El aspecto de aquel hombre que silbaba había cambiado. Sus rasgos humanos estaban desapareciendo para dejar paso a los de un muñeco hecho con cuerdas. La respiración abandonaba su pecho mientras sus ojos perdían su brillo. Lo único que se mantenía era su sonrisa fría como el hielo y distante como la Luna.La atracción terminó su recorrido. El ser del esmoquin agarró a Jack por el hombro. Podía sentir como le bajaba la temperatura del cuerpo con su más mínimo contacto. Bajaron del coche y nada era igual. Las luces de colores que hasta entonces habían decorado el parque se habían convertido en antorchas de fuego.Las pantallas, monitores y dispositivos electrónicos se habían sustituido por madera, pizarra y piedra. Y donde antes no había más que silencio, ahora reinaban gritos de pesar y tristeza. Jack podía ver como, a lo lejos, las atracciones iban desapareciendo sin dejar rastro. Parecía que habían retrocedido siglos en el tiempo, pero hace siglos tampoco había un hombre de cuerda con una sonrisa bordada en su piel, ¿verdad?Los puestos antes vacíos ahora estaban ocupados por hombres que no eran hombres y mujeres que distaban mucho de serlo. Los seres que los frecuentaban estaban hechos de hojalata o de latón, de paja o de hierro, con rasgos animales o incluso de seres mitológicos… pero todos tenían algo en común. Una pesada cadena les ataba a todos a un poste de madera que estaba en el centro de cada tenderete.
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