Se me ve sumido en la lectura de Fred Vargas, van cuatro en poco tiempo y no tengo intención de parar. Sobre todo como cuando, es este caso, la cosa va a mejor. Conocido ya hace tiempo el comisario Adamsberg, recomencé la serie por El hombre de los círculos azules, que aunque introducía las rarezas del comisario tal vez tenía un punto excesivamente denso.
En ese sentido, y para ser la segunda de la serie llama bastante la atención lo poco que aparece Adamsberg en esta novela, ya que hasta bien entrada la segunda parte prácticamente no tiene papel. Aquí es sustituido por la presentación de Camille, ese amor imposible y figura huidiza de la primera (y otras) novelas que aquí toma cuerpo como una joven independiente que alterna la fontanería con la composición musical (tal cual) y que a la caza de un lobo o de un licántropo (el hombre del revés) , emprende un fantástico rudmuvi (sic) en un destartalado camión que huele a mugre de oveja.
Le acompañan en la misión de detener al asesino (que siempre será un hombre, se sirva de un lobo o ejerza de tal) el Veloso, un viejo pastor y Soleiman, el hijo de la asesinada, que entre otras pecularidades inventa leyendas con las que cree honrar su origen africano.
Me ha parecido fantástica y me lo he pasado en grande. Tiene personajes entrañables y alivia las a veces cargantes pecularidades de Adambsberg, Danglard y en general la tropa parisina.
Al final sale Adamberg, claro. El tío que va al grano y lo resuelve en un pispás (tal vez demasiado pispás), pero la combinación de todos los elementos da una ensalada gourmet, no de las de bolsa.