El hombre de las mariposas amarillas

Publicado el 04 mayo 2014 por Siempreenmedio @Siempreblog

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“El día en que la mierda tenga algún valor, los pobres nacerán sin culo” decía Gabo, Gabito en Colombia, en “El otoño del patriarca”, la obra que más tardó en escribir de toda su carrera. La gestó durante 18 años.

Colombia le debe a García Mázquez que la ubicara en el mapa internacional. Antes del escritor este país era violencia, droga, Pablo Escobar y mujeres operadas hasta la campanilla. Después de Gabo Colombia seguía siendo violencia, droga, Pablo Escobar, mujeres operadas hasta la campanilla y Gabo.

Le gustaban las mariposas amarillas, las rosas amarillas, el número 13, y era supersticioso pero a su manera. Fue el precursor de una cosa que se ha llamado realismo mágico, pero su obra nunca tuvo nada de mágico, simplemente era reflejo de una sociedad que tiene historias extraordinarias. Pero que aquí son ordinarias. Por eso, los que dicen que Gabo hacía realismo mágico no conocen la costa colombiana, ni nunca han oído hablar de los wayúu, ni se han parado a pensar que lo que consideramos magia es realmente filosofía de vida.

Aquí, en Bogotá, los sentimientos hacia García Márquez han estado muy polarizados. Bueno, como todo en este país. Los hay que lloran su muerte y lo conocen más allá de “Cien años de soledad”. Otros le achacan que nunca hiciera nada por Aracataca, su pueblo, ni por su país, donde por cierto, decidió ni vivir ni morir. Hay perlas imborrables, como la que dejó la parlamentaria uribista María Fernanda Cabral, quien publicó en su cuenta de Twitter una fotografía de García Márquez con Fidel Castro que ponía: “pronto estarán juntos en el infierno” Y es que aquí, antes de ser un genio de la literatura, hay que comulgar con la ideología política que a uno le guste.

Yo crecí con el Coronel Aureliano Buendía y con Úrsula Iguarán; con Florentino Ariza y su insoportable espera, con la abuela desalmada de Eréndida y con los hermanos Vicario. Crecí con ese universo que nunca me resultó lejano, todo lo contrario, sentía una empatía hacia esos personajes que me confirmó que yo era un tipo raro.

Ahora vivo en la tripa de Macondo, y les repito que esto de mágico no tiene ni un pelo. Gabo no tenía imaginación. Era un gran observador.