El hombre que dijo adiós - Anne Tyler

Publicado el 14 abril 2014 por Rusta @RustaDevoradora

También disponible en edición de bolsillo (Debolsillo, 2014, 8,95 €).

La esposa de Aaron, un hombre de treinta y cinco años, muere en unas circunstancias sorprendentes: un árbol se derrumba sobre su vivienda, en Baltimore. El hogar queda en tan mal estado que él se ve obligado a trasladarse a casa de su hermana soltera, Nandina, que trabaja con él en un pequeño negocio editorial. Entre revisiones de manuscritos, charlas con el encargado de las reformas y suspiros de hartazgo por las muestras de compasión de los vecinos, Aaron trata de superar la pérdida, pero tiene tan presente el recuerdo de su mujer que a veces se imagina que pasea a su lado, como si hubiera regresado de entre los muertos, y le sorprende que los demás no la vean.

Este es, a grandes rasgos, el argumento de la novela más reciente de Anne Tyler (Minneapolis, 1941), una maestra contemporánea en la narración de lo cotidiano, autora de obras comoReunión en el restaurante Nostalgia (PEN/Faulkner Award 1983), El turista accidental (National Book Critics Award 1985) y Ejercicios respiratorios (Premio Pulitzer 1989). En El hombre que dijo adiós, toma como punto de partida las "visiones" de Aaron tras el fallecimiento de su esposa, que le sirven como excusa para reconstruir toda la vida de la pareja, a modo de análisis concienzudo de las etapas del matrimonio. Él sigue enamorado, pero la tragedia se produjo cuando pasaban por una mala racha y le cuesta asumirlo. La casa destrozada por el árbol, a la que tanto teme regresar, se convierte en símbolo de aquello que no se atreve a afrontar.

La autora también muestra los cambios en el trato del protagonista con los demás al quedarse viudo: sus allegados no saben cómo tratarlo, ni la compasión ni la frialdad parecen buenas opciones; y, además, el propio Aaron se vuelve más huraño. El hecho de padecer una deformación física siempre ha condicionado sus relaciones, por eso detesta inspirar lástima. Es un tema delicado, pero Tyler sabe convertir lo duro en ameno, llevadero, ágil, en parte por la ironía y la frescura de la voz del narrador, en parte por la capacidad de fijarse en lo pequeño y, como ella dice, trocearlo para asimilarlo mejor ( " Cualquier cosa puede asimilarse si se trocea, si se come despacio [...]; incluso las lecciones más complicadas de la vida hay que tomárselas a pequeños bocados; el plato lleno asusta ", p ág. 54 ) . El trabajo de Aaron en una empresa de autopublicación, asimismo, regala perlas que demuestran su buen humor ( "La mayoría de nuestros autores nos pagaban por publicarlos, y muchos de ellos no veían con buenos ojos mis propuestas de corrección, aunque, créanme, a algunos les hacía buena falta", pág. 54).

Sin embargo, El hombre que dijo adiós no está a su mejor nivel. Para empezar, por el propio planteamiento de la novela, menos ambicioso que otros libros de Tyler: se centra en un único protagonista, se limita a las preocupaciones del presente de Aaron y los secundarios son poco más que funcionales; en cambio,Reunión en el restaurante Nostalgia comprende la historia de todos los miembros de una familia, los retrata personalmente, narra la evolución del vínculo familiar a lo largo de los años, no tiene una moraleja tan evidente y, en general, plantea cuestiones vitales de una forma mucho más minuciosa. Incluso el tomo tan desenfadado de El hombre que dijo adiós, pese a resultar eficaz para no caer en el dramatismo, le hace perder profundidad con respecto a sus mejores obras.

Pero el problema no es solo por falta de ambición: el desenlace, además de apresurado y brusco, cae en el cliché más obvio, como si hubieran forzado a la autora a escribir un happy-ending. Una escritora que ha demostrado saber contar mucho con muy poco no necesitaba un final tan previsible como este. Lo mismo ocurre con los secundarios: pese a su esfuerzo por hacerlos únicos, las descripciones se acercan peligrosamente a lo irritante y quedan encasillados en el tópico (las puntillas de Peggy, el buen corazón de Gil, la ropa sexy de Irene); les falta fuerza y complejidad para arrastrar al lector por las páginas. Nada que ver con los tres hermanos y la madre deReunión en el restaurante Nostalgia.

El uso de las apariciones de la esposa tampoco termina de convencer. En principio, parece que serán un punto importante (la novela comienza así: "Lo más extraño del regreso de mi esposa de entre los muertos fue la reacción de la gente"), pero enseguida pasan a un tercer plano y esas imaginaciones solo se producen en contadas ocasiones. Eso no es un inconveniente en sí (de hecho, creo que a Tyler no le favorece jugar con lo que está fuera de lo puramente realista); la cuestión es que ni siquiera esas escasas visiones aportan gran cosa a la obra, los conflictos matrimoniales se tratan de forma superficial y esas conversaciones podrían haber sido más fructíferas. Extenderse un par de capítulos más no le habría venido mal.

Por otro lado, Tyler considera a Eudora Welty (Jackson, Misisipi, 1909-2001) una gran influencia. La sureña también escribió una novela sobre decir adiós a un ser querido:La hija del optimista (1972), que narra la muerte del padre de una mujer de mediana edad. Aunque las dos comparten predilección por lo sencillo, lo cotidiano, en este caso la maestra brilla más que la alumna: se detiene en las escenas difíciles (hospital, velatorio), manifiesta una profunda voluntad reflexiva y la protagonista no regresa de este trance igual que antes; mientras que El hombre que dijo adiós pasa de puntillas por ese tipo de episodios (prefiere hablar de la recuperación posterior), se decanta por un registro mordaz (otra opción muy válida) y, pese a expresar un mensaje similar, no alcanza la trascendencia de Welty.

En cualquier caso, hay autores que son buenos incluso en sus obras menores, y Tyler es una de ellos. Esta novela carece de la profundidad de Reunión en el restaurante Nostalgia, pero aun así es posible detectar en sus páginas los rasgos característicos de esta escritora: su simpatía al hablar de la gente corriente; la habilidad con la que deshace los nudos para que las preocupaciones se digieran mejor; esa mirada sabia sobre la vida, propia de una persona observadora que sabe que en el detalle está el significado; y una narración que fluye con aparente sencillez pese a no ser nada fácil de escribir. Una lectura muy agradable, en definitiva. Anne Tyler siempre es un acierto.