«El hombre del esmoquin» - Segunda parte

Publicado el 11 mayo 2015 por Carmelo Carmelo Beltrán Martínez @CarBel1994
Primera parte -> EnlaceAunque temeroso al principio, el hambre borró todas las advertencias que le habían hecho desde pequeño. Desconfiar de los desconocidos no era algo que se le pasase por la cabeza. La piruleta era demasiado apetecible como para dejarla escapar. Estaban en un parque de atracciones y era todo para él. ¿Qué podía pasar?Jack le tendió la mano y juntos empezaron a caminar por el recinto.Comieron perritos calientes y tomaron helado de chocolate de postre. Se montaron en la montaña rusa y en las sillas voladoras. Disfrutaron del tiovivo y de un paseo a caballo.Mientras saboreaba un algodón de azúcar, el hombre del esmoquin le llevó delante de la noria. Juntos subieron y rieron, pero cada vez que Jack intentaba acercarse a la ventana para mirar hacia el exterior, el hombre del esmoquin tiraba de él para impedírselo.Un pequeño temblor. Una pequeña sacudida procedente de la tierra había creado una gran sensación de inestabilidad en la atracción.Jack miraba a aquel hombre misterioso el cual, con las manos a la espalda, formaba en su rostro una terrible sonrisa que hubiera asustado a las más oscuras pesadillas. Un gran escalofrío recorrió al chico desde los pies hasta los dedos de las manos. Se acercó al hombre trajeado a preguntarle qué era lo que estaba sucediendo.
El aspecto de aquel hombre que silbaba había cambiado. Sus rasgos humanos estaban desapareciendo para dejar paso a los de un muñeco hecho con cuerdas. La respiración abandonaba su pecho mientras sus ojos perdían su brillo. Lo único que se mantenía era su sonrisa fría como el hielo y distante como la Luna.La atracción terminó su recorrido. El ser del esmoquin agarró a Jack por el hombro. Podía sentir como le bajaba la temperatura del cuerpo con su más mínimo contacto. Bajaron del coche y nada era igual. Las luces de colores que hasta entonces habían decorado el parque se habían convertido en antorchas de fuego.Las pantallas, monitores y dispositivos electrónicos se habían sustituido por madera, pizarra y piedra. Y donde antes no había más que silencio, ahora reinaban gritos de pesar y tristeza. Jack podía ver como, a lo lejos, las atracciones iban desapareciendo sin dejar rastro. Parecía que habían retrocedido siglos en el tiempo, pero hace siglos tampoco había un hombre de cuerda con una sonrisa bordada en su piel, ¿verdad?Los puestos antes vacíos ahora estaban ocupados por hombres que no eran hombres y mujeres que distaban mucho de serlo. Los seres que los frecuentaban estaban hechos de hojalata o de latón, de paja o de hierro, con rasgos animales o incluso de seres mitológicos… pero todos tenían algo en común. Una pesada cadena les ataba a todos a un poste de madera que estaba en el centro de cada tenderete.Ninguna expresión se dibujaba en sus rostros. Aunque ni siquiera eran capaces de mover los labios, para todo observador era fácil identificar que los sollozos y los lamentos venían de ellos.Los ojos de Jack estaban abiertos como platos y sus oídos atentos a cualquier sonido. Alrededor del cardenal que el hombre del esmoquin había causado agarrándolo el brazo la piel se había envejecido sesenta años. Poco a poco, las arrugas de la edad empezaron a recorrer todas las partes de su cuerpo. Unas piernas cada vez más débiles soportaban cansadamente un cuerpo que parecía haber vivido muchos más años de los que realmente había disfrutado.Y al mismo tiempo, las cuerdas de aquel ser eran cada vez más brillantes. Los ojos cada vez más oscuros y su sonrisa cada vez más aterradora

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