El hombre de la gabardina

Publicado el 20 febrero 2016 por Bea Mendes

Dante se levantó a las dos y media de la madrugada. No sabía que era lo que le había despertado, simplemente estaba despierto. Nada más levantarse, comprobó la hora y se extrañó. Fue al baño y volvió a la cama. Estuvo allí un cuarto de hora intentando conciliar el sueño, pero no había manera. Enfrente suya se encontraba la ventana, hacía calor. Se levantó y abrió la ventana. No entro ni una pizca de aire, sentía un calor espeso, pero no percibía una pizca de aire. Justo cuando se iba a apartar de la ventana observó a una persona, hombre aparentemente, sentado en el banco del parque de enfrente. Llevaba una gabardina negra y unos pantalones oscuros.
Estaba sentado con la vista en el infinito u con los brazos flácidos a ambos lados de su cuerpo. Estaba en una postura algo incómoda porque no se apoyaba en el respaldo del banco. Dante le miró con curiosidad, durante un segundo se le pasó por la cabeza llamarle, pero rápidamente la idea desapareció. Le parecía absurdo. Pasó una media hora contemplando al señor, sin notar el paso del tiempo, hasta que le entró el gusanillo. Se dirigió a la cocina sin encender las luces del pasillo y abrió la nevera. Como no vio nada interesante cogió un yogur de macedonia, seguidamente volvió a su cuarto y se acercó de nuevo a la ventana, el hombre ya no estaba. No le importó lo más mínimo. Se sentó frente a la mesa del ordenador y le dio al botón de encendido mientras tomaba el yogur. De repente sonó el timbre. Dante se quedo quieto, sin reaccionar, creyó que no había oído bien. Pero estaba muy equivocado. Volvió a sonar. La mente de Dante comenzó a llenarse de interrogantes. Cuando volvió a sonar el timbre, este se levanto. Fue encendiendo las luces a medida que se acercaba a la puerta de la entrada. Antes si quiera de comprobar por la mirilla quien era, preguntó, acercándose a la puerta.- ¿Quien es?Al no obtener respuesta acerco si ojo a la mirilla. Los pelos se le pusieron de punta y el corazón comenzó a latir a mucha velocidad. Era un hombre, que por la gabardina que llevaba, supuso que era el mismo que minutos antes estaba sentado en el parque. Dante permaneció en silencio y comenzó, lentamente, a apagar las luces de la casa y permaneció en silencio. El timbré volvió a sonar. Dante no sabía si la mejor opción era llamar a la policía. El sonido, de nuevo del timbre, le hizo dar un respingo y  decidirse a llamar. Tras cinco minutos, y hablando prácticamente susurrando, consiguió explicarle a la tele-operadora la situación. Exageró un poco inventándose que el sospechoso se mostraba violento y daba golpes a la puerta. Esto lo hizo para que le tomaran más en serio y mandaran una patrulla. Le prometieron que llegaría en su auxilio un coche policial lo más rápido posible.Pasados unos segundos de haber colgado, se percató de que el timbre había dejado de sonar. Se asomó a la mirilla con la esperanza de que el hombre se hubiera ido, pero no fue así. Allí seguía, imperturbable. Dante se separó de la puerta hasta quedar en medio del pasillo, entonces llamaron por el telefonillo. Dante lo cogió rápidamente y contestó, era la policía. Se sintió aliviado. Mientras esperaba a que los policías subieran, su piso era el octavo, se acercó nuevamente a la mirilla. Ya no había nadie. Dante pensó que el sonido del telefonillo había asustado al sospechoso individuo. Cuando fue a apartar el ojo de la mirilla y al dar un paso atrás, notó un obstáculo. Chocó con algo. Un sudor frío le recorrió la frente. No sabía que hacer, no se atrevía a girarse. Sonó la puerta, era la policía. Dante alargó el brazo para abrir la puerta pero algo le tocó el hombro y reculó. Los policías comenzaron a impacientarse. En un ataque de valentía, Dante se giró lanzando un puñetazo al aire. Golpeo algo tan duro que noto como su brazo se resquebrajaba. Al girarse, se vio frente al hombre de la gabardina, era un ser enorme. Este, en apenas segundos, subió el brazo y con la mano, agarro la cabeza de Dante estrujándola sin apenas esfuerzo. El cuerpo sin vida de Dante calló al suelo como si de un saco de patatas se tratase.
Veinte minutos más tarde...Los policías finalmente lograron echar la puerta abajo tras haber esperado a los refuerzos. Al entrar, comprobaron que no había nadie. Registraron cada rincón del piso y no encontraron nada, ni siquiera signos de violencia, ya que los primeros agentes que vinieron comentaron a sus compañeros que habían escuchado ruidos extraños en el interior, como si alguien diera durante unos segundos patadas a la puerta desde el interior.