
“El Golem o cómo vino al mundo” recrea la leyenda del rabino Loew. Durante el tiempo en que realizó “El estudiante de Praga”, Wegener había observado en un antiguo cementerio de Praga la bien conservada tumba del rabino que atraía a los visitantes. Así la tradición judía de la ciudad seguiría cautivando su cine. Su tercera entrega de “El Golem” se ubica en el ghetto judío de Praga del siglo XVII, allí el rabino Loew vaticina que una persecución contra su pueblo se acerca. Acto seguido, el rabino esculpe un gran hombre de barro, quizá un defensor, que pretende animar con fórmulas de la cábala. Sin embargo, le falta un ingrediente fundamental, una palabra mágica que sólo se puede obtener del tráfico con el mundo divino o el demoniaco. Mediante un ritual, una figura misteriosa le informa: “Emet” (verdad). La palabra es escrita en un amuleto que deberá llevar puesto el hombre de barro para empezar a caminar.
De regreso al ghetto con las buenas noticias, el rabino decide desmantelar al Golem pues posee una fuerza que teme incontrolable. El mensajero del Emperador sigue viviendo ahí comodamente, incluso tiene un romance con Miriam, la hija del rabino. Un ayudante celoso revive al Golem para expulsar a la competencia. Pero el gigante se pasa de la raya. Ataca al mensajero, arrastra de los pelos a Miriam, accidentalmente incendia el ghetto, escapa a la calle y, por primera vez, sonríe. La mañana siguiente, una niña pequeña se acerca a él y tranquilamente le quita el amuleto para contemplarlo mejor. El Golem se desmorona. Jorge Luis Borges en su Libro de los Seres Imaginarios, agrega que otra manera de lograrlo sería borrando la letra “E” de la palabra “Emet”, para quedarnos con “met”, es decir “muerto”.
Un sugestivo film que existe en un mundo dominado por la mágia y donde el pasado controla el presente. Justamente por este contexto, ligado al estereotipo cristiano del judío como aficionado a la brujería, es que algunos críticos señalan a “El Golem” como una cinta antisemita. Sin embargo, el film plantea lo inverso al estereotipo que finalmente triunfaría en Alemania: el supuesto control monetario de los judíos sobre los cristianos. En “El Golem”, la arrogancia del mensajero durante su permanencia en el ghetto expone la sujeción de los judíos a un gobernante cristiano.
La influencia de “El Golem” podrá ser rastreada en adelante en toda película con androides o monstruos de laboratorio. Una obra cumbre del expresionismo alemán, “Metropolis” (1927) de Fritz Lang, replanteó el mito del Golem en una versión futurista y femenina: una cyborg fatal construida por un científico sedicioso. Otra cinta clásica del horror le rinde homenaje de manera directa, “Frankenstein” (1931) de James Whale. Entre otras similitudes, Frankenstein también interactúa con una niña pequeña pero con consecuencias que provocaron la censura. Incluso el primer “King Kong” (1933) puede no haberse filmado sin la precedencia de “El Golem”.
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