El hombre que quería estar en el olvido

Por Gabychoi @gabrielchoi87
Lee Yong Guk
Lee Yong Guk se convirtió en el hombre que más cerca estuvo de Kim Jong-Il. Este es su relato.
 Esta es la historia de una persona que intenta llevar una vida aparentemente tranquila pero su pasado le hace despertar frecuentemente de sus temores.

 El que fue el vigilante de Kim Jong-Il tiene la costumbre de ponerse la gorra cuando sale de casa. Adquirió ese hábito desde que fue secuestrado por unos encapuchados en 2004, que resultaron ser miembros de la policía surcoreana. Un sector del gobierno de la decimosexta legislatura no estuvo de acuerdo con sus actividades ya que consistían en criticar al régimen norcoreano en Europa, Estados Unidos y Japón. Él contaba la realidad de la élite política en Corea del Norte por haber sido el hombre que más cerca estuvo del recién desaparecido líder.  Lee nació en Musan, una de las decenas de ciudades fronterizas con el territorio rojo. Pronto ingresó como miembro joven en el Partido de Trabajadores de su ciudad y gracias a un compañero del círculo, que trabajaba como secretario general del partido en su área, tuvo su primer contacto con Kim Jong-Il. Fue a partir de 1978 cuando solamente tenía 16 años. Por ser uno de los miembros destacados del partido a escasa edad y estar al lado del hijo de Kim Il-Sung, ya que aún no tenía influencia plena dentro de la élite, gozaba de algunos privilegios restringidos para la inmensa mayoría de la población norcoreana como viajar dentro del territorio norcoreano de manera continuada y observar el aspecto privado de Kim Jong-Il. Según Lee, Kim Jong-Il era dipsómano habitual. Su mayor afición era disfrutar de bebidas alcohólicas de gran calidad especialmente, en sus ratos libres. Él no tenía una agenda establecida. Se despertaba a cualquier hora del día y los más cercanos reaccionaban según sus movimientos. También era conocido por sus cambios drásticos de humor. En caso de tener buen humor, era un día aparentemente tranquilo mientras que, si no lo era, todos esperaban a ver quién podía estar en los Kwalliso, los campos de concentración para prisioneros políticos. “Creo haber visto unas veinte villas enormes y lujosas que estaban repartidas por todo Corea del Norte. No sé el número exacto. Cada vez que íbamos a una ciudad donde tenía su casa llamábamos a los habitantes de esa zona para que se formaran una fila. Decenas de metros de personas inclinadas a noventa grados. Incluso ancianos que tenían setenta años. Hubo también algunos que se escapaban lejos de las villas y se escondían en un monte cercano para evitar el saludo. Kim observaba a la gente pero actuaba de una manera incorrecta gritando: “¡Eh, tú!”. Entonces, todos se inclinaban más hacia abajo temblando...él les señalaba con el dedo...”. El acceso a esas villas estaba permitido solamente a los familiares más cercanos de Kim. Ni siquiera el recién desaparecido Jang Song-Taek podía entrar. Según Lee, entraban Kim Il-Sung, su padre; Kim Jong-Il; Kim Kyung-Hee, su hermana; Kim Jong Nam; su hermano mayor; y Kim Jong-Suk, su madre. Lee había visto a Kim Il-Sung siete veces pero raramente se encontraba con los demás miembros excepto Kim Jong-Il que veía casi todos los días. Cuando Kim Jong-Il estaba solo en sus villas, a menudo se veía a mujeres jóvenes saliendo de allí. Lee las observaba desde fuera, una actividad que ni siquiera Kim Il-Sung conocía. Hasta que estalló el escándalo de los hijos secretos. Pero nadie en Corea del Norte conocía este escándalo, ni siquiera una gran parte de los miembros del Partido de los Trabajadores. Lee veía cada seis meses pasar a mujeres nuevas de unos 20 años que fueron llamadas a estar al lado de Kim. En 1989 dejó de trabajar como vigilante de Kim Jong-Il siendo relegado por otro miembro de su partido. Regresó a Musan para estar laborando como un militar destacado en la zona. A partir de entonces, es cuando empieza a tener curiosidad más allá de la frontera, sobre todo, por las luces de colores que brillaban cruzando el río Tumen. Pero no dio el paso hasta que no transcurrieron cinco años. Fue en el día nacional de China, el 1 de octubre de 1994, cuando cruzó la frontera por la noche con el objetivo de volver la madrugada del día siguiente. Estuvo observando las luces y la ciudad durante varias horas y encontró notables diferencias. Cuando se preparaba para cruzar el río, se dio cuenta que la zona fronteriza estaba demasiado controlada. Al temer que podía ser acusado por salir ilegalmente del país, se estableció en el noroeste de China sobreviviendo a base de enseñar artes marciales y tiro. Tras varias semanas, se dirigió hasta Beijing donde conoció a un miembro de inteligencia surcoreana que prometió llevarle hasta Corea del Sur y fue obligado a rellenar en un documento toda su opinión sobre el régimen y la familia Kim. “Al creer en aquel hombre, fui sincero. En ese documento escribí todo lo que yo había experimentado como vigilante de Kim Jong-Il detallando todo sobre la realidad de la élite política de Corea del Norte...fui muy crítico. Dije básicamente que eran unos dictadores. Aquel hijo de puta vio el papel y se fue a la embajada norcoreana en Beijing. Sí, como lo oyes. Le pagaron 250.000 dólares americanos y me vendió. Fui capturado por las autoridades chinas. Me anestesiaron, amarraron con vendas y me llevaron en avión hasta el aeropuerto de Sun-an...el de Pyongyang. Me acuerdo perfectamente de la fecha, fue el día 4 de diciembre de 1994...”  Después de su llegada a Pyongyang, el 8 de diciembre de 1994, estuvo encarcelado durante seis meses en una prisión administrado por el Departamento de Seguridad del Estado. Le raparon la cabeza y fue sometido a torturas físicas y emocionales a diario. Un jurado militar le condenó a diez años de trabajos forzados en el campo de concentración de Yodok por, según el artículo 46 y 47 de la Ley de Seguridad de la República Democrática Popular de Corea, traicionar a la patria. Lee no entró en Yodok hasta el día 25 de abril de 1995. Su familia política no fue condenada porque creían que ellos seguían siendo fieles al Juche y al líder, y porque seguían trabajando en cargos importantes. Su suegra era una de las cocineras de Kim Il-Sung y su suegro el secretario general del partido en la provincia de Yanggang. Cuando los funcionarios de Yodok abrieron la puerta principal hecha de madera, Lee pudo ver a adultos y jóvenes de cuerpos flacos que anteriormente eran miembros del Partido de los Trabajadores que fueron capturados en China y deportados a Corea del Norte. Todos cumplían la misma condena por haber criticado al régimen. Según Lee, los muros medían exactamente 220 centímetros de altura con alambres metálicos punzantes y electrizados en la parte superior. La puerta de entrada al campo de concentración se abría diariamente en dos ocasiones, cuando salían y entraban para cumplir con su trabajo de campo regular.  Durante los meses cálidos, primavera y verano, la jornada empezaba a las siete y media de la mañana, mientras que, en los meses fríos, su trabajo comenzaba a las ocho. “Aunque se decía que el horario de trabajo finalizaba a las seis, la jornada acababa mucho más tarde. Era normal trabajar hasta 14 horas diarias”, dice Lee. El reparto de comida era solamente para los más enteros. Un poco de puré de maíz mezclado con cáscaras y hojas de rábano seco. Tres veces al día. Cada preso tenía que cumplir un objetivo en la huerta, mil metros cuadrado cada día. El que no finalizaba la tarea se le castigaba quitándole la mitad del puré. La otra mitad se repartía entre aquellos que sí consiguieron cumplir con su trabajo. El hambre hacía que surgiera el instinto de supervivencia del ser humano ya que, durante la hora de la comida, era frecuente que se robaran alimentos. La gente joven, que podía correr más, eran los que cogían el plato del otro y salían fuera para metérselo en la boca y tragarlo rápidamente. “Los que tenían más edad eran las víctimas perfectas. Al no poder comer nada, se les salía la barriga por la desnutrición y sus encías desaparecían haciendo caer muy pronto sus dientes. Y estos jóvenes que robaban para engañar el hambre siempre recibían palizas por parte de los funcionarios con palos de madera. Pero al día siguiente, seguían robando comida. Una y otra vez”. La falta de comida provocaba que se le cayeran los dientes, de tal manera que sólo les quedaban los molares. Por eso Lee, al perder todos sus incisivos y caninos, comenzó a utilizar prótesis dentales cuando llegó a Corea del Sur.Mapa de Kwalliso Yodok (número 15) hecha por Lee El Kwalliso Yodok era un complejo cuadrado y recto. A la izquierda de la puerta principal, al entrar, estaba la zona de guardia. Los que estaban solos, eran encerrados en la celda número uno, dos y tres. Como era el caso de Lee. Mientras que los demás cuartos eran para los que estaban en colectivo.En la parte superior de cada celda tenía un pequeño agujero que servía como una ventana. Los que estaban en las celdas de la uno a la cinco veían por esas ventanas el llamado salón de propaganda. Ese lugar servía para humillar en público a los recién llegados o para fusilar a los presos que había ordenado alguien superior. En la parte contraria a la puerta principal estaba la sala de interrogación que se utilizaba como un sitio de discusión entre los funcionarios y los presos. A su lado estaba el almacén de las herramientas donde los presos cogían los utensilios de uso agrícola para salir posteriormente al campo. Lee acaba la explicación dibujando la cocina y el almacén de cocina que están justo al lado del cuarto de guardia.  Cuatro años y seis meses después, en octubre de 1999, es cuando se le ordena la salida de aquel campo. Cinco años y medio antes de lo esperado. “Porque he hecho las cosas bien. ¿Qué significa eso? Si en tu pasado eras fiel al régimen norcoreano y tu labor en los Kwalliso ha sido satisfactoria, suelen sacarte de ahí antes de lo que piensas. Por ejemplo, en una tierra que me tocó que era una hectárea aproximadamente, se podía cultivar dos toneladas de maíz. Pues yo conseguí seis. Además, mis antepasados lucharon en la Guerra de Corea en el bando comunista y ese historial se valora mucho. Los que no tienen un pasado heroico o que no tenga relación alguna con el Partido de los Trabajadores, sintiéndolo mucho, son condenados en Yodok u otros sitios hasta que se mueran”. Era innegable la perpetuidad de torturas físicas en Yodok. Lee vio como cinco funcionarios sujetaban de cabeza a los pies a un hombre e introducía por la nariz una jarra metálica lleno de agua fría en pleno mes de diciembre. Vio cómo se le saltaban las lágrimas y cómo expulsaba heces, poco después su barriga se le hinchaba hasta que de repente dejó de respirar. Lee, al observar eso, sintió pánico, temblaba. “Es algo fuera de lo común, es demasiado cruel.” Al salir de Yodok, Lee era un hombre totalmente cambiado, etiquetado de por vida como traidor por el régimen norcoreano, apenas podía andar sin que se le cayera el pelo, había partes de su cuerpo que ya no funcionaban. Escuchaba sólo el cincuenta por ciento de su oído izquierdo porque se le reventó el tímpano. Tenía heridas en las piernas por el apaleamiento físico que recibió ahí.Heridas en las piernas de Lee por el apaleamiento que recibió durante

su permanencia en el campo de concentración Yodok Los habitantes que vivían cerca de Yodok sabían cómo era el perfil físico de una persona que acababa de salir de un Kwalliso y evitaban estar cerca de los antiguos presos que tenían ese expediente. Lee tampoco era la excepción. Lee se separó de su mujer cuando decidió irse a China, dónde, cinco meses después estuvo trabajando como ganadero teniendo a su cargo a unas 1.500 vacas. Ocho meses después de estar en China, el hermano menor de su jefe le propuso escapar de China para llegar a Corea del Sur en un barco de pesca hasta la isla de Hong-do, situada cerca de la provincia sur de Jeolla. “En aquel entonces, no había intermediarios que hay ahora. Era eso o nada”. El viaje en barco desde un puerto situado al noreste de China tardó unas 36 horas. Pero no llegó al destino por falta de combustible así que Lee tuvo que ir a nado cuatro kilómetros hasta que fue descubierto por la Guardia Costera de Corea del Sur. Se estableció en Daejeon trabajando como oficial durante tres años. Después se dirigió a Incheon, montando una pequeña empresa de nutrición con 36 empleados hasta que fue estafado por un supuesto experto en acciones y perdió todos sus ahorros. “A partir de ese momento, decidí centrarme en los derechos humanos en Corea del Sur. Al ser de los pocos hombres que estuvieron en un Kwalliso, tuve la oportunidad de dar discursos en Holanda, Polonia, Reino Unido, Estados Unidos y Japón criticando duramente al régimen”. Por esto, recibió bastantes amenazas anónimas. Fue en 2004 cuando fue secuestrado por unos encapuchados en plena calle. Temió por su vida, pero, pronto consiguió escaparse y denunciar los hechos. Aunque tardó nueve años en encontrar a los responsables, miembros de la policía surcoreana alegaron que no tenían pruebas de aquel incidente. Además, los hechos prescribieron porque ya habían pasado siete años desde el secuestro. Todo esto hizo que se retirara durante siete años dejando todas sus pertenencias en Seúl para ir al este de Corea de Sur, en la pequeña ciudad de Cholwon, situado en la provincia de Gangwon trabajando como ganadero por segunda vez. Quería ser un hombre olvidado. Que nadie se acordara de su nombre y de su pasado. Pero de vez pensaba en si algún día podría volver a Musan. “Pero como te dije, siete años después, volví a Seúl. Parece que, con mi pasado, luchar por los derechos humanos es la mejor manera de mostrar al mundo que el régimen norcoreano debe caer. Tengo temores por supuesto que sí. Pero tengo que levantarme por mí mismo porque en este mundo nadie te va a ayudar…” Sus dos hijos no viven con él, están lejos, porque piensa que así estarán más protegidos. La prueba de su temor diario está en la puerta principal de su apartamento, dónde hay cinco cerraduras. Todas las noches, antes de irse a la cama, comprueba si están cerradas todas. Dice que algunas veces oye golpes en su puerta. Pero no hace mucho caso. “Puede que sea fruto de mi temor. No le doy mucha importancia, aunque pienso frecuentemente que estoy siendo vigilado por personas que no conozco…”. El diario de Corea del Norte