Noventa y siete años son muchos años. Aunque muchos, cuando le escuchábamos, pensábamos que su adiós estaba lejos por sus atinadas reflexiones. Sereno, cauto, con una tranquilidad que le daban los años y esa socarronería que siempre le acompañó, Carrillo ha sido uno de los políticos más importantes del siglo XX. Y del XXI porque, aunque sin cargos en este siglo, entendía perfectamente lo que pasaba y desde su particular visión nos alumbraba con su sabiduría, su sensatez y su lucidez.
Es verdad que como cualquier persona de larga vida, tuvo luces y sombras. Pero, sin duda, el resplandor de sus luces superan con creces esos momentos difíciles.
Hoy, podríamos reprocharle el pacto que hizo en la transición, cuando se tuvo que tragar unos cuantos sapos, pero, ¿somos capaces de ponernos en su piel y en esa época? ¿Qué hubiera pasado si Carrillo no hubiera pactado? Ahora la crítica es fácil, y es verdad que a muchos no nos gustó ni nos gusta esa falsa transición que fue más una transacción.
Acostumbro a decir lo que pienso, aunque sea en un obituario, así es que no me puedo callar que en un momento determinado rompió el partido comunista, al que había liderado por mucho tiempo para fundar otro partido, el Partido de los Trabajadores, que terminó cayendo en el foso del PSOE. Y ese para mí fue un grave error. Pero, fue tanto lo que dio y tan poco lo que recibió que su fulgor tapa, de sobra, su penumbra.
No debemos olvidar que si otros “hombres de izquierda” después se aprovecharon de una transición y coparon el poder durante muchos años, fue porque Carrillo y su partido habían luchado en los años difíciles y supieron estar a la altura de las circunstancias, dirigiendo la única oposición que existió durante el franquismo y anteponiendo luego lo que él creyó que era el interés general al suyo propio. Y eso no se puede olvidar.
Ha sido un hombre odiado por la derecha mediática. Por mucho que hoy valoren algunas actitudes positivamente, no dejan de recordar episodios que nunca se pudieron probar. Son aquellos que lanzaron loas cuando murió Fraga, “un hombre de Estado” y que todavía justifican razones para el golpe de Estado del 36. Estoy convencido de que Carrillo estaba encantado de que gente de tal calaña le difamara, eso le ensalzaba. Y es normal que no reconozcan a Carrillo sus méritos e intenten demonizarlo, porque él siempre estuvo enfrente, acusándoles y llamándoles por su nombre.
Ayer mi nieta me hizo una pregunta: Abuelo, ¿quién fue el hombre de la peluca?
Un hombre que se jugó la vida por unas ideas, que siempre defendió a los más débiles y que tuvo que ponerse una peluca –una peluca que llevaba dentro el sueño de un mundo justo e igualitario-- para que este país pudiera ser homologable a los de nuestro entorno. Un hombre que cometió errores pero que acertó en lo importante. Al que hay que dar las gracias por lo que hizo por todos, también por los que le odian. Carrillo fue y es uno de los nuestros.
Y llegó hasta los noventa y siete años. Y un día durmiendo la siesta, con la cajetilla de tabaco en la mesilla, tranquilamente, serenamente, nos dijo adiós, sin abrir los ojos. ¿Dónde hay que firmar?
Salud y República